Semiótica amatoria

Tu nombre:
pulso de una música nocturna,
acorde de fuego que Wagner ha forjado acaso.
Melodía secreta e implacable
que no descubrieron ni románticos ni goliardos,
ni capítulo alguno de la historia de la música.

Tu nombre:
conjuro que no se atrevieron a cifrar los grimorios,
encantamiento que no imaginaron ni Simón ni Paracelso.
Alquimia de sonidos que
al ser minuciosamente pronunciados
desatan los prodigios que temen los dioses.

Tu nombre:
verbo prohibido por Almanzor y otros árabes,
quienes -como es sabido-
censuran todo artificio
capaz de desafiar a Alá.

Mis versos de arena dispersa
ni siquiera profanan
tu nombre de preciso mármol.
Tu nombre vence a los dioses.
Tu nombre vence al tiempo.
Tu nombre vence al universo.

Es el universo.

La otra fiesta

Las velas ya ni siquiera humean.
Los cadáveres de los globos se desinflan.
Las sillas esgrimen su ausencia hueca,
y los ausentes se ciernen sobre mí.
Las migas no recomponen los manjares
-la saciedad es un paraíso perdido que mi carne no olvida-.
Las guirnaldas se ensucian sobre el parquet,
y nadie las levanta
porque no queda nadie para levantarlas.
El rumor de cierta música se niega a claudicar
porque no sabe que ya ha claudicado.

En vano me repito
que la fiesta no termina,
que hay
-tiene que haberlos-
otra danza,
otro canto,
otro amor.
Pero es la hora de la ausencia
y de la soledad multiplicada:
acá,
entre las ruinas de la fiesta,
no soy un hombre un año más viejo,
sino un hombre más solo
y más cerca de su final.

Memoria del muerto

Los fantasmas que asedian mi memoria
resquebrajan las murallas del hábito.
La gastada rutina estalla en pérdidas
que del pasado vuelven y al pasado
me confinan: soy huésped del pasado.
A los muertos les gusta recordarnos
que aún no se han ido, que irse no les place.
No es que me duela el haberlos perdido.
Me duele porque los sigo perdiendo
-la pérdida es un sangrante gerundio-.

Noche tras noche, el puñal del vacío
hunde su filoso abismo en mi cara
y en mis palabras. Mi verso y mis ojos
arden traspasados por un relámpago
de ausencia. La carencia rige el arte:
nada escapa del reino de la muerte.
Una fotografía, un sueño, un piano
-que también se borrarán algún día-
los invocan. Hablo de nuestros muertos.

Bendita la memoria, que prorroga
lo claudicado, que deja robarse
la ilusa llave de aquel paraíso
perdido, donde residen mis muertos.
Maldita la memoria, que recuerda,
noche tras noche, que este mundo ha sido
-y no volverá a ser- feliz. Es hoy
que borrarme no parece insensato.

(*) Cristian Tadeo Yucra Fonollá (CABA, 2002) trabaja de compositor, sobre todo en formato sinfónico-digital, y estudia Historia en la Universidad de Buenos Aires (parte de su trabajo puede escucharse en plataformas como Spotify, YouTube). Ganó en el 2020 el primer premio de poesía en el Certamen Literario del Instituto Libre de Segunda Enseñanza. Y recibió dos primeras menciones (de narrativa y de poesía, respectivamente) en ediciones anteriores de dicho certamen. Desde julio del 2021, es feliz miembro de la familia del Taller de Corte y Corrección. En el 2022, ganó el primer premio de poesía en el Certamen Literario “Premio Elisa Gort” organizado en Chubut. En el 2023, obtuvo una beca de la UBA para estudiar en la Universidad Carlos III de Madrid, donde profundizó en tópicos vinculados a sus pasiones, como el Siglo de Oro español.