El tiempo es, para los físicos, la duración de las cosas que se encuentran sujetas al cambio. Es decir, aquellos acontecimientos que cambian y se pueden organizar en secuencias, lo que permite construir las nociones de pasado, presente y futuro. Para algunos filósofos, el tiempo es una medida subjetiva: dicen que tiene más que ver con lo que nos pasa adentro, que con un devenir objetivo. El tiempo, para otros, es un sencillo flujo de sucesos. El tiempo, para Macri, dejó de ser la épica de lo urgente, para convertirse en una necesidad de gobierno.
Esta semana se cumple un año de la asunción del presidente argentino, y ya empezaron los balances. Como habrá muchos, y seguramente más inteligentes que el que pueda hacer yo aquí, me limitaré a llamar la atención sobre un solo punto: las referencias al tiempo en el discurso oficial, desde la inicial exaltación de la urgencia, hace poco más de un año, a la necesidad de bajar la ansiedad y frenar expectativas, de hace dos días.
El 25 de octubre de 2015, Macri pronunció el célebre discurso de la “revolución de la alegría”, que cerró con la otra referencia que quedó en la memoria de aquellos días: “A partir del 10 de diciembre les prometo que cada día vamos a estar un poco mejor, y eso nos va a reencontrar, eso nos va a entusiasmar, eso nos va a apasionar, esa es la Argentina que queremos todos, y es hoy, es acá, es ahora, que vamos a construirla.”
La épica de lo urgente fue de gran utilidad. Se trataba de establecer la oportunidad de la opción, y para eso fue necesario fijar fechas: El hoy de entonces, y el segundo semestre. Ambas referencias tenían algo de imprudencia, porque ponían una medida concreta al cambio (la definición del tiempo, recuerden) y estaban pensadas para generar una expectativa que nadie tenía de antemano: se buscaba el cambio y, claro, que fuera lo más rápido posible, pero ¿Para qué ponerle una fecha? Es inocente pensar que fue involuntario, la idea de presionar la urgencia ante la emergencia constante, sirvió para poder lograr el paso hacia una etapa política distinta.
“Todas las historias terminan mal, si uno espera lo suficiente”, decía un escritor en referencia a la fatalidad de las cosas y su tiempo. Transcurrió aquel hoy, y luego el semestre. Y las expectativas que el discurso presidencial voluntariamente provocó en la gente no se cumplieron. Porque no se hizo hincapié en los aspectos no económicos de la gestión, en donde el gobierno quizá tenga algo para mostrar, por el contrario, se dijo que la economía empezaría a crecer en el segundo semestre, lo mismo que los puestos de trabajo, y las inversiones. Tres de los principales temas de agenda, pendientes a un año vista.
El sábado por la mañana, en la conferencia de cierre del llamado “retiro” en Chapadmalal, Macri volvió a referirse al tiempo: “Se generó una expectativa de cambio mágico y de eso hay que alejarnos”, dijo. Y pidió “manejar la ansiedad” sobre las expectativas de crecimiento del país, porque con “cualquier atajo que queramos tomar nos vamos a volver a dar la piña”. El mandatario señaló que “este camino es un camino de un ladrillo arriba del otro: Yo dije que no era mago, que para ver un mago vayan a ver a Copperfield, pero en esa ansiedad se generó una gran expectativa de cambio”. Y concluyó: “El camino del cambio requiere un tiempo”.
El renovado realismo del presidente puede evaluarse como un giro comunicacional, aunque es prematuro afirmarlo. La idea de la magia como atributo de comunicación gubernamental tiene su antecedente inmediato en el “no fue magia” de la última etapa del gobierno anterior, lo cual debilita la idea en dos niveles: en primer lugar, no es novedosa; en segundo lugar, reivindica, por oposición, la gestión del kirchnerismo que viene diciendo que, sin magia, igual alcanzó sus conquistas.
En política la otra medida del tiempo se llama encuestas: según los números que difundió el consultor del presidente Jaime Durán Barba, Macri empezó su gestión con una aceptación del 62%, bajó a 53% en marzo y cierra el año con 60%. Si bien son número interesados, podríamos acordar en que la imagen positiva del presidente no ha sufrido grandes reveses, más allá del número que más refleje lo real. Pero las encuestas también indican que está más traccionada por la expectativa, que por el presente.
El presidente le dijo el miércoles pasado a este mismo diario: “La gente, aún sabiendo que el cambio es difícil y el camino es largo, tiene esperanzas como nunca tuvo antes, y le da un nivel de apoyo al Gobierno como a ningún otro gobierno de América Latina”. En la nueva dimensión de su tiempo, Macri optó por la cautela. Habrá que revisar si al ponerle paños fríos a la expectativa de futuro, también se enfría su propio porvenir. Tendremos que esperar un tiempo… que es la medida de todas las cosas.
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