Fourest: “Los comportamientos más absurdos vienen de intelectuales blancos muy privilegiados”
Cada día, un grupo, una minoría, un individuo erigido en representante de una causa, exige, amenaza y somete. Según el origen geográfico o social, según el género y el color de la piel, según su historia personal, se busca confiscar la palabra.
La periodista y cineasta francesa Caroline Fourest. Foto: Télam | Camila Godoy.
Por Claudia Lorenzón
La cultura de la cancelación, cuyo impacto se ve multiplicado en los últimos tiempos por el efecto propagador de las redes, puso en alerta a la periodista y cineasta francesa Caroline Fourest, quien en su libro “Generación ofendida” advierte sobre este fenómeno que ha captado especialmente a los denominados millennials, erigidos en policías del pensamiento que cuestionan con posiciones extremas todo aquello que consideran ofensivo, y en esa línea proponen la censura sobre obras, artistas y académicos universitarios.
La cancelación, surgida desde los claustros universitarios estadounidenses, donde muchos alumnos se niegan a leer obras clásicas por considerar que son ofensivas, se embandera en una posición extrema de lo políticamente correcto y en el concepto de “apropiación cultural” mal entendida, sin diferenciar las intenciones y el contexto en que se llevan adelante porque, como sostiene Fourest, la apropiación cultural sucede cuando se la practica “con fines de explotación o dominación”.
Como ejemplo de actitudes cancelatorias, la ensayista menciona a quienes objetan que la cantante pop Rihanna lleve trenzas, por considerarla una forma de “apropiación cultural” del acervo africano; cita el caso de una federación estudiantil canadiense que suspendió sus clases de yoga, por ser una disciplina de la India, territorio que sufrió opresión desde Occidente; y da cuenta de una situación más extrema aún: la prohibición, en 2017, de una muestra de arte destinada a denunciar el asesinato de un joven negro en la década del 50, solo porque la autora de las obras era blanca.
Periodista de Charlie Hebdo, lesbiana y feminista, Fourest -que a las 18.30 presentará “Generación ofendida” (Libros del Zorzal), en la sala Tulio Halperín Donghi, de la Feria del Libro-, advierte en una entrevista con Télam que algunos grupos de personas “usan los combates identitarios para actuar de manera absolutamente tiránica”.
– ¿Dónde tiene su origen la denominada cultura de la cancelación?
– Es un fenómeno que afecta a las democracias posmodernas bajo la influencia de la cultura americana. Partió de una buena intención, como puede ocurrir con muchos excesos, buscando deshacer los efectos desastrosos de la segregación, durante mucho tiempo, de los negros americanos, pero en vez de construir la esencia de las identidades, muchas veces tiende a favorecer la competencia de las identidades que mantiene las divisiones, en vez de reconciliarlas.
– ¿Por qué el ámbito universitario de Estados Unidos propició este fenómeno?
– Las universidades norteamericanas son por un lado las mas lindas del mundo si uno tiene los medios para estudiar ahí, pero también son carísimas y por eso funcionan un poco como empresas, donde el cliente es rey, y en este caso el estudiante es rey, entonces en vez de tener profesores que impulsen el espíritu crítico en sus alumnos muchos fueron puestos en situaciones muy difíciles, incluso fueron echados, porque al alumno no le gustaba que lo sacudiesen un poco. Doy un ejemplo: un profesor judío muy implicado en la lucha contra el racismo fue echado de la universidad Evergreen solo porque en un mail comunicó las reservas que tenía sobre una iniciativa estudiantil acerca de una jornada de retiro donde los estudiantes afroamericanos no van a clases para marcar lo que sería su ausencia de estos lugares. Los estudiantes afroamericanos también prohibieron a los profesores y estudiantes blancos ir a clase ese día. Es por eso que este profesor judío emitió algunas reservas en contra de esa medida. A mí como judía me recuerda las peores horas de la historia donde se impedía a la gente ir a la universidad o ejercer su trabajo por su identidad. Por esa razón, ese docente fue tratado de racista y algunos profesores fueron secuestrados por estudiantes para que no fueran a clases y luego el docente fue echado del campus. Es una manera de actuar que termina confirmando la división.
– Esa actitud responde a la necesidad de ejercer alguna forma de poder por parte de estos grupos, cancelando actores, artistas y académicos. ¿Qué piensa al respecto?
– Estas personas usan los combates identitarios para actuar de manera absolutamente tiránica. Estas conductas generalmente vienen de actores del mundo cultural o estudiantes privilegiados que están en la cumbre de la pirámide económica, que van a practicar una estrategia antirracista o feminista para ejercer una práctica de poder, no de contrapoder, y es ahí donde las feministas o antirracistas sinceros deben impedir que esto ocurra. Gente que busca encontrar lugares para sí mismos y no para un mundo mejor. Cuando piden que se cancele un artista porque se hace trenzas o porque quieren sacar un competidor del sector cultural que ellos mismos buscan ocupar esto no significa avanzar en nada. Pienso en el cuadro de Dana Schutz que representa el asesinato de Emmett Till, un joven que fue golpeado hasta la muerte en los años 50, y por el cual muchos pintores afroamericanos pidieron que se cancelara su presentación porque la artista era blanca. ¿En qué beneficia esto al antirracismo?
En general los comportamientos más absurdos vienen de intelectuales blancos extremadamente privilegiados. Que Katy Perry se excuse, bañada en lágrimas, frente a un militante de Black Lives Matter, por usar trenzas, es algo realmente patético y vuelve a la causa patética.
– Las redes sociales tienen una incidencia fundamental en este fenómeno de cancelación.
– Aceleran la locura ambiente y la locura identitaria. Como la gente tiene poco tiempo para reaccionar a estas polémicas actúan con una lógica de una muchedumbre contra otra multitud. Se devalúa la cuestión, y en estos casos de cancelación habría que preguntarse si la persona cuestionada realmente hizo algo grave o simplemente fue torpe. Ver su recorrido, su intención, una serie de cuestiones y matices que la gente no se toma el tiempo de analizar en el momento de la respuesta inmediata.
– Creo que este fenómeno no se observa tanto en países de Latinoamérica, sino mas bien en Estados Unidos, Canadá y Europa. ¿Qué opina al respecto?
– En Francia cuando salió el libro muchos pensaron que era un fenómeno exclusivamente americano, pero seis meses después se encendió el debate y muchísima gente se dio cuenta de que muchos jóvenes pensaban a la americana. Lo que tiene de interesante Argentina es que está bajo dos influencias: ustedes reaccionan frente a la hegemonía americana, pero también tienen la influencia europea. Pienso que estas cuestiones existen entre la juventud argentina y que ganarían un montón teniendo rápidamente esta discusión antes de que el debate se vea contaminado. Además estamos todos sometidos a la influencia de Silicon Valley, Netflix: hay muchas cosas de la cultura norteamericana que me gustan pero hay que resistir a la simplificación.
– ¿Cuál es el efecto social que tienen las reacciones de esta “generación ofendida”?
– Empecé a luchar como feminista hace más de 25 años y en la izquierda tendíamos a explicar todo por la cuestión social o lucha de clases, y a minimizar el combate contra los prejuicios y la discriminación. Hoy en día tengo la sensación de estar viviendo el efecto inverso, es mas fácil para los políticos hablarle a las minorías, pero deben decirnos qué van a hacer para luchar eficazmente contra las desigualdades y para mí el desafío de la política es el verdadero reparto de la riqueza y la igualdad de oportunidades.
– ¿Cuál es la estrategia para oponerse y superar esta cultura de la cancelación?
– Hay que tomarse el tiempo de examinar los hechos, las intenciones y el contexto, analizarlos, sin prejuzgar a alguien ni decidir que debe ser cancelado. Esa tiene que ser la misión de los medios y también de las universidades. Valorar, transmitir este espíritu crítico y el respeto a la complejidad humana, leer obras clásicas en su contexto, en vez de quemar libros como lo vimos en universidades canadienses, lo cual vehiculizaría una cultura ligeramente colonial o sexista o antigua: deberíamos leer esas obras con exigencia sin necesidad de esconderlas. Esto supone ver a los medios y a las universidades como lugares de resistencia a la simplificación y a la polarización de este fenómeno, y es un poco el objetivo del grito de alerta de “Generación ofendida”. Vengo de la lucha por la igualdad y me sitúo en el cruce entre esa lucha. El camino hacia la igualdad no tiene que hacerse sobre el camino de la libertad, para mí el camino es más universalista que identitario.
Télam.
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