CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 10 de julio de 2017

Feos, sucios y malos

por Jorge Raventos

El denominado conurbano bonaerense está constituido por 24 partidos que flanquean a la Capital Federal en tres cinturones y agrupaban, según el censo de 2010, 9.916.715 personas, un 65 por ciento del total de la población provincial (casi 16 millones, según aquel censo).

Si la provincia crece rápido demográficamente (13 por ciento desde el censo de 2001), el conurbano supera largamente ese promedio. En el mismo período, por ejemplo, La Matanza incrementó su población un 41,5%.
El censo de 2010 registró un total de 4.425.193 viviendas habitadas en el territorio bonaerense. Del total, un 15,4% es discretamente calificado por los técnicas como “vulnerable”.

De la integración a la marginalidad

La suburbanización habitacional empezó ligada a la ocupación y acompañando al desarrollo de fábricas y puestos de trabajo. Se hablaba entonces de “cinturón industrial”. Las primeras villas eran “de emergencia”: un paso en el camino y la esperanza de la integración.

Entre 1943 y 1955, el modelo de crecimiento adquirió impulso a través de la política de Perón. De entonces a la actualidad -por lo menos desde los años 70, cuando los sociólogos académicos comienzan a estudiar “la marginalidad”- la suburbanización cambia de signo: de hija de la ocupación industrial a ámbito del desempleo crónico, de los jóvenes “ni-ni” (ni trabajan ni estudian).

De los loteos de antaño (con sus formas organizativas a través de las comisiones de fomento y la experiencia adquirida en la vida sindical que acompañaba al trabajo), se pasó a los asentamientos y a agregaciones de otro carácter: las ocupaciones territoriales masivas de tierras vacías se hicieron en muchos casos sobre tierras dudosamente habitable, contaminadas, cercanas a basurales, inundables.

La retirada del Estado vuelve ficticio allí el mundo de la legalidad formal. La vida, las actividades, los intercambios en esas zonas responden a sistemas de hecho, a autoridades fácticas. Buena parte de ese entretejido social se desarrolla fuera de la ley, del sistema legal vigente.

Gente indignada

La mirada de los observadores periodísticos o académicos sólo esporádicamente llega más allá de la superficie de esa trama. A menudo ellos y su público subrayan sobre todo los rasgos “anormales” del tejido, rasgos que les resultan escandalosos vistos desde la lógica “normal” de los sectores sociales integrados, que pasan por alto la flagrante anormalidad de una enorme porción de la población nacional sustraída de las condiciones mínimas de una vida digna, víctima de la inacción e impotencia del Estado..

En un libro de lectura indispensable (“El misterio del capital”), el peruano Hernando De Soto abre la mirada para descubrir los aspectos creadores y constructivos de los fenómenos de ilegalidad en los asentamientos populares.
De Soto refiere a Estados Unidos, ejemplo virtuoso en la expansión del capital, y recuerda, por caso, que allí “crear derechos de propiedad por medios extralegales no ha sido nada insólito. La extralegalidad ha sido masiva”. Entre tantos ejemplos que enumera, menciona como dato que Vermont llegó a convertirse en Estado de la Unión por la fuerza de ocupantes y asentamientos extralegales que habían colonizado y desarrollado de hecho esos espacios y reclamaban infructuosamente que los estados que disputaban la jurisdicción sobre ellos (New York y New Hampshire) confirmaran los derechos de propiedad sobre las tierras ocupadas.

El conurbano bonaerense es un territorio en el que la extralegalidad convive con la ley y a menudo la reemplaza con una normativa paralela, de facto. Allí viven 419.401 familias, unos dos millones de personas, en 1.134 villas y asentamientos extralegales. La precariedad habitacional, sanitaria, educativa y laboral es paralela a la precariedad legal.

El misterio de CFK

Ese mundo abigarrado del conurbano, en muchos casos hacinado, al mismo tiempo vital y mortal, aparte de apariciones espasmódicas a través de movilizaciones canalizadas por organizaciones sociales que lo proyectan por momentos sobre el escenario político más amplio, había alcanzado su representación política más notoria apenas a nivel local, a través del poder de las intendencias.

Ese poder local siempre se encuentra atado a poderes más elevados –provincia, nación- como mínimo por necesidades prácticas (distribución de fondos y obras) y a veces por nexos de carácter político. Este último fue el caso mientras el kirchnerismo manejaba el estado nacional o condicionaba al, gobierno provincial y subordinaba intendentes.

Desprovisto de ese pegamento, el mundo de los municipios se convierte en archipiélago, que a su vez se apoya en el archipiélago de los barrios, un entrelazamiento de núcleos e intereses desperdigados, atado por jefaturas de distinta naturaleza donde los intercambios y actividades se desentienden de formalidades y normas legales.

En ese conurbano escandaloso, la fortaleza en intención de voto que registra Cristina Kirchner (particularmente en las zonas más numerosas y pobres) parece indicar que esos sectores encuentran hoy en ella un instrumento que los proyecte al escenario de la política nacional. Dicho de otro modo: que no encuentran por ahora un instrumento más eficaz para hacerse notar.

Ha sido esa opinión, que las encuestas contabilizan, la que ha empujado a gran número de intendentes a encolumnarse detrás de la candidatura de Unión Ciudadana.

Incluso desplazada del poder, con el cerco judicial determinado por su gestión y el cotidiano recordatorio de los medios masivos sobre esos hechos, la señora de Kirchner conserva su fuerza electoral principalmente en ese conurbano. Muchos se indignan ante el hecho y repiten (sobre todo para sí mismos y sus audiencias cautivas) que el kirchnerismo es el responsable de esa situación. Más trascendente que la indignación es la indagación: lo que interesa es preguntarse por qué el conurbano mantiene masivamente su respaldo.

Esta Cristina Kirchner es, por cierto, continuidad de la que ejerció la presidencia hasta hace un año y medio, hereda los activos y los pasivos de la larga década kirchnerista. Pero es preciso prestar atención a lo nuevo: esta vez ella está construyendo desde abajo, no desde el partido del Estado sino desde la intención de asumir una representación que otros menosprecian o subordinan, más ocupados en discutir o reemplazar “relatos” o en viralizar slogans en las redes sociales.

El dato es muy significativo, ya que el conurbano no solo es relevante en el plano electoral con vistas a octubre; más que eso, ese conurbano, ese escándalo de extralegalidad, es el nudo estratégico de las perspectivas de crecimiento y promoción social de la Argentina.

“Ni reir, ni llorar: comprender”

Como señaló Hernando De Soto: “Mucho más que una marea demográfica de pobreza, las oleadas de extralegalidad bien podrían ser el más importante factor que está obligando a acoger la revolución industrial y comercial que ya está encima (…)encima (…) La revolución de la propiedad siempre fue una victoria política que surgió de la acción de hombres ilustrados y agudos que vieron que la ley oficial no tenía sentido si una parte considerable de la sociedad vivía fuera de ella”.

Si no quieren -en nombre de la legalidad, la modernidad o la República- hacerle el campo orégano a la señora de Kirchner los actores del nuevo sistema político en gestación deberían aproximarse con vigor y lucidez a esa problemática, es decir, a esa población marginalizada, para asumir la misión de la integración nacional.

La integración nacional y social y la integración al mundo son dos caras de una misma moneda: no habrá una sin la otra.