Es la Constitución Nacional
Por Juan Aicega (*)
No quiero creer en los análisis astrales de la candidata “erótica”, pero pareciera que algo de realismo mágico hay en la Argentina, como si alguna maldición o “gualicho” para ser más autóctonos, nos hubiera atrapado.
La razonabilidad, nos haría pensar que somos un país con todas las condiciones objetivas para ser desarrollados, vivir como uno del primer mundo, y estar pensado cómo mejorar en las cuestiones de “sintonía fina”, como una vez dijo, la que vislumbro como una de las “engualichadoras”. Deberíamos estar analizando cómo mejorar aspectos de alto nivel de vida social, en vez de ver cómo rascar algo del fondo de la olla.
Puede sonar como una broma o un planteo sarcástico, pero estar luego de 40 años de democracia, con todas las libertades para gobernar, con 50 puntos más de pobreza que cuando nos gobernaba una dictadura; o 100 años después de haber ocupado un lugar entre los diez países más desarrollados del mundo, en el fondo de la tabla, es para alguna explicación esotérica.
Todos sabemos que no es así, acá no hubo magia…, pero algo hubo.
Yendo a este último tramo de la historia, a los recientes 40 años, solo una mezcla de corrupción, inmoralidad, falta de idoneidad, apatía, desprecio por la Constitución Nacional, amor a la mentira, desapego a la verdad de la historia completa y desprecio a la Patria, entre una lista de argumentos más que sería interminable, pero emparentados con estos, pueden comenzar a dar una explicación.
Es verdad que salir de un gobierno de facto, o dictadura, genera una serie de dificultades no fáciles de enfrentar. Volver a la normalidad de las instituciones, recuperar el Congreso Nacional, la independencia de la Justicia, el derecho al voto y la “gimnasia” para elegir el mejor gobernante, es una aprendizaje que lleva su tiempo. Salir de una Argentina violenta, volver a la legalidad en un país fracturado por el odio y la muerte de dos sectores de la sociedad enfrentados por una virtual “guerra civil” de varias décadas, no debió ser una tarea políticamente sencilla. De hecho se cometieron gruesos errores como negar la mitad de la verdad, y hoy lo seguimos pagando, entre otras cosas con ex terroristas ocupando cargos públicos.
Pero dejando los aspectos políticos para un mejor desarrollo en otra oportunidad, la rareza es por qué la clase política, sindical y social en general, se desvirtuó en sus objetivos, y luego de tantos años de oscuridad, no fueron por un país iluminado, y construyeron lenta y progresivamente una madeja de organizaciones mafiosas que se enquistaron en el Estado, empobrecieron a la sociedad y se enriquecieron ellos ilícita y obscenamente.
Tal vez una primera explicación, saliendo de los aspectos éticos y morales, sea que fallaron los mecanismos constitucionales de control. Las sociedades se organizan, piensan como quieren vivir, y en algún momento hacen un “pacto”, se fijan reglas, y se escriben leyes para cumplirlas, ya que es imposible entenderse de otra manera.
La más importante, y que regula a todas la demás es la Constitución Nacional, norma madre que todos debemos respetar y venerar, para que podamos organizarnos como colectivo. Tengo la grave sospecha de que hemos hecho de ella una letra muerta, o herida de muerte, según las conveniencias de esos grupos mafiosos que se apoderaron de la Argentina.
Los abusos de los tres poderes del Estado, de las organizaciones intermedias y de los particulares, de todos los signos políticos sin excepción, no hubieran existido o se hubieran corregido, con una Carta Magna respetada, cumplida, admirada y puesta cómo inicio y fin de todas las cosas de la vida pública y privada.
Corrió mucha sangre y tinta desde los albores de la Patria hasta su dictado, muchos desencuentros, rivalidades, guerras internas; pero también grandes acuerdos, mentes brillantes, hombre y mujeres que dejaron todo para llegar a esa gran solución social.
Lo que pasó en estos cuarenta años, fue olvidar que la solución para salir de un período oscuro de violación de la Constitución Nacional, de un gobierno dictatorial, era precisamente poner por delante de todo a nuestra Ley Mayor, casi venerarla como a una deidad, no dudar en su aplicación y cumplimiento, desde la persecución del delito público y privado, hasta el respeto irrestricto de las libertades previstas en su texto, pasando por cumplir con la forma de control entre los poderes constituidos; y por sobre todo fortalecer el respeto por el prójimo en el que se basa su articulado, y no generar una casta de privilegiados y una enorme masa de pobres y desamparados.
Cerca de una nueva elección, vale la pena ir pensando en estas cosas.
(*) Diputado de la Nación (Pro, Juntos por el Cambio)
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