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Cultura 15 de agosto de 2017

“En mi caso, la escritura no tiene ningún poder de sanación”

En "El salto de papá", Martín Sivak vuelve sobre el dolor del secuestro de su tío y va dando lugar a una crónica sobre la vida política argentina durante los '80.

Martín Sivak.

Martín Sivak (Buenos Aires, 1975) narra en “El salto de papá” la intensidad de la vida de su padre, desentraña su pasión por la política, vuelve sobre el dolor del secuestro de su tío y va dando lugar a una crónica sobre la vida política argentina durante la década del 80 desde la búsqueda de un hijo por recuperar la voz de su padre.

Jorge Néstor Sivak se recibió de abogado, eligió el comunismo como identidad política, defendió presos políticos y lo fue entre 1972 y 1973. La muerte y el secuestro de su hermano mayor lo convirtieron en banquero y se suicidó el mismo día que el Banco Central formalizó la quiebra de la empresa en la que intentaba ejercer ese rol y que había fundado su padre: Buenos Aires Building.

Martín Sivak es licenciado en sociología (Universidad de Buenos Aires), doctor en Historia de América Latina (Universidad de Nueva York) y autor de libros como “El doctor: biografía no autorizada de Mariano Grondona”, “Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales”, “Clarín, el gran diario argentino” y “Clarín, la era Magnetto”.

A días de la salida de “El salto de papá” recibió a Télam para hablar de un libro para el que no encontraba un final hasta que una disputa con el Jardín de Paz y la muerte de Fidel Castro le dieron la posibilidad de pensar un cierre.

– El libro está compuesto por dos partes: una con más impresiones y recuerdos personales, y otra segunda parte con muchas entrevistas, desde tu hermano hasta Seineldín, ¿Cuál fue la que más te costó?

– Todo el proceso fue muy difícil. Un encuentro que recuerdo particularmente complicado fue con los gerentes del banco de mi papá, que era muy poco desconfiado pero en los últimos meses empezó a desconfiar de la administración de estos gerentes. Veinticinco años más tarde me encontré con ellos y en ningún momento ese encuentro estuvo mediado por la idea de ajuste de cuentas monetario, pero traer en esa cena la cuestión de la desconfianza de mi papá fue muy incómodo. También lo fue ir encontrándome involuntariamente con situaciones, lugares vinculados a su historia y a nuestra relación. Cuando no podía salir de la historia también era muy sofocante. Tuve momentos en los que quise que se termine el libro y no podía, y esa imposibilidad se terminó volviendo parte del libro. No hubo una estructura pensada para demorar el final.

– ¿El nacimiento de tu hijo fue un disparador de la escritura?

– En el 2001 era el aniversario número 11 de su muerte y pensé en un cierre para el 5 de diciembre (el día de su muerte). Me propuse escribir algo con la idea de mandárselo a mi hermano, que ya vivía en Francia, y a mis ocho mejores amigos. Eso ya me resultaba difícil porque me ponía en una situación de exposición que no sé si la llevo muy bien. Sin embargo fue muy emocionante que muchos de mis amigos se sintieran tan conmocionados por lo que escribí, que es el capítulo dos. Hubo algo de alivio pero no pensé en la posibilidad de publicar. Pasaron nueve años y cuando mi hijo estaba por nacer empecé a escribir sin mucha claridad.

– ¿Hubo algo de esas entrevistas que te haya sorprendido particularmente?

– Sí, con mi mamá y mi hermano siempre creímos que mi papá estaba escribiendo un libro sobre el ejército argentino con León Pomer y por esa razón venía a almorzar Lanusse a casa sábado por medio. Cuando me encontré con Pomer me dijo que no había libro, que eran reuniones políticas. Pensá que en el 84 cada 15 días iba a casa el presidente de facto por el que mi papá estuvo preso casi un año y si no era por mi mamá, Lanusse nunca se hubiera enterado de eso porque después de unos meses le dijo: “Usted no lo sabe pero mi marido estuvo preso mientras usted fue presidente”. De modo que mi papá no quería ajustar cuentas personales, tenía fascinación por influir.

– En un momento decís que tu papá fue alguien que no pudo ser ni el hijo mayor que supo satisfacer a su padre con el negocio familiar ni ese hijo más chico que se fue lejos…

– Era percibido como el desprolijo que no era capaz de administrar una empresa, de hacer buenos negocios. Su padre fue el que creó la empresa, era un hombre de negocios que encontró en un mundo que ya no existe el filón del Partido Comunista. Mi abuela Victoria, su esposa, sí era comunista, en el sentido profundo del término, con adhesión a los valores socialistas, marxistas, leninistas.

– Como tu papá. ¿Él también se definía como comunista?

– La identidad política de mi papá siempre fue la izquierda, el marxismo-leninismo, la Unión Soviética. Pero siempre fue bastante inorgánico, se fue del partido comunista en el año ´67. Más tarde estuvo en las FAL pero dejó de pertenecer a una organización. En mi casa la cultura de izquierda estaba muy presente. Uno podía convivir con ese mundo cultural de la izquierda y tener un banco, como si fuesen mundos posibles. Uno podía tener un banco y escuchar a Zitarrosa.

– También está la mirada de tu hermano en el libro…

– Una de las cosas más lindas de este libro es leer la carta que escribió mi hermano. Hubo muchas versiones, mucha reescritura, pero cuando faltaba poco tiempo me decidí a escribirle a mi hermano y agregó esa carta. Nosotros siempre hablamos de mi papá pero verlo en papel es otra cosa. Entrar a una librería y ver la foto de mi papá también es fuerte.

– ¿Por qué la foto de tapa de tu papá en la pose de boxeador?

– El título no lo tenía pero siempre quise que esa foto fuera la tapa del libro. Nunca se me pasó por la cabeza cambiarla, porque hay muchas cosas de mi papá: a él le gustaba jugar al boxeador, con esa pose. También hay algo del estoico que deja de serlo. De hecho uno de los títulos posibles era “Boxeador en Moscú”, que era para reforzar esa foto.

– También está el ritual del fútbol que compartían yendo a la cancha y cómo el final de eso marcó un poco la forma de relacionarse…

– Mi papá me decía “vení al mundo de los adultos”, él no venía al mío, entonces en el fútbol era un punto de fuga y es uno de los lugares comunes más inevitables de la paternidad. En su depresión final tenía miedo de que lo detuvieran por la quiebra del banco y su gran fantasía era que lo iban a identificar y lo iban a llevar esposado de la cancha, entonces tres meses antes de su muerte dejamos de ir. Hay algo de la decisión de dejar de ir a la cancha y la decisión de dejar de ser papá.

– ¿Ya tuviste repercusiones de la familia, los amigos cercanos?

– Puedo imaginar cosas pero a mí nadie me dijo nada. Escribí descarnadamente y sin pensar si iba a molestar a alguien o no. Obviamente que en personas próximas a mi papá puede generar cierta incomodidad. A veces me preguntan si escribí para sanar o cerrar la historia. En este caso no escribí para sanarme, ni para cerrar la historia, escribí porque tenia ganas de escribirlo pero darle a la escritura la posibilidad de la sanación es darle un poder que en mi caso no tiene.

– Después de este trabajo ¿cómo definirías a tu papá?

– Escribí 300 páginas y no pude. Un epígrafe es banquero comunista, que funciona, y es una buena contradicción, pero es más complicado. A él le interesaban tres cosas: la historia de la Unión Soviética, el peronismo y la Segunda Guerra Mundial. Era muy curioso y muy lector pero no le interesaba producir, escribir. Tenía mucho del dirigente político que puede hablar de muchos temas, intentar ser socialmente bilingüe, que era algo que no sé si lo conseguía. No fue abogado porque no le interesaba ejercer, salvo cuando defendió presos políticos y estaba en la gremial de abogados, pero eso duró poco. Empresario no era una situación en la que se sentía a gusto. Era un aficionado a la música, al ajedrez y a muchas cosas, y bastante megalómano.