Filosofía y meritocracia
Ante la meritocracia, pongamos filosofía, reflexión crítica, pluralidad, para hacerle sentir al otro que estamos ahí junto a él, más allá de los merecimientos y de los méritos.
Por Román March (*)
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Los últimos días asistimos al reavivamiento de una cuestión muy polémica en varios espacios: la meritocracia o la forma de mirar la sociedad como un conjunto de personas que son capaces y exitosos en algo, simplemente porque así lo desean y así lo planean.
La publicidad de una empresa automotriz mostrándonos las comodidades de vivir en una meritocracia, disparó miles de críticas y encendidos apoyos. Con una serie de palabras como trabajo, sacrificio, entrega, estudio, meritócratas, sueños, obstáculos, avanzar, ahora, meritócratas, el mensaje que nos deja tiene como corolario de su ideología, frases tales como “donde el que llegó, llegó por su cuenta sin que nadie le regale nada” o “que sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene”.
Ahora bien, es importante distinguir tres conceptos que en esta discusión suelen confundirse: merecimiento, mérito y esfuerzo. La primera nos recuerda una afirmación del filósofo Aristóteles, “la dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos”. Esto supone que todos merecemos tener cosas mínimas por el mero hecho de ser, de ser personas. Y es por ello, que aparece relacionado a la dignidad. Este tipo de reflexión se acerca a la cuestión de la igualdad de oportunidades y se aleja de aquellas formas de pensar que niegan la posibilidad de superación.
La segunda cuestión, vinculada a la idea de mérito, nos hace pensar en una frase del poeta griego Píndaro: “No hay mejor mérito que saber aprovechar todas las oportunidades”. Y aquí aparece un nudo importante. Si tomamos esa idea de mérito, suponiendo que todas las personas tienen las mismas oportunidades, podemos escuchar frases tales como “Pablo tiene un buen trabajo porque hizo muchos méritos”. Pero también apreciaciones del estilo, “el alumno no hizo méritos para aprobar la materia”. Es decir, que Pablo aprovechó las oportunidades que tuvo y el alumno hizo todo lo contrario.
Ahora bien, ¿es realmente cierto que las personas siempre tienen oportunidades para lograr algo? Sabemos que no es así siempre. Justamente, no todas las personas tienen las mismas posibilidades. Y eso por múltiples variables como la económica, la social o la política. Y aun teniendo diversas oportunidades, en muchos casos, no se pueden concretar proyectos, anhelos o sueños.
Esto porque en el camino existen decisiones y acciones, que hacen los sujetos en su interacción con otros. No vivimos solos ni aislados. Las oportunidades de unos, son los infortunios de otros.
La tercera idea referida al esfuerzo, es la que se utiliza para suavizar las anteriores. Por supuesto que nadie puede dudar de que el esfuerzo debe tener un reconocimiento y un aplauso. Este aspecto es muy interesante porque el esfuerzo o la fuerza de voluntad puede ser puesta en juego por cualquier humano, sea de un sector privilegiado, de un sector postergado o de un meritócrata. Sin esfuerzo o voluntad ninguna persona puede emprender nada. Pero generalmente se mezclan los tres conceptos utilizando la fachada de la idea loable de esfuerzo para justificar el mérito y los merecimientos. Estos últimos tienen nombre y apellido, quienes los reciben como en quienes los deciden. En cambio, el esfuerzo, es una actitud vital, un valor, una forma de abordar las situaciones.
Por último, es interesante tener en cuenta los antecedentes literarios de la idea de meritocracia. Nos tenemos que remontar al año 1958 cuando el político laborista inglés Michael Young publica una obra titulada “El ascenso de la meritocracia”. Esta se trata de una distopía (relato pesimista sobre las falencias del sistema educativo en Reino Unido) donde se pronostican los “males” que viviría la Humanidad llegado el año 2034, siguiendo ese modelo de poder: las masas iban a ser privadas de sus derechos, las personas iban a ser divididas según su inteligencia, la política iba a resultar poco atractiva para la Humanidad, entre otros males.
Entonces, según lo que venimos analizando, podemos advertir ciertas problemáticas que hacen de la meritocracia un sistema excluyente:
Primero. Una sociedad organizada en torno a la idea de meritocracia es una sociedad que supone la existencia de la “igualdad de oportunidades”. Situación que no se da en la realidad material concreta de todas las personas.
Segundo. Una sociedad meritocrática es una sociedad que no tiene como objetivo eliminar la pobreza, reducir la desigualdad o la vulnerabilidad. Esto porque no asume que la economía y la política guardan relación. Aquí simplemente se redistribuyen las posibilidades de estar en el grupo de los ganadores, de los meritócratas, de los que se las arreglan solos.
Tercero. Un sistema donde impera la meritocracia tiene el problema de que tiende a generar escenarios en que los ganadores se llevan todos los premios.
Ante el mérito, esfuerzo. Ante el privilegio, esfuerzo. Ante el merecimiento, esfuerzo. Y ante la meritocracia, pongamos filosofía: reflexión crítica, pluralidad, emociones, confianza, responsabilidad, solidaridad. Hagámosle sentir al Otro, que estamos ahí junto a él… más allá de los merecimientos, de los méritos, que el sistema de cosas nos quiere imponer.
(*) Docente de Filosofía en nivel secundario e integrante del Grupo Phronesis (UNMdP).
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