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La Ciudad 20 de noviembre de 2017

Evalúan presencia y efectos de agroquímicos en la zona

Investigan el Imidacloprid, un producto capaz de disolverse en agua y se ha hallado aún en bajas concentraciones en el ambiente. También estudian la Azoxystrobina.

Mirta Menone, licenciada en Ciencias Biológicas y presidente de la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental.

Investigadores miembros del Conicet realizan diversos estudios sobre la presencia de agroquímicos en la Laguna La Brava. Es el caso de Mirta Menone, investigadora independiente del organismo y miembro del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Iimyc, Conicet – UNMdP). Se recibió de licenciada en Ciencias Biológicas en el año 1995 y desde allí comenzó su camino en investigación sobre los residuos de plaguicidas en el ambiente.

También es madre de una hija de 16 años, jardinera apasionada y amante de las actividades al aire libre. Menone es la presidente de la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental (Setac) en Argentina, una organización a nivel mundial y sin fines de lucro que reúne a miembros de la academia, industria y gobierno y que tiene como objetivo búsqueda de soluciones a problemas ambientales, regulación de recursos naturales, entre otros.

– ¿En qué consiste su trabajo de investigación?

– Esencialmente, mi trabajo consiste en la investigación y análisis de la presencia de contaminantes orgánicos como los agroquímicos en ecosistemas acuáticos, principalmente de agua dulce por su cercanía a las zonas de aplicación. Esta investigación se realiza no sólo analizando las concentraciones ambientales sino en el laboratorio a nivel suborganismo, es decir, a nivel celular, cromosomas, ADN, genotoxicidad.

– ¿Qué es la genotoxicidad y cuáles son sus efectos?

– La genotoxicidad es el efecto dañino de contaminantes ambientales sobre el material genético, provocada no sólo por pesticidas sino también por agentes físicos como la radiación ultravioleta del sol, entre otros. Estos efectos son alteraciones a nivel celular de los organismos, en su información genética y, por ende, en el ADN, pudiendo desencadenar por ejemplo enfermedades como el cáncer. Estas alteraciones pueden reducir el éxito reproductivo de los individuos conduciendo a una disminución de la diversidad genética y así provocar limitaciones en el “fitness” o en la performance de la población de ese ser vivo. De forma natural, los animales viven y se adaptan a estos ambientes contaminados pero con esta alteración, no desarrollarían el potencial genético en su totalidad.

– ¿Dónde realizan su trabajo de campo y cuáles especies se consideran para su estudio?

– Actualmente el trabajo de campo es en la Laguna La Brava. También, hemos realizado un trabajo en conjunto con colegas de la provincia de Córdoba, obteniendo muestras del Río Suquía y Río Ctalamochita (o Tercero) y analizando, además de agroquímicos de uso actual, los efluentes de residuos domésticos.

Para el estudio de la genotoxicidad, hasta hace poco tiempo, sólo se consideraban los modelos de plantas terrestres como el tomate o la cebolla, lo que impedía extrapolar las alteraciones detectadas al ambiente acuático. Fue un gran paso para la investigación la elección de especies acuáticas nativas de nuestra región, en su mayoría presentes en América Latina, como modelos de estudio. Es el caso de las plantas acuáticas Bidens Laevis (comúnmente “Margarita”) y Myriophyllum quitense (“Gambarrusa”) y de los peces dulceacuícolas Australoheros facetus (“Chanchita”) y de Jenynsia multidentata (“Madrecita o tosquerito”). De alguna manera el screening de especies acuáticas es pionero en esta temática.

– ¿Se considera algún pesticida en particular para este estudio?

– En un primer momento se consideraba el Endosulfan pero a partir del 2013 se prohibió su uso en Argentina y en el mundo. Ahora se investiga el Imidacloprid, un producto relativamente nuevo, que es capaz de disolverse en agua y se ha hallado aún en bajas concentraciones en el ambiente. Pero, si bien es considerado un insecticida de características “amigables” con el ambiente, puede generar de igual manera genotoxicidad. Su uso tiene algunas restricciones debido a que diferentes estudios comprobaron que provoca efectos de colapso en colmenas de abejas y de otros polinizadores silvestres.

Otro compuesto es el Azoxystrobina, que es un fungicida muy poco estudiado en Argentina y en el mundo pero el que tiene mayor presencia dentro del ambiente estudiado. Lo que se busca son concentraciones relevantes de estas sustancias en el ambiente. Es decir, cuánta cantidad real existe, para luego investigar en el laboratorio los efectos en una planta o en un pez en función de estas concentraciones.

– ¿Por qué considera que es importante este tipo de estudios?

– Estas investigaciones a nivel suborganismo son importantes porque funcionan como un sistema de alarma temprana. Se trata de captar las primeras manifestaciones de contaminación en el ambiente, a través del estudio de diferentes biomarcadores como la genotoxicidad o el estrés oxidativo, y como los organismos pueden ser afectados por la presencia de agroquímicos, sin la necesidad de esperar a que se encuentren mayores concentraciones capaces de causar daños extremos o irreversibles.

– ¿Su trabajo puede dar origen a futuras investigaciones sobre el efecto en las personas?

– Sí, totalmente. Es el caso de colegas de la Universidad Nacional del Litoral o de la Universidad Nacional de La Plata, que están llevando adelante estudios en poblaciones rurales con los trabajadores y en relación a su salud.
En nuestro caso, sería un disparador para hacer focos en potenciales problemáticas relacionadas a los peces que se consuman provenientes de la Laguna La Brava, por ejemplo, el pejerrey.