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Cultura 20 de marzo de 2017

Encuentro en el sur del mundo

El ritual de las historias (Segunda parte)

Por Luciano Testoni
@Luchobuendía

NOVIEMBRE 2016.

Estoy en un bondi con la extraña sensación de tener las piernas de goma. Los ojos se fijan en el horizonte. Mezclo mi ahora con lo que viví en la semana anterior, me quedo un rato absorto junto a ese tropel de ideas. Escribo mi presente para no olvidarlo mañana. La ruta es larga y está llena de giros, los colectivos se agitan entre subidas y bajadas que me dejan el estómago revuelto y la sensación de pisar arena en las plantas de los pies. El bondi frena. Estoy en otra ciudad que quizás no vuelva a ver nunca, otro pueblo que no podría ubicar en un mapa. Bajo en todas las terminales y me fumo un cigarrillo que siempre es a las apuradas. La mano derecha envuelve un vaso de café, la izquierda se debate entre el cigarrillo y el celular. En las terminales siempre es de noche y hace frío. Subo, busco la postura en la cual permanecer cómodo y el zumbido del viento y el ronroneo contínuo del motor pasan a un segundo plano una vez que el sueño se decide a llegar.
El día es cálido, pero cuando el sol desaparece unos minutos el viento se encarga de recordarme que estoy en el sur de Chile. Paso las casitas que son todas iguales, cruzo la plaza del centro, me freno en la esquina del café más rico. Es un buen momento para darle el primer vistazo del día al volcán. Camino al lago central de la ciudad-pueblo de Puerto Varas, en el borde del lago hay un grupo de perros que no paran de jugar. Hay uno que se diferencia del resto y me provoca el deja-vú más extraño de mis viajes. Es mediano, todo de color marrón, más oscuro en el lomo que en las patas, es Lorenzo. Pienso. No, no puede ser Lorenzo. La última vez que hablamos, Ben estaba en algún pueblo de la Patagonia, camino a Ushuaia. Vuelvo la vista al lago, a los volcanes y las montañas, el aire se siente más ligero en los pulmones. Miro hacía enfrente y hay una camioneta beige estacionada cerca del café. Es el mismo modelo que Wally. No tengo ojo profesional para estas cosas, no puede, ni va a ser. No es Wally. Me acerco, la gente me mira extrañada. Recorro la camioneta, me detengo en los detalles, busco similitudes con mis recuerdos, algo que me arrastre nuevamente al presente. Wally, Ben y Lorenzo están cerca, pero una cordillera más allá. Me alejo unos pasos, ensimismado medito en la locura que se me acaba de cruzar por la cabeza, me distraigo, me alejo de lo que pensé en la última cuadra, el tiempo se expande cuando estoy de viaje. Levanto la mirada, y él aparece después del primer parpadeo. Está sentado en unas escalinatas de cemento claro con la mirada en dirección al grupo de perros. Escucho el silbido característico; escucho el ruido de vidrios en mi cabeza que se rompen. Campera verde, lentes oscuros, la misma barba de once meses atrás; escucho mi voz pasar de pregunta a afirmación estirando la única sílaba que me sale: ¡¿Ben?!
A las once de la noche salí del hostel hasta el punto de encuentro. El celular y el mapa en la mano anulan mi pésimo sentido de la orientación. Mientras más camino y me alejo de los tres o cuatro lugares en la costa donde hay gente, más me adentro en el silencio de la noche. Desde unas cuantas cuadras antes de llegar vi la camioneta. Las luces estaban prendidas, y el toldo extendido. Había una alfombra tipo persa (la que usó en todo el viaje como extensión de piso), una mesita con algunas tazas (los vasos de vidrio no son buenos amigos de las camionetas), y la puerta estaba abierta. A unos metros, en la oscuridad había una mancha que se movía con una luz naranja en el medio, era Lorenzo con el collar con luz (la mamá de Ben se lo había mandado la navidad anterior, y sobreviviría más de un año hasta que en un río decidió por fin apagarse). Saludé a Lorenzo, y me asomé a la música de las voces de adentro. Ben, Tim y Damien estaban sentados, hablando y tomando vino (en Chile el vino es más barato que la cerveza). Entré, los saludé, y en un abrir y cerrar de ojos había aparecido un termo con agua caliente, con el cual Damien (Suizo) trataba de explicarme como hacer un buen mate, yo argentino. Surrealismo. Damien estaba haciendo su viaje en bici por el sur de Chile y Argentina, cuando se encontró con Ben cerca de Bariloche, y desde entonces viajaban juntos. Tim había viajado hace una semana a Chile, a traerle unas cosas que Ben había comprado en Estados Unidos.
Desde el año anterior, cuando lo conocí en Cartagena, Ben recorrió cinco países, y tenía los bolsillos llenos de historias. En enero se paró en el medio del mundo en Ecuador, y conoció “Montañita” con su fiesta de nunca acabar. Pasó dos meses en Perú, se maravilló de su gente que respira la mitad del aire, y vio las tradiciones Incaicas mezcladas en el folclor popular. Recorrió Bolivia, con las miradas que ven a través del alma, sobrevivió a “La ruta de la muerte”, y estuvo en el “Salar de Uyuni” con sus dos cielos. Los paisajes son arrancados de un calendario. Salta y sus montañas de mil colores, Chile y las rutas enredadas, el desierto más árido del continente, la gente que habla rápido, un zig-zag de no acabar que unió a la cordillera. El corazón que siempre corre tras el horizonte infinito. Y entre todas las buenas, Wally que dos por tres se cansa y necesita unos días para recuperarse, y Bariloche con el trago amargo que no esperaba. En mitad del día, en la plaza central de la ciudad, le abrieron la camioneta mientras iba al veterinario con Lorenzo. Le robaron todo lo que no pudieron desatornillar. La mochila con toda su ropa, las frazadas y la bolsa de dormir, la cámara con sus lentes, la guitarra con sus canciones, y la computadora junto al disco externo, con casi dos años de fotos y textos en los cuales se contaba a él mismo su historia. La angustia de que se lleven lo que es de uno, el dolor de saber que hay cosas que no se pueden recuperar porque no son una inversión material, la frustración de querer hacerse entender en un sitio distinto al propio en donde no hablan tu idioma, y el tiempo que permanece indiferente a lo que nos pasa. Al dejar Bariloche, conoció dos trabajadoras sociales en el camino. Le hablaron de sus proyectos, de su trabajo, y le mostraron la parte que no se ve en las publicidades. Los asentamientos con condiciones mínimas, los problemas ante la falencia de recursos, historias de gente del lugar. De esa charla con ellas, Ben entendió que de alguna manera la necesidad muchas veces no entiende de recuerdos ajenos. Dejó atrás los malos recuerdos, y cruzó a Chile concentrado en vivir el ahora sin pensar tanto en la foto para después. Wally se rompió una vez más en Puerto Montt, donde estuvo una semana, y donde se encontró con Tim y sus cosas nuevas que venían a reemplazar a las viejas, y después de recorrer todo Chiloé, decidieron en grupo subir a Puerto Varas, para visitar parques nacionales y descansar unos días. El día que Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, Ben se enojó con su país. En lugar de quedarse encerrado en la camioneta, optó por ir a caminar con Lorenzo. Mientras Lorenzo jugaba con un grupo de perros, y él lo observaba de reojo, vio a alguien que caminaba en su dirección. A la pregunta-que-se-volvió-afirmación de quien llegaba, él respondió igual, pero con las dos únicas silabas que le salieron: ¡¿Lucho!?
El tiempo se quedó a vivir en un bucle. La madrugada nos encuentra hablando, como siempre que el vino, y las buenas compañías, aflojan al corazón. No se va de mi lado la sensación de haber vivido estas cuatro horas dentro de una película. Lento, la euforia se empieza a quedar dormida. Lento, la hora de la vuelta empieza a aparecer junto al sol. Lorenzo ya sueña en el asiento. En el aire se levantan cuatro tazas, todas de diferentes tamaños y colores, el último brindis se repite: que este no sea el último brindis.

(*) Los viajes de Ben pueden seguirse en instagram: @benbenbuhben