“Tú, Diego, tienes un efecto multiplicador…”, le había dicho Fidel Castro a Maradona en Cuba al pedirle que se subiera a un viaje inolvidable. Fidel murió un 25 de noviembre. Maradona, también. “Mirá, Diego, jugás al fútbol como Dios, pero sólo eres un hombre”, escribió Jorge Valdano.

Pero en ese aspecto, el del compromiso, era como decía Fidel. Diego multiplicaba panes y peces, como Dios. Por eso era clave que se subiera a ese tren. Lo confesó hace pocos días el propio Jorge Taiana, coordinador de la Cumbre de las Américas Mar del Plata 2005, a quince años de aquel acontecimiento histórico.

En el encuentro multilateral varios líderes de la nueva Patria Grande le torcerían el brazo al ALCA, nada menos que el objetivo que buscaba el presidente de Estados Unidos, George Bush. Un vínculo comercial asimétrico que iba a comprometer mucho más seriamente la economía y la independencia de nuestros pueblos. Para aquel entramado político estratégico se necesitaba una gran movilización popular de respaldo. Por eso Néstor Kirchner cambió Bariloche por Mar del Plata (además de darle un empuje a la ciudad más castigada por los efectos post 2001) y por eso Fidel le hizo su pedido a Maradona.

Diego no lo dudó y se subió. Y el Tren del Alba fue el amanecer hacia un nuevo tiempo para América. Después de haber estado para el diario LA CAPITAL en Dallas el día que le “cortaron las piernas”, participar como enviado especial en ese viaje (gracias a la invitación del querido Alberto Toledo) fue una suerte de redención. Todo se desbordó. Como la vida misma de Diego. Desde la conferencia de prensa en las oficinas de Ferrocarrilles Argentinos en Constitución, a la medianoche del 5 de noviembre, hasta las decenas de personas que se subieron coladas al tren al cerrarse las puertas y los centenares que quedaron en el anden.

Pero, una vez en marcha, Maradona vino directamente al vagón de los periodistas para hablar con cada uno de nosotros con suma tranquilidad. Entre unidad y unidad podíamos encontrarnos con Juanse, el cantante de los Ratones Paranoicos, jugando al truco con algunos de los “colados”, o con el Padre Farinello, Emir Kusturica, Víctor Heredia, la compañera de Rodolfo Walsh o el propio Evo Morales, a pocos días de ser elegido presidente.

Fue conmovedora la respuesta de la gente en cada parada. En Alejandro Korn, en Brandsen, en Chascomús… Maradona era el imán, pero todos sabían de qué se trataba. Para qué se viajaba. “Si así me cuidan, como será en la marcha”, nos dijo Diego a las 6.20 de la mañana, cuando no estaban bien hechos los cordones para resguardarlo a la vera del andén en el arribo. Premonitorio. Cómo lo cuidaron a Diego, algunos, en la vida, es otra cuestión para dilucidar ahora y en la historia. Lo cierto es que aquella mañana, al bajar del tren, nos esperaba una multitud que nos acompañó en la inolvidable caminata por Luro hasta Independencia y, desde allí, hasta el estadio. Todos saludaban desde los edificios y los negocios. La marcha la encabezó Diego. Le puso la épica necesaria para que el resultado no fuera simbólico sino real. Garantizó la movilización popular, con Chávez, Silvio Rodríguez y compañía, y la concurrencia más grande de la historia del Minella, mientras Néstor Kirchner y Lula, por los caminos de la diplomacia, persuadían a la mayoría de los mandatarios sobre la necesidad de detener lo que Bush había venido a buscar a Mar del Plata.

Aquí hizo sus dos primeros goles y dio su última vuelta olímpica. Pero aquí llegó además en el Tren del Alba. En el compromiso social, como en la cancha, Diego también fue un líder. Maradona, al cabo, negaba ser Dios, le daba la razón a Valdano, pero asumía ser Pueblo. En aquel viaje, sin embargo, multiplicó panes y peces.