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Opinión 9 de abril de 2023

Estados alterados y pulsiones anárquicas

 

Por Jorge Raventos

El asesinato de un conductor de colectivo en un punto caliente del partido de La Matanza desencadenó el lunes 3 protestas que culminaron en un feroz ataque al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni.

Impotencia y furia

Esa parábola de violencia no fue solo una ilustración de los niveles de inseguridad que afligen a la sociedad, sino una alarmante señal de anarquía, de reemplazo del Estado por la acción directa. El ministro Berni, que acudió temerariamente sin más escolta que su segundo a una asamblea de choferes indignados por la muerte de su colega (un delito reiterado en el conurbano), soportó durante media hora la pedrea, los golpes y los insultos de un gentío que parecía dispuesto a lincharlo. Si no se llegó a este punto fue porque entre los presentes hubo quienes consiguieron contener a los más violentos y porque finalmente llegaron fuerzas policiales a rescatarlo y sacarlo del lugar.

En ese punto y ante esa situación, Berni –nada menos que ministro de Seguridad del gobierno de la provincia más poblada del país- era para los reunidos la encarnación de un Estado impotente… o cómplice. La Iglesia de La Matanza, a través de un documento que firmaron los obispos de San Justo y de Laferrere, monseñores Eduardo García, y Jorge Torres Carbonell, se pronunció sobre la situación; señaló que el asesinato del colectivero Daniel Barrientos “es uno más en la lista de los últimos años en los cuales ningún barrio ni zona ha quedado exento del robo, la entradera, el apriete, el choreo de celulares a plena luz del día; muchos de ellos seguidos de muerte” y consideró que “la sensación de los vecinos es que vivimos en territorio liberado o negociado… porque atrás de esta inseguridad sabemos que operan las grandes mafias de los narcos que han invadido con su negocio nuestros barrios”..

Los obispos destacaron el riesgo de desborde anárquico ante la inacción de la autoridad: “La violencia solo engendra más violencia…Reclamamos respuestas visibles que cuiden la vida de nuestro pueblo, de otro modo estamos corriendo el riesgo de ser una sociedad que empiece a hacer justicia por su propia mano y eso es algo que no queremos, porque la injusticia y la violencia que generarían serían aún más grandes”.

Kicilof y la Ley de Murphy

Ante los hechos, el gobernador bonaerense, Axel Kicilof, se mantuvo largamente mudo e invisible. Finalmente interpretó el crimen sufrido por el chofer con una rocambolesca conjetura que parecía insinuar que se trataba de una maniobra de la oposición. De inmediato, se dispuso un muy riguroso operativo policial para detener a algunos de los conductores enardecidos que atacaron a Berni y también un dispositivo de control y cacheo sobre los pasajeros de colectivos de La Matanza. El gobernador debería revisar el sexto corolario de la Ley de Murphy: “En cuanto se ponga a hacer algo, se dará cuenta de que hay otra cosa que debería haber hecho antes.

Estos sucesos son un ejemplo más de la descomposición de un sistema político que se ha caracterizado estos años por la evaporación del poder (empezando por el de la figura presidencial), por el estallido del diálogo político racional y el avance de la confrontación estéril, tanto entre oficialismo y oposición como en el seno de las coaliciones sobre los que uno y otra se asientan.

La centrifugación

El apartamiento de la competencia electoral que han anunciado Cristina Kirchner y, una semana atrás, Mauricio Macri forma parte de ese proceso. Los dos expresidentes son, seguramente, los más influyentes de sus respectivas fuerzas, pero son también los políticos más resistidos por la opinión pública, ambos son concientes de que no estarían en condiciones de gobernar y, más aún, que pueden ser jefes de las facciones más fuertes de sus coaliciones, pero ya no pueden conducirlas.

Mientras la señora de Kirchner frota la lámpara tratando de que mágicamente se corporice algún candidato salvador, el peronismo en su conjunto, tras la larga temporada de colonización kirchnerista, parece también haber anestesiado los reflejos de supervivencia y no encuentra aún ni su eje de reordenamiento ni un liderazgo alternativo. Es cierto, algunos gobernadores se están moviendo, Juan Schiaretti promete lanzar su candidatura (se toma su tiempo) y Juan Manzur acumula respaldos para estar listo si se lo requiere. Pero el tiempo electoral apremia.

Juntos por el Cambio acaricia una victoria; sin embargo, las elecciones no se ganan con buenos deseos ni con pronósticos demoscópicos. El virus de las disidencias atraviesa situaciones que parecían consolidadas: acaba de anunciarse un quiebre en Mendoza y ese distrito del Pro ha sido intervenido por la dirección nacional. Los libertarios pueden clavar un a pica en Flandes. En la Capital no cesa la no tan sorda puja entre los primos Macri y Horacio Rodríguez Larreta por la sucesión de este en la Jefatura de Gobierno.

El viejo sistema político no tiene, en rigor, demasiados pilares sanos sobre los que asentarse. Los partidos, que en la primera década democrática constituían un tejido social amplio y activo,y exhibían conducciones representativas y legítimas votadas en procesos internos de masiva participación (lo que otorgaba autoridad a sus liderazgos), hoy se ven escuálidos y fragmentados. Las estructuras partidarias, edificadas para abarcar permanencias más largas y producir articulaciones entre identidades arraigadas y cambios de época,no miran ni el mediano y largo plazo ni la realidad (esa que describen, por caso, los obispos de La Matanza), se ven contaminadas por la lógica de lo efímero, por el “tiempo real” de las tecnologías de la información, que promueven o entierran, en el curso de horas o días, temas o perfiles personales, que diseñan o pulverizan liderazgos.

Sin canales reales, la política, como arte de la construcción de afecto social y expresión simultánea de diversidades y de capacidad de conciliación, de conflicto y de convergencia, cede su paso a la antipolítica, a la desconfianza y la agresión o al sedicente neutralismo de la “gestión”. Teme la discusión de valores y proyectos. Y pierde capacidad para actuar sobre las situaciones que determinan la felicidad o la insatisfacción de los argentinos.

De lo que se trata es de reformular un sistema de poder que ha llegado al límite y que fracasa en garantizar orden y gobernabilidad del país. Hacerlo requiere un contenido, un rumbo y una base ampliada de poder. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas o simultáneas miradas de corto plazo.

Esa reformulación requiere un sentido estratégico, un contenido específico y una misión definida. Demanda, ante todo, representatividad, competencia y acuerdo alrededor de una política de mediano y largo plazo orientada a afrontar y resolver , en primer lugar, el drama de la pobreza y la marginalidad social que afecta a millones de compatriotas y constituye el mayor desafío que tiene por delante la Argentina. Lo que implica incrfementar la producción y la productividad. De lo contrario, la pobreza seguirá creciendo y la convivencia deteriorándose.

Después de la sequía

La sequía terrible sufrida por la producción agraria ha venido a empeorar el cuadro, recortando en alrededor de 20.000 millones de dólares las exportaciones, con sus inevitables consecuencias fiscales (caída de la recaudación) y sociales, que afecta principalmente a los más vulnerables.

Pero la sequía es un hecho excepcional. Pasado el fenómeno, Argentina está en condiciones de recuperar velozmente sus niveles de producción y exportación agroalimentaria, mientras en paralelo, con el aporte de Vaca Muerta y los nuevos gasoductos, se incrementa la capacidad de producción y exportación energética y se abren otros campos para atraer inversiones y fomentar crecimiento y empleo.

A partir del año próximo (y en varios aspectos, ya en el segundo semestre de este año) el país estará en condiciones de recuperar terreno e iniciar un ciclo de crecimiento que en poco tiempo podrá resolver un punto estratégico: el recurrente déficit de divisas, la famosa “restricción externa”.

El punto clave que hay que abordar reside en cómo evitar que esta nueva oportunidad histórica del país sea desaprovechada por el desorden de la política. El proceso de deconstrucción del sistema político que ha regido un extenso período de decadencia debe dar paso a una reconfiguración que garantice gobernabilidad y una amplia base de apoyo a un rumbo de desarrollo, integración nacional, federalismo, inserción internacional. y reparación social.

El gobierno que surja de las elecciones de octubre//noviembre reflejará todavía el proceso de deconstrucción y búsqueda de reordenamiento: habrá un Congreso en el que ninguna fuerza individual tendrá autonomía de vuelo, lo que supone o una inmovilidad legislativa análoga a la de las últimas semanas o, por el contrario, la más sensata perspectiva de acuerdos prácticos en el rumbo de acuerdos mayores.

Decía Antonio Gramsci que «la crisis consiste precisamente en el hecho de que durante el interregno en que lo viejo termina de morir y lo nuevo tarda en nacer: se verifican los fenómenos morbosos más variados».

Se trata de ayudar a que se abrevie el interregno, se acelere la transición hacia lo nuevo. Una comunidad puede atravesar momentos de crisis si siente que hay un rumbo, que hay unidad de sentido. De lo contrario, las esperanzas decaen, sobreviene la decepción, la centrifugación, el cuestionamiento a los otros (empezando por “la casta política”), las pulsiones anárquicas. En suma, el tobogán de la decadencia.