“Escribir es civilizar el dolor”
"Hasta que puedas quererte solo" es el nuevo libro del escritor Pablo Ramos, quien en esta oportunidad eligió el perturbador mundo de las adicciones.
En el libro “Hasta que puedas quererte solo”, Pablo Ramos se sumerge en el perturbador mundo de las adicciones como una forma de exorcizar fantasmas y dejar testimonio de quienes sobrevivieron, pero también de quienes murieron absorbidos en ese torbellino, a través de historias que si bien tienen un fuerte apego a la realidad rozan la ficción por la desmesura que las recorre.
En la publicación de Alfaguara, el escritor narra con prosa desbordada el día a día de personas que conoció en su raid frenético como adicto y vuelve la mirada sobre su propia experiencia y la de su hermano, a través de crónicas donde deja testimonio del Programa de los Doce Pasos como salida posible.
Ramos, quien desde que comenzó a publicar lo hace con apellido de su madre, cuenta que en esta última obra reaparece Gabriel -personaje de otros libros y hermano en la vida real-, y que la tapa lleva una foto de ambos, de cuando eran niños: “Estamos vestidos como mellizos casi y agarrados de la mano. Estábamos sentados sobre la camioneta a punto de caernos, ahí ya estaba operando algo secreto”.
El autor nacido en Avellaneda hace 50 años, repasa el libro en su inmensa casa de La Paternal, adonde ensaya tangos con un guitarrista y se ven restos del taller literario nocturno en el que tres veces por semana reúne a 60 personas empeñadas en escribir y subir textos en el blog: www.laarquitecturadelamentira.blogspot.com.ar.
En cuanto a su obra, confiesa: “Tengo tanto escrito sin editar como publicado, no soy un apurado para eso. Aprendí que mis lectores esperan un buen libro; está bien que se genere la espera”.
– ¿A partir de que situación surgieron estos textos?
-La motivación es mi hermano Gabriel, que es el objeto de mi literatura. La crónica “El vacío sagrado” que escribí en el libro es una forma de entender por qué de cuatro hermanos criados por los mismos padres, Gabriel y yo tuvimos y tenemos tantos problemas de adicción. Por qué es tan difícil para nosotros, en realidad más que para él que para mí en este momento.
Además, me pregunté por qué durante tanto tiempo lo vivimos como una deficiencia moral, con esta sensación de que el drogadicto es el malo, el drogadicto es ofensivo porque hay una idea hegemónica sobre esto. Cuando éramos adolescentes nos decían ’emborráchense pero no se droguen’, como si el alcohol fuera una droga menor, pero quizá es la droga más destructiva que vi, es la que más daño hace.
– ¿Por qué estructuraste la historia con los Doce Pasos de recuperación del adicto de Alcohólicos Anónimos (AA)?
-La idea fue tratar de explorar y ver el camino de estos 12 pasos de ‘Alco’, al que fuimos y vamos, que se que funcionan, y hacer una pequeña reflexión sobre cada paso. Parece una secta religiosa, pero no tiene nada que ver. En esos grupos encontré gente atea. Empecé con esa idea que me instaló Sergio Olguín, que hace cinco años me dijo ‘escribite un libro, sólo vos podés escribir un libro sobre crónicas de adictos’. Intento ver de qué manera se repara el daño que se hace cuando uno es adicto, tratar de entender eso que no se puede entender.
-¿Es realmente una enfermedad? No sé, pero opera con las características de una enfermedad, funciona como una enfermedad.
-Es un libro donde el personaje es Pablo, soy yo, no es ficción, pero hay una estructura de ficción en la que incluyo la historia de gente con la que viví, y de esta manera le llega más al lector.
-Si bien aparece la vida de muchas personas, hay mucha soledad en el libro, ¿por qué?
-Por el aislamiento que produce la droga. La droga te aisla y la gente no confía en vos, se hace difícil. Sin embargo, conocí mucha gente que quedó presente en mí. Decís borracho, drogadicto y detrás de esta persona hay alguien maravilloso, como Andrea, que en su locura se entrega a las drogas y a la prostitución, siendo casi de clase alta, por el juicio que el padre hace de ella. Andrea muere por el corte de una botella en la garganta, y es gente que conocí, no hay ficción.
Rolando, el de otra historia, es mi padre, a quien mi abuelo al nacer tira por la ventana cuando se lo muestra su mujer, porque a causa del alcoholismo no había notado que estaba embarazada. Mi padre cae en un ligustro, lo levanta una vecina que se llama Piedad y lo cría.
“Yo se que no me voy a suicidar”
-La historia de ‘El gordo’ que intenta suicidarse me hizo pensar en que ese impulso tiene la doble cara de la fatalidad y la salvación, porque luego encamina su vida.
-El suicidio es una salida. Borges dice que “el asesino es una persona que suicida su alma” y “el suicida es alguien que asesina al resto del mundo”. Me parece notable. Cuando no das más y querés que el mundo desaparezca, la idea del suicidio es salvadora. Yo sé que no me voy a suicidar porque tengo la fe católica bastante instalada. Pero es aliviador pensar que me voy, a veces, cuando me acuesto en la cama, apago la luz y me voy a otro planeta, es como un suicidio. Por eso el primer paso de Alco es “La rendición”, cuando admitimos ‘no puedo con la adicción’. La idea de Dios es variada, es una fuerza superior, y sin eso no hay forma de salir.
-¿Qué significó la escritura en tu proceso de adicción?
-Escribir es civilizar el dolor, así empecé a escribir. Empecé a leer a Santa Teresa. Mi idea de Dios es ese vacío sagrado donde puede habitar la ternura y en el adicto no habita la ternura. La cocaína te contrae los músculos, los órganos… el alma que tenemos adentro. Tal vez eso que llamamos alma sea un lugar en la panza, en el intestino o en el corazón. Se trata de soltar el control que en realidad es una ilusión. Se piensa ‘esta vez va a ser distinto, porque si otros pueden por qué yo no puedo tomar una raya, un vaso’. Pero ‘una alcanza y mil no son suficientes’, dicen en los grupos de Alco: una alcanza para iniciar la compulsión y mil no alcanzan porque me frena el hospital, la policía o la muerte, en el peor o el mejor de los casos.
-¿Qué te propusiste al escribir este libro?
-Rescatar la vida de estas personas y dejar un documento, poner en palabras y ordenar los sucesos. Cuando Olguín me planteó lo del libro me puso frente a una responsabilidad moral. Yo siento una responsabilidad de clase en mi literatura, soy un escritor de la clase trabajadora, mi estética son las herramientas, mis historias son plenamente humanas. Soy una persona que ama profundamente a la gente.
– En ese sentido ¿tiene algo de autoayuda tu libro?
-Claro, y no me avergüenza ni me pone mal, porque lo que sé es que es un buen libro. Pero qué libro no es de autoayuda si cuando leí “La náusea”, de Sartre, me identifiqué tanto. Una vez hablando de Dios dije ‘Dios no existe, Cristo no existió’, pero tampoco existió Roquetin de “La náusea”, tampoco existió Esteban Espósito “Del que tiene sed”, pero me cambiaron más la vida que el tipo que existió, ese vecino que no sé ni quién es.
-¿De dónde te viene el sentimiento religioso?
-La religión viene por mi mamá y porque de chico quería leer y me metí a estudiar para ser cura. Hice dos años en el seminario pero ‘fui’, por ser muy mujeriego, no compatibilizaba (se ríe). Mis cuatro amigos de esa época son sacerdotes los cuatro. En el paso dos, “El optimismo de la cruz”, hablo de lo que es mi religiosidad. Religiosidad es repetir los ritos que me hacen bien. La misa católica es un rito en soledad que me hace bien.
Todos los seis de enero los paso con los monjes trapenses de Azul desde hace cuatro años, ya tengo el turno para este año. Son tres días con voto de silencio con la oración del corazón de Jesús, que rezan “Franny y Zooey”, de Salinger. Esta unión del mantra oriental y de la religión ortodoxa rusa me apasiona. Voy a una mezquita cada tanto a escuchar a un hombre de Dios -como digo yo-, un hombre del gran espíritu -como dirían los pueblos originarios-, en momentos en que me siento bien.