Florencia Canale: “Bernardo de Monteagudo me enseñó a tener orgullo de ser quien uno es, defender las raíces y estar alerta”
"El Diablo" es la nueva novela de la prolífica autora de ficciones históricas que tiene como protagonista a Bernardo de Monteagudo, el jacobino virulento que fue asesor de San Martín, O’Higgins y Bolívar. La escritora cuenta a LA CAPITAL por qué se sintió "domada" por este personaje histórico, quien también se caracterizó por su sensualismo, con el que cautivó a mujeres como Remedios de Escalada.
Florencia Canale, en su paso por Verano Planeta en febrero de este año, cuando presentó "Bastarda" y su libro de cuentos infantiles "Casas revueltas". Fotos de Marcela Golfredi.
Por Rocío Ibarlucía
Revolucionario en el levantamiento de Chuquisaca, miembro de la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro, diputado en la Asamblea del Año XIII, editor de la Gaceta de Buenos Aires, mano derecha de San Martín en Lima, donde ejerció como ministro de Guerra, y luego ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores y, como si fuera poco, colaborador de O’Higgins y Bolívar. Bernardo de Monteagudo (1789-1825) fue un tucumano que a pesar de vivir pocos años ocupó un rol central en los procesos independentistas tanto del Río de la Plata como de Chile y el Alto Perú.
La escritora y periodista Florencia Canale, quien se siente “una digna hija del siglo XIX”, se vuelve a sumergir en la historia de nuestra región, esta vez, en la vida de Monteagudo. En su nuevo libro editado por Planeta expone cómo, a pesar de haber sido hijo de una relación ilegítima entre una mulata y un cura, logra superar los prejuicios racistas de la época, recibirse de abogado con honores en Chuquisaca, en cuyas prestigiosas aulas se formaron también Mariano Moreno y Juan José Castelli, para llegar a ser asesor de los tres libertadores de América.
“El Diablo” es el apodo impuesto con rencor por sus contemporáneos del que se apropia la autora para titular su novela, con el que condensa su costado más radical y cruel y, al mismo tiempo, su sensualidad avasallante. Porque, además de su trayectoria política, el revolucionario tucumano es recordado por ser “nuestro casanova”. Canale narra sus numerosos amoríos, entre los que destaca su relación con Remedios de Escalada, la esposa de San Martín, de quien Monteagudo era su hombre de confianza.
En charla con LA CAPITAL, la autora detalla, con pasión y convicción, los motivos por los cuales decidió adentrarse en esta figura histórica y revela que el hecho de ser descendiente de Remedios de Escalada explica en parte su deseo por escribir esta historia y tantas otras del siglo XIX: “Seguramente, escribo para descubrir mi origen, por supuesto que conozco mi origen, pero es como estar confirmando y reafirmando quién soy y quiénes somos”.
– ¿Cuándo y por qué decidiste escribir sobre Bernardo de Monteagudo, un héroe que ha ocupado un lugar relegado en la historia latinoamericana?
– Yo ya lo tenía visto y había tratado un poco su figura en mi primera novela, “Pasión y traición”, sobre Remedios de Escalada y José de San Martín. Cuando lo presenté ahí, me quedé un poco inquieta con él y pensé que en algún momento iba a tener ganas de escribir más profundamente. Y, por supuesto, que haya sido un poquito invisibilizado, relegado o ignorado me incentivó aún más para querer contar su historia en profundo.
– ¿Qué fue eso que te inquietó de su figura cuando lo exploraste en tu primera novela?
– Bueno, no te voy mentir, la primera señal que me apabulló fue la de su romance con Remedios de Escalada. Después, tanto más: apareció la característica principal de este hombre que fue un jacobino virulento; fue, yo diría, el primer revolucionario de nuestro país, porque participó en la Revolución de Chuquisaca, que es un año antes de la Revolución de Mayo, y lo hizo tan joven; estudió Leyes en Chuquisaca, un sitio destinado a las élites de América; a pesar de su origen humilde por ser hijo de una mulata, pudo trascender ese enorme obstáculo y recibirse con honores. Fue un hombre que pudo enfrentarse a la infinidad de obstáculos que le ponía la realidad, la vida y ese momento.
– ¿Cuánto crees que influyó en su carrera política ese origen ilegítimo y mulato?
– Tal vez hizo que él haya querido demostrarse y demostrarle al mundo que eso no iba a amedrentarlo, no iba a ser carne en él el acoso que sufrió. Por supuesto, hubo tantos más enfrentando realidades adversas. Pero a mí me interpeló la vida de este tucumano porque fue como una especie de estrella fugaz o bólido de fuego, un hombre de una intensidad feroz y tal vez esto también es una de las razones por las que murió tan joven. Tenía tanto para hacer y no pudo.
– Ser hijo de una esclava le abre una sensibilidad hacia los pueblos originarios, como se ve en tu novela cuando migra de Tucumán a la Quebrada de Humahuaca. Ahí empieza su camino hacia la defensa de los derechos indígenas, tanto en el Río de la Plata como en el Alto Perú.
– Exacto y es defensor de pobres inocentes en Chuquisaca, donde se recibe a los 18 años. Además, a pesar de haber sido víctima -hoy diríamos- de bullying, de acoso desde pequeño por sus pares, por sus amigos, por los estudiantes y demás, él, al revés de algunos tantos otros, reivindicaba su origen y defendía con orgullo a sus padres. Si bien estamos haciendo alguna interpretación superficial y bien modesta porque ha pasado el tiempo y nos atrevemos a hacer una interpretación, yo creo que la figura de esa madre seguramente fue fundante y fundamental, como lo es para todos la madre. Pero en su caso, muerta tan joven, él se queda sin madre a los 12 años, creo que eso seguramente le marca, entre tantas cosas más, este deseo por conocer, por conquistar, por entrar en el mundo femenino.
– La novela refleja sus contradicciones y eso se puede ver en el título, que expone este otro costado más violento y al mismo tiempo pasional de Monteagudo. ¿Qué acepciones tiene “El Diablo”?
– Le decían “El Diablo”, entre tantas cosas, con encono y con desprecio. Sin embargo, a él esto no le causó ninguna mella. “El Diablo”, además, tenía esta doble acepción: no solamente aludía a la figura del mal en este mundo binario del bien y del mal, sino que tiene una pregnancia sensual, que era de lo que lo acusaban seguramente los hombres, en todo caso como una discapacidad, no así las mujeres. Esta adjetivación demoníaca dada por los hombres lo acusaba de ser alguien dominado por el sensualismo.
– ¿Por qué crees que se daba tanto el adulterio entre los héroes de nuestra historia y de las heroínas también, como vimos en otras novelas tuyas? ¿Era el sexo una pulsión de vida frente a tanta muerte durante las guerras de la independencia?
– Yo creo que es esto, estaban rodeados de muerte. La pasión, la sensualidad, todo eso es a puro erotismo, a puro Eros, es como pelearle a la muerte con un poco de pulsión vital. Estaban rodeados de pulsión de muerte esta gente y sobre todo los hombres, que además de todo iban a la guerra. Las mujeres no, pero los hombres iban a combate constantemente o al campo de batalla y ese otro campo de batalla, que era el de las sábanas, le peleaba de alguna manera. Estamos haciendo nuevamente una interpretación que ellos definitivamente no hacían, era pura intuición.
– ¿Y cuánto está escrito en documentos de la época sobre este poder seductor de Monteagudo?
– Hay mucho, por supuesto escrito por hombres. Por ejemplo, Ramos Mejía a fines del XIX publica “La neurosis de los hombres célebres de la historia argentina”, donde le dedica dos capítulos a Monteagudo. Ramos Mejía era médico, lo escribió durante sus estudios y lo define como una víctima de la sensualidad y con un temperamento frágil o inestable precisamente por eso. Y lo describe con sus labios carnosos, su caminar lento para que las mujeres lo miraran cuando entraba a la iglesia con la misa ya empezada. Yo me río, me parece tan simpático el peligro que veían los hombres en este caballero. Ellos no se reían nada, seguramente se lo tomaban muy en serio. Y veían como un disvalor que fuera hijo de mulata, hijo de negra, señalando esto como una particularidad que lo disminuía.
– También la élite porteña lo discrimina por ser mulato y eso para ellos parece explicar su “voracidad sexual”. Leer sobre su figura ayuda a hablar sobre la historia del racismo en nuestro país, tema no tan visibilizado acá como en otros países de Latinoamérica, ¿creés eso también?
– Exactamente. Eso se ve en las cartas que yo transcribo en la novela, como las de Pueyrredon y algunos más, y en las respuestas que le da Monteagudo defendiendo con orgullo su sangre, sintiéndose digno hijo de esa madre y de ese padre, cuando lo disminuían precisamente por ser hijo de negra. A uno le retumban en la cabeza esas palabras, evidentemente él fue un tipo muy fuerte, en el sentido de que además no protagonizó peleas a raíz de esto. Sí, por supuesto, protagonizó otro tipo de peleas, porque para él el enemigo era el español, no eran estos racistas o estos tipos que lo despreciaban a voces, porque tampoco es que lo escondían, se lo hacían notar. Pero él encontró evidentemente a las mujeres aliadas, las aliadas fueron las mujeres, aunque no fueran sus parejas momentáneas. Las mujeres encontraron en él seguramente además de un hombre cautivante, un hombre interesante porque las registraba, porque además era más vivo que el hambre, qué querés que te diga. Escribe sobre ellas, las distingue en Perú con la medalla de las Caballeresas de la Orden del Sol, que era privativo de los varones, él se lo propone a San Martín y San Martín lo acepta. Manuel Belgrano también fue un hombre que se esmeró por escuchar a las mujeres y por dejarse cautivar por ellas. Bueno, me parece que Bernardo de Monteagudo también fue de estos, sí un casanova, por supuesto, mujeriego feroz y así se lo describió también en la parte política, pero en lo privado como un tipo que no tenía límite, que no tenía final, era de una voracidad extrema.
“Yo me siento una digna hija del siglo XIX”.
– Y, ¿en su propia escritura también puede verse ese carácter avasallante, seductor, pasional?
– Sí, hay mucho publicado por él, porque además era un gran escritor, fue editor de la Gaceta de Buenos Aires. Hay compilaciones que tengo de documentos, artículos, correspondencia, que cualquiera puede encontrar por supuesto en librerías de usados, bibliotecas. Era exquisito como escritor. En la Gaceta de Buenos Aires publica un largo artículo titulado “A las americanas del Sur”, dedicado a la figura femenina, pero no como mujer de hogar, sino como mujer fundamental en el proceso revolucionario, como mujer revolucionaria, las coloca en un lugar de acción, algo que por escrito no lo he leído jamás aquí. Bueno, esto te podrás imaginar que causó estupor entre las mujeres y fascinación.
– En la novela incluís la reacción de Mariquita Sánchez, que queda alucinada con este escrito y con él también, ¿otro amorío de Monteagudo?
– Ellos tienen un vínculo vamos a decir estrecho (risas), porque ella además era una mujer tan lúcida, tan de avanzada, encuentra en este muchacho un par, un interlocutor y él lo encuentra en ella también. ¡Qué poco habíamos sabido de la vida de Monteagudo! Por lo menos a mí me dejó sin aire, yo todavía estoy envuelta en su capa, no tengo objetividad, soy pura subjetividad, estoy dominada, voy a decir domada por él.
“Yo sigo leyendo de tanto en tanto sudamericanos denostando a nuestros libertadores de América, casi reponiendo ese ansia por volver a ser colonia. No son algunos españoles trasnochados, absurdos y abyectos que dicen esa pavada. Realmente, me causa estupor”.
– Otro proyecto interesante de Monteagudo fue su idea de unidad hispanoamericana, con la que cautivó a Bolívar. ¿Qué se sabe de su proyecto de una nación americana y por qué fracasa tras su muerte?
– Por supuesto, San Martín ya se fue en ese momento pero tenían este ideal de Patria Grande, de un continente casi sin fronteras, estoy exagerando un poco, sin el español en el territorio. Son hombres realmente muy de avanzada. Por algo Monteagudo trabajó en las huestes de Bolívar, O’Higgins y San Martín, o sea, con los tres libertadores de América, fue asesor cercanísimo de estos tipos.
– ¿Qué representación circula hoy en Perú sobre Monteagudo?
– Mi primera presentación de la novela fue en Lima. Saben bien quién es, y están quienes lo quieren y quienes no, porque después de que San Martín se va a Guayaquil, vuelve y se vuelve, lo deja a él ir un poquito al mando del Protectorado y terminan echándolo del país porque Monteagudo estaba muy desatado. Yo sigo leyendo de tanto en tanto, que me parece notable, sudamericanos reivindicando algunas cosas y denostando a nuestros Libertadores de América, casi reponiendo ese ansia por volver a ser colonia. No son algunos españoles trasnochados, absurdos y abyectos que dicen esa pavada, sino que también leí algunos sudamericanos, leí algún ecuatoriano por ahí. Realmente, me causa estupor. Sin embargo, cuando estuve en Lima presentando “El Diablo” en la Feria del Libro, que estaba la sala llena y llena de peruanos que no me conocían, yo les hablaba de Monteagudo y asentían. Supongo que lo sienten suyo de algún modo. Hasta hace bien poco, unos cuantos años pero hasta hace poco, se seguía discutiendo su origen, su lugar de nacimiento, los bolivianos lo querían, los peruanos lo querían para sí. Querían apropiarse de Monteagudo.
– ¿Qué creés que nos enseña Bernardo de Monteagudo a nuestro presente y qué te ha enseñado a vos durante todo este proceso de investigación y escritura?
– Nos enseña a que no todo está dicho sobre el pasado, que es fundamental y necesario revivir el pasado, reponerlo, releerlo. Y a mí lo que me enseñó es a vivir con el fuego encendido, con la llama encendida. Además, me enseñó a tener orgullo de ser quien uno es, defender las raíces y estar alerta.
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