Fernández insinúa una “nueva etapa”
Por Jorge Raventos
El masivo acto del 17 de noviembre (“Día de la Militancia”), convocado por la CGT y los movimientos sociales había sido programado antes de la elección del domingo 14, no con el objetivo de festejar un resultado que se imaginaba espinoso, sino más bien como un aprestamiento defensivo para sostener al gobierno de Fernández frente a una previsible combinación de embates externos y “fuego amigo”.
Ese apoyo al Presidente no equivale a un aplauso acrítico. “Es un gobierno de m…, -admite un veterano dirigente gremial-, pero es nuestro”. Su expectativa -y la de sus colegas- es que en los dos años que le quedan, Fernández sea más “nuestro” y corrija fuertemente lo que se ve mal y huele mal.
La algarabía y sus razones
Después de conocerse el escrutinio del domingo, el acto del miércoles adquirió un nuevo significado. La algarabía exhibida en la Plaza de Mayo, que sigue escandalizando a algunos analistas, se explica: el gobierno temía una catástrofe y descubrió que la capacidad política y organizativa del peronismo lograba una formidable recuperación y frustraba una vez más a quienes le diagnostican (o le desean) la extinción. Esa fallida acta de defunción se empezó a escribir incluso antes de que el peronismo existiera: el 10 de octubre de 1945, cuando el presidente Farrell ordenó la detención de Juan Perón (su secretario de Trabajo y Previsión), el diario Crítica tituló “Perón ya no constituye un peligro para el país”. El “peligro” se haría patente siete días más tarde y duraría mucho más que los autores del pronóstico.
El festejo tenía, además, otro motivo: como subproducto del resultado de las primarias y las generales, el peronismo conseguía desplazar a un costado a sectores que consideran ajenos y a menudo hostiles, a quienes homenajean a sindicalistas de izquierda y esquivan homenajear a José Rucci, y que, en definitiva, forman parte de los“mariscales de la derrota”.
Que la columna de La Cámpora quedara al margen del acto peronista del miércoles 17 y sólo llegara cuando los discursos habían terminado es la ilustración de un hecho político: el cristianismo ha quedado aislado.
A diferencia de lo que hizo después de las PASO, cuando frenó una movilización convocada por el movimiento Evita en defensa de la institución presidencial, esta vez Fernández respaldó el llamado de la CGT y pareció jubiloso de subirse a él. En su discurso adelantó que los cargos electivos del peronismo no se decidirán por el dedo de nadie, ni por vía de “los aparatos”, sino por la elección de los afiliados. Fue una de las pruebas de cambio de actitud que le ofreció a los organizadores, que le han pedido con énfasis que ejerza su autoridad institucional.
Fernández también blanqueó un secreto a voces: hay divergencias en el oficialismo. Él llamó a sincerar esas diferencias y a canalizar un debate democrático dentro del Frente de Todos. Los debates tienen su importancia, pero en rigor lo que la sociedad está pidiendo es que haya conducción. Una conducción efectiva, que empiece por escuchar y que aplique el sentido común.
Esperando a los gobernadores
No hubo una presencia notoria de gobernadores el miércoles en Plaza de Mayo, aunque hubo un esfuerzo -protagonizado por Juan Manzur- por conseguir su participación.
Es posible que la irrupción de los gobernadores se haya postergado hasta que se pueda garantizar una presencia medianamente masiva y calificada de mandatarios. El gobierno no quiere auspiciar un espacio dividido, sino un conjunto de gobernadores dispuesto a procesar colectivamente sus puntos de vista, sus acuerdos y eventualmente sus diferencias. En esta ocasión seguramente era difícil o prematuro para Schiaretti (o para Bordet, o para el santafesino Perotti) participar en una manifestación cuyos límites y alcances se desconocían previamente: aunque era notorio que los organizadores habían dejado fuera de la invitación al cristianismo, las vacilaciones y cambios de dirección previos de Fernández no les ofrecían demasiadas garantías de continuidad en los criterios.
Lo que es indudable es que el envión iniciado el miércoles necesita, para prosperar, sostenerse en un rol creciente de los gobernadores.
Exclusiones simétricas
En sus discursos -el que grabó el domingo 14 y el que pronunció en Playa de Mayo- Alberto Fernández pidió una actitud patriótica de la oposición, quejándose de la autoexclusión del diálogo que expresaron Mauricio Macri y Javier Milei. Macri había definido como “un acto oportunista” el llamado a dialogar que empezó adelantando Sergio Massa y que el presidente confirmó el miércoles.
Fernández prefirió centrar su crítica en Macri (subrayando la relación de éste con Milei), antes que en Patricia Bullrich, que es institucionalmente jefa del Pro. O que en Horacio Rodríguez Larreta, a quien espera tener como interlocutor próximamente.
Golpear a Macri, por otra parte, permitió establecer una exclusión simétrica a la que había insinuado Larreta unos días antes. El jefe porteño admitió que había cosas que dialogar con el oficialismo, pero puso una barrera a Cristina Kirchner. Fernández hizo lo propio con Macri: más allá de cómo sean los hechos cuando llegue la hora, esas dos declaraciones son una coincidencia: ambas apuntan contra las figuras emblemáticas de la grieta.
Responsabilidad y nueva etapa
En sus discursos del domingo 14 y del miércoles 17, Fernández empezó a dar forma a la nueva etapa. Anunció que pondrá a discusión con las fuerzas políticas, económicas y sociales tanto un proyecto de presupuesto plurianual, como un listado de asuntos sobre los que espera alcanzar acuerdos. En ese listado está, implícitamente, lo más importante: el acuerdo con el FMI. Desde la derecha, el liberal Espert adelantó que él lo votará, porque “sin ese acuerdo, el país se incendia”.
¿Acaso Juntos por el Cambio puede rechazar ese acuerdo? Una actitud de ese tipo es impensable, por el costo político que le demandaría. Habrá, seguramente, manejo político. Los halcones cambiemitas quieren saber si Cristina Kirchner y sus seguidores lo respaldarán. ¿Y qué pasaría si no lo hicieran? No es imposible que sectores del cristianismo prefieran “quedarse con la bandera” de la intransigencia (aunque es improbable que la señora de Kirchner acompañe ese comportamiento). Pero inclusive si eso ocurriera, ¿podría el Pro oponiéndose o absteniéndose obstaculizar el arreglo con el Fondo?
Se requiere, es obvio, una conducta responsable y patriótica. El llamado círculo rojo se encargará de recordárselo a todos los actores. En principio, a quienes ejercen el gobierno. También a la oposición,
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