Francisco: nueve años que dejan una agenda
Por Adrián Freijo
Discutido dentro y fuera de la Iglesia, equilibrista sin pausa entre conservadores y reformistas, jaqueado por escándalos y crisis de fe, el Papa comprende hoy que su tiempo es de cosecha y no de siembra.
Le tiraron el papado por la cabeza. La rendición de Ratzinger, un teórico sin otra experiencia de vida que no fuesen los libros, los claustros y los escritorios, dejó a la Iglesia Católica a expensas de la más hedionda lucha interna que haya afrontado en cuatro siglos.
El mundo asistía azorado a una explosión de escándalos sexuales, de sodomía violentada y de abusos de menores. Pero también, aunque el morbo fuese menor y sirviese de tapadera para los responsables, de maniobras financieras que mostraba encaramados en el poder vaticano a hombres ambiciosos, sin escrúpulos, amantes de la buena vida y los negocios turbios.
La inacción papal -Benedicto XVI creyó entonces y sigue creyendo ahora en su exilio dorado que todo se arregla con filosofía, palabras e insinuaciones mientras el mundo exige de su iglesia hechos determinantes- terminó por dinamitar las vocaciones, llevar a Roma a su peor momento de desprestigio y generar la más impactante fuga de católicos desde los tiempos de La Reforma.
Jorge Bergoglio fue la carta a la que los cardenales echaron mano para cantar una falta envido con apenas 24 de mano. Enfermo, proveniente de una iglesia cuestionada en su propio continente, formado en la dura concepción de los jesuitas -lo que a juicio de quienes lo señalaron para el cargo era garantía de una curia disciplinada y capaz de barrer la tierra abajo de la alfombra- aquel argentino fue elegido como protagonista de una transición que ya se acera a una década y que, aún incompleta y discutida, ha cambiado a la institución para siempre.
Nueve años después de la sorpresa de su designación los gestos de Francisco son mucho más potentes que sus hechos.
Nada de aquello que enturbiaba el aire de Roma ha sido resuelto. Nada…
Pero las ventanas que sacan ese olor putrefacto que nace del corazón vaticano son ahora abiertos desde dentro de la propia Iglesia. No hay temas prohibidos, no hay debates que no aparezcan públicamente como pendientes, no hay «ordeno y mando» que calle bocas y sancione disidencias.
Tras nueve años en el comando del poder que rige cientos de millones de fieles, Francisco ha fijado la agenda para los tiempos que vienen. Y si es posible que se lo recuerde como el Papa que quiso y no pudo, nadie podrá en el futuro dudar de su coraje para poner sobre la mesa todo lo que ha ido minando el prestigio de la Iglesia Católica y alejándola de la gente.
El celibato, los derechos de las minorías, la integración plena de los divorciados a los sacramentos, el compromiso con los pobres, las olas migratorias que amenazan con arrasar las culturas tradicionales, la riqueza inmoral de un capitalismo inhumano que no puede ser resuelta con un colectivismo sin sustento, la integración de la mujer en la vida religiosa en igualdad de condiciones que el hombre, el derecho a una muerte digna, la homosexualidad como límite de la religiosidad y tantos otros temas de los que el Papa habla desde el dogma de la cátedra que ejerce pero con la libertad de abrir al debate, serán el gran legado que este argentino cascarrabias y a veces caprichoso dejará tras su reinado.
El tiempo de Francisco se va agotando -es un secreto a voces que el deterioro de su salud es ya imparable- pero el legado de ese tiempo recién comienza.
Y no es menor…
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