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Cultura 18 de febrero de 2025

Entretextos: “De los remolques” de Carlos Fratini

El autor de obras como "Poema zorzal caracol espina", "Conversión" y "Las gaucheries" comparte un texto que forma parte de un proyecto en proceso realizado a partir de fotografías analógicas de Ludmila Baliño (Venado Tuerto, 1995) y restricciones experimentales de composición.

Carlos Fratini. / Foto: Camila Pastorini Vaisman.

Por Carlos Fratini (*)

De los remolques, de eso debían hablar, de los remolques. Cuando llegara el bebé, como la había apodado el ingeniero, debían estar listos. Esa tarde indicaba una dosis letal: podrían haber imaginado que los remolques entrarían por el costado sur del parque, pero en su lugar imaginaron otra expresión. Si lo hacían por el este, sólo habría que talar algunos pinos, pero no cientos. El ingeniero dio la vuelta al papel y, al ver la parte de atrás cubierta con sus garabatos, entendió que aún no habían tomado una resolución: cómo harían para que una noria inmensa, el gran juego de atracciones de la provincia, ingresase por alguna de las laderas del parque, si todavía no habían logrado resolver el acertijo de los remolques. Arrancó una hoja de su cuaderno y escribió en ella. Intentó unas letras sobre lo que le preocupaba: de los remolques. Una rueda de la fortuna traída de Francia, un obsequio del embajador al gobernador, una dádiva del gobernador a la gestión municipal de la capital, un símbolo. Como tal, podría reanudar un ejercicio perdido en la imaginación: los símbolos tienen la capacidad de desanquilosar el orden conservador, de imponer un nuevo sistema, de reactivar la maquinaria de las revoluciones, de desarmar la estructura del parque de la ciudad para erigirse como centro. El ingeniero sabía: había algo de imantación en esas piezas de metal fundido desperdigadas. Los notarios y periodistas las anticipaban como un gran prodigio. Él tenía la misión de reunirlas, de ponerlas a funcionar, de imponerlas como un minotauro nuevo, recién llegado, en un laberinto que tenía por lo menos ciento cincuenta años. Cuando terminó de escribir entregó la traducción. El maestro mayor la leyó y asintió. Por el rabillo del ojo vio que sobre el escritorio del ingeniero había varias colillas de cigarrillo. Era simple, pensaba él: tirar todos esos pinos podridos a la mierda y meter la noria. Al final del día barrerían todo y lo quemarían, un gran espectáculo de inauguración. Estudió de nuevo el papel y la pequeña y clara letra del ingeniero. Nada entendió de esas líneas superpuestas, que pretendían indicar algo. Metió cuidadosamente la hoja en la solapa de su saco y la cerró con el botón. Su mirada buscaba otra orden en los ojos de su jefe, pero no vio nada. Inclinó la cabeza y sonrió.

*

Si vos querés meter el remolque, dos más dos es tres: subís las liquidaciones para que baje el riesgo de inversión, pasás los pasivos a activos en cualquier entidad financiera, después golpeás la puerta, por supuesto en el marco regulatorio internacional, y te van a decir ahora sí recuperamos la confianza en vos y te van a recibir con los brazos abiertos, te sentás y negociás con los acreedores una quita del valor neto recaudado de los bonos emitidos a partir de la supresión de moneda fuerte y, como retorno, ponés una tasa de interés atractiva para los grandes productores de servicios. Nosotros lo logramos en seis meses, después nos dedicamos a la boca de la vaca y la cola de la rata.

*

La motivación filosófica del ingeniero era una vibración en la materia. Confiaba en las capacidades de las células en los agujeros negros de la mente. Algo en su movimiento, en su sinapsis oculta, conduciría al movimiento de la rueda de la fortuna. Nada sucede en la tierra sin una causa mediata: todo obedece a una ley. La ley del ingeniero era la del más débil. Sabía que tarde o temprano resolvería el asunto de los remolques. Pero quién los conduciría y los ensamblaría era todavía un misterio sin siquiera formularse. La tarde en que cruzó la ciudad, la plaza mayor y se pavoneó frente a la iglesia con veinte carretas de mulos que cargaban hormigueros en grandes peceras de vidrio, creyeron que estaba loco. Hemos de saber, en algún momento de nuestra historia, cómo ingresará la rueda, vitoreó a las masas, mas debemos encontrar antes una respuesta a quién traerá los tornillos. Las hormigas cruzarán el parque en direcciones arbitrarias, desconocidas, cargando bulones, tuercas, pistilos. Será la confabulación de técnica y natura, estaba diciendo, cuando un disparo le rozó la oreja.

*

¡Helgado pagote eres, Hipogeo! ¿Qué hicieron en el Real Jardín Botánico de San Sebastián de Río de Janeiro? ¡Lo que tú hubieras hecho! Una tierra yerma y oscura que convertida luego por las manos portuguesas renació en un verdadero Amazonas de la Razón. He aquí lo que le ha faltado a estos pueblos de egoísmo, de insensibilidad, de vicio dorado y prostitución titulada: ¡Razón! Ah, Hipogeo, mi contrito ratoncito suburbano, no temas ya: ¡Amémonon! Tu noria gira por mis sueños, los meninos ríen en las cumbres, pero por las noches (¡oh, borrasca!), una turba cabeza corta los rieles y me deja en vela.

*

El desquite fue aquella función de agosto: la enorme plancha de asfalto blanqueada de bosque, silbatos, arbotantes, ruedas, peatones, edificios y campanillazos, vertiginosamente inversa, se detuvo a las tres de la tarde. Quedáronse sin aliento. A la retaguardia, el maestro mayor prodigaba latigazos e injurias sobre los obreros. ¡El país se saca adelante trabajando! ¡Afuera el oro! ¡Hemos vuelto al mundo! ¡Todos se harán lenguas de nuestro coraje! ¡Ya me trae de los cojones esa luna abotagada que va en círculo! ¿No ha quién la enderece? ¡Indios galantes! ¡Patiquincitos! ¡A que nadie se atreve a escupir la bandera francesa!


(*) Carlos Fratini nació en Mar del Plata en 1996. Publicó los libros “Profílicas de oro” (Oficina Perambulante, 2019), “Tapal” (Goles Rosas, 2021), “Poema zorzal caracol espina” (Es Pulpa, 2022), “Conversión” (Hemisferio Derecho Ediciones, 2023) y “Las gaucheries” (Cepes, 2024). Es el padre fundador de la editorial ahora. “De los remolques” es un proyecto en proceso realizado a partir de fotografías analógicas de Ludmila Baliño (Venado Tuerto, 1995) y restricciones experimentales de composición.