Por tercer mes consecutivo, la inflación se mantuvo en niveles altos, pero inferiores a las estimaciones que se daban a través de diferentes consultoras y que desde las propias filas oficiales se dejaba deslizar de manera extraoficial.
El efecto parece obvio. Tanto el 1,3 por ciento de mayo como el 1,2 por ciento de junio son tasas altas no solo para cualquier país del mundo en el que la inflación ya es un problema del pasado sino para el propio Gobierno y el Banco Central, ya que esos porcentajes los alejan cada vez más de la pauta del 17 por ciento para todo el año.
Pero como son inferiores a las estimaciones que marcaron la agenda las dos semanas previas, se crea una sensación de alivio por la supuesta “baja”. Un truco demasiado viejo que la necesidad hizo reeditar.
Consuelo demasiado módico si se tiene en cuenta que la tasa anual en Brasil cayó al 2,71 por ciento. La meta del gobierno argentino es alcanzar dentro de dos años el doble de ese porcentaje.
Para colmo, el calendario de publicaciones del INDEC no pudo ser más inoportuno. El 1,7 por ciento que difundió el organismo apenas dieciocho horas antes del inicio de la veda electoral no deja margen para muchas explicaciones. Y lo que es peor: tampoco deja demasiado margen para alcanzar la pauta de un 17 por ciento que, probablemente, quede agotada en octubre.
El ministro de Producción, Francisco Cabrera, ya preparó el terreno para un sinceramiento que será inevitable, al reconocer que no se llegará a cumplir con la meta y la inflación de todo el año se ubicará en torno al 20 por ciento. Nada mal en comparación con 2016 y hasta con las previsiones de un 22 por ciento del último Relevamiento de Expectativas del Mercado.
Por otra parte, agosto vendrá con un aditamento especial. Hasta el momento, el caballito de batalla del oficialismo a la hora de referirse a la inflación es la permanente baja de la tasa interanual.
En ese punto, las noticias son alentadoras mes a mes, ya que hubo un descenso de más de quince puntos porcentuales de diciembre de 2016 al presente. En series más largas, como la de la Ciudad de Buenos Aires, el 22,6 por ciento de los últimos doce meses es el porcentaje más bajo desde que la Dirección de Estadística y Censos porteña implementó sus mediciones hace tres años. Ya no se trata, entonces, de la menor inflación en la gestión macrista sino también de un presidencia y media de Cristina Fernández, después del recesivo 2009.
Pero esa tendencia declinante tendrá su fin o, al menos, su interrupción el martes 12 de setiembre. Ese día, el INDEC dará a conocer el índice de precios al consumidor nacional de agosto. Y por primera vez en el año, la inflación será superior a la del mismo mes del año anterior.
Hace doce meses, el Gobierno tuvo que retrotraer el incremento tarifario del gas por un fallo de la Corte Suprema. Y esa decisión se reflejó en un índice de precios sorprendentemente bajo de apenas el 0,2 por ciento. Ni el más exagerado de los optimistas espera que la inflación de agosto de 2017 siquiera se acerque a ese porcentaje. Y en consecuencia, la tasa interanual volverá a crecer después de un año.
Las estadísticas tienen esas cosas. La notoria caída de la inflación interanual obedeció a que la base de comparación la constituyeron los primeros meses de 2016, los de más alta inflación por la combinación del alza del dólar con los incrementos tarifarios. A partir de ahora, los índices de precios tendrán que compararse con los del segundo semestre de 2016, en promedio tres veces más bajos que los de la primera mitad de ese año.
La suba del dólar
Si bien el 0,2 por ciento de agosto fue una excepción que se compensó con el 2,4 por ciento de octubre, la inflación de los otros meses no es demasiado diferente a los números actuales: 1,1 por ciento en setiembre, 1,6 por ciento en noviembre y 1,2 por ciento en diciembre.
Antes de ponerse a hacer proyecciones, conviene tener en cuenta una serie de factores que conspiran contra los propósito de continuar con la reducción de la inflación.
Por un lado, el incremento de la cotización del dólar. No hace falta que se traslade totalmente a precios para que el impacto se haga notar. Solo en julio es aumento fue del 6 por ciento y su presión en los precios de agosto no es un tema para desdeñar.
En segundo lugar, ya está anunciado un nuevo incremento tarifario del gas para noviembre. No será tan alto como los anteriores y además, el alcance geográfico del nuevo IPC nacional ayudará a neutralizar su impacto. Pero al igual que en el caso de dólar, no se lo puede minimizar cuando lo que se discute son décimas de un punto porcentual.
Hay un tercer aspecto menos divulgado pero más decisivo. El aumento de la base monetaria no decrece con la intensidad que se esperaba y se mantiene apenas por debajo del 30 por ciento interanual. El primer martes después de las PASO habrá una licitación de lebacs en la que se intentará renovar la mayor parte de los 534.000 millones de pesos que vencen en la semana. Luego del llamado anterior, la base monetaria aumentó 80.000 millones de pesos en un día.
Lo que lleva a preguntarse por cuánto tiempo podrá valerse el Banco Central de las lebacs para controlar la cantidad de pesos en el mercado. Por más vueltas que se le de al asunto, todo lleva a la urgencia de reducir el déficit fiscal, verdadero impulsor de las letras, la base monetaria, el endeudamiento y, en definitiva, la inflación.
Si no se enfrenta ese problema, no hará falta ser Maxwell Smart para darse cuenta que los viejos trucos tienen vida efímera.
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