Castelli es el pueblo en que nació y creció Lorena. Una infancia rica en libertades y naturaleza. Tardes enteras divirtiéndose con sus amigos en la plaza del pueblo o en la orilla de La Rosita, la amplia laguna del lugar. Con la llegada de la adolescencia, el pueblo, su pueblo, empezó a quedarle chico, pero no tenía demasiadas alternativas. Lorena siempre fue muy observadora. Era una de esas nenas que buscan aprender y comprender todo lo que sucede a su alrededor. Por eso, quizás, consiguió su primer trabajo con mucha facilidad. A sus recién estrenados dieciocho años ya estaba empleada en la estación de servicios de la ruta. La ruta se le presentaba, en esos tiempos, como la estación de trenes en la que hizo tantos viajes imaginarios, enriqueciendo sus historias con las pocas personas que de los vagones veía bajar.
Lorena sueña con irse de la quietud, con tomar distancia de sus amigos de siempre, con poder llegar a hacer algo o a ser alguien diferente, alguien que se animó a salir del modelo de mujer que acepta lo que en suerte, o en el pueblo, le toca. Es que tanta monotonía diaria, tanta repetición automatizada, tanta lentitud cotidiana le potencian las ganas de no pertenecer. El trabajo le abrió ventanas porque le permite ver realidades muy distintas a la suya y la de sus pares, familias, camioneros, viajantes, comerciantes que pasan por sus mansas tierras rumbo a la costa o a la Capital. Todos esos autos cargados de sueños y todo ese movimiento tan real la fueron animando.
Su sueldo y las propinas que le dejan, por amable, por simpática, por desenvuelta, le permiten ahorrar, ya que en su casa pueden, casi todos los meses, prescindir de su dinero. La casa humilde de sus padres, caracterizada por el olor a kerosene mezclado con el aroma de las comidas contundentes que su mamá prepara a diario, se sustenta gracias a la fortaleza de su papá que dedica horas y horas al campo, que aún con el cansancio y la piel engrosada de tanta inclemencia, llega, de la mano del atardecer, a su hogar con la alegría del retorno, con el ejemplo vívido y tibio del disfrute de la simpleza. Y Lorena lo mira, y no lo entiende. Tanta calma la desespera.
Lorena se va a trabajar un miércoles y cuando su papá llega esa misma tarde no la encuentra. Y no se asusta. La alarma comienza a reinar cuando no llega esa noche ni vuelve el jueves. El viernes, con la desesperación asumida, reciben una carta de la joven en la que se disculpa por no haberles avisado y justifica su decisión en la imposibilidad de crecer dentro del pueblo. Se fue a Mar del Plata porque le habían ofrecido un trabajo en otra estación. Y promete, además, mantenerlos informados.
Y allí, así quedan sus padres y sus hermanos, en el pueblo. Rezando a sus dioses y a sus modos para que nada malo le suceda a la bella Lorena, a la esbelta de piel morena, a la pequeña sonriente de mirada almendrada, a la inquieta buscadora de tesoros y conocimientos. Rezan porque le temen al mundo. Creen haberle transmitido buenos valores y moral. Esperan, a diario, el sonido hueco de las palmas del cartero anunciando las novedades que Lorena les envía, en ocasiones junto con algunos pesos, una o dos veces al mes.
Por lo que en las cartas les cuenta se ve que tan mal no hicieron las cosas. Se ve que a la pequeña le va bien. Lorena les cuenta experiencias y en sus relatos los hace viajar. Hay un ritual respecto a estos sobres tan llenos de cariño. Por lo general los recibe la mamá de Lorena, pero no se abren hasta que no están los cinco reunidos en la casa. Y las leen y se ríen, se emocionan, imaginan, viajan con ella. Hay belleza, hay un amor que crece y se fortalece aún en el dolor de la distancia.
Pero este sábado las palmas del cartero suenan distintas.
Es Lorena, que frágil como el día en que nació pero decidida como el día en que se fue, golpea con fuerza sus delicadas manos. Estarían aun durmiendo. Invoca, en silencio a todos sus dioses.
Y supo, al poder verse en esa mirada sabia y cálida, que su papá la había perdonado, la había comprendido, y mejor aún, vio que su papá, hoy tan canoso como sabio, seguía enseñándole.