El taller de narrativa: Clase 27 – Relato
En esta nueva entrega del taller, se indaga en la teoría del relato y su relación y diferencias con el cuento.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
Las nociones de cuento y relato suelen utilizarse alternativamente como si fueran una misma cosa pero con distinto nombre. En las colecciones de narrativa breve encontramos Cuentos completos, Relatos completos y, a veces, Cuentos y relatos; esta última distinción parece diferenciar los géneros aunque en el libro nunca sabremos cuál de ellos es un cuento y cuál un relato. Ambos géneros comparten la característica de ser textos breves de la narrativa de ficción. Pero podemos trazar algunas diferencias que constituyen al relato como una forma autónoma, con características propias.
Una primera diferencia entre el cuento y la novela tiene que ver —además de su extensión— con que el cuento es contracción y la novela expansión. En el cuento todos los elementos funcionan y se direccionan para generar un efecto. Podemos pensar que el relato, al igual que la novela, es expansivo y sustituye el efecto por la acumulación y la construcción de un ambiente.
Imaginemos el siguiente argumento: una mujer visita a su marido en el hospital durante los últimos días de agonía previos a la muerte. En un cuento tendríamos una historia visible y una historia oculta. Se podría narrar en primer plano cómo la mujer prepara sus cosas para la visita, viaja mirando por ventanilla y la revelación final se daría en el momento que irrumpe lo oculto: su marido agoniza en la cama del hospital. El efecto se lograría por la revelación de la historia dos. El cuento clásico se termina, se agota, una vez que se logra el efecto. El relato, en cambio, no ocultaría nada, historia uno e historia dos estarían sobre la superficie. Se narrarían los preparativos, la visita, la vuelta solitaria a la casa, que hasta hace poco fue de los dos, la soledad insoportable del fin de la tarde. A partir del detalle, de la descripción exhaustiva, el relato suple la falta de efecto, de sorpresa, por la creación de una atmósfera, la profundización de los personajes: una ligera expansión.
El mexicano Juan Rulfo escribió poco y escribió muy bien. Una novela y un volumen de narrativa breve. Este último, El llano en llamas, suele etiquetarse como cuentos. Pero en ninguno de los diecisiete textos encontramos la estructura clásica del cuento: lo oculto, la sorpresa, la revelación, el efecto de esa revelación. Los finales en Rulfo se deshacen de a poco, como el fade out de las canciones: el volumen baja hasta encontrar el silencio. Hay, por ejemplo, un grupo de hombres que reciben, durante la reforma agraria, una tierra infértil; un chico que espera junto a un pozo que salgan los sapos para matarlos con una tabla de madera; una familia pobre que pierde su única vaca durante un temporal. Ninguno de esos conflictos se resuelve en el final, en ninguno lo oculto se construye por debajo, en ninguno el lector debe atender a los núcleos indiciales que anuncian la presencia de una historia dos.
En los relatos de Juan Rulfo el gran protagonista es la geografía. Los personajes o no tienen nombres o son accesorios. Hay una geografía hostil que los determina, esos personajes se parecen al llano infértil, al llano triste, al llano desesperanzador. Nada crece, nadie es feliz, los personajes sufren indolentes la fatalidad. El llano de México —parecido a su Jalisco natal— es también de ensueño, distorsionado, fantasmal. El mejor ejemplo de cómo el relato suple al efecto con descripciones, densidad, y la creación del ambiente, es Luvina: el texto más descriptivo de El llano en llamas. Hay un hombre que vivió en Luvina y le cuenta al narrador su experiencia:
“En Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra”.
“Solo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar”.
“Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca”.
“Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es la esperanza”.
“Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio”.
Luvina es ese territorio irreal, en el llano estéril, donde es imposible vivir, donde se puede escuchar el silencio, un silencio insoportable; todos están moribundos, caminan lento, hay una atmósfera opresiva que no permite casi la vida. Hay acciones que se recuerdan pero sobre todo hay una descripción acumulativa del lugar.
“Por cualquier lado que se mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza”.
Luvina no es sinónimo de dolor, no es desesperación, es algo más destructor acumulativo. La tristeza y el relato trabajan del mismo modo: no hay un impacto definitivo, es un acopio, lento pero constante. Los personajes de los relatos de Rulfo no se mueren, no enfrentan conflictos definitivos, viven en la tristeza, al borde del olvido, y esa acumulación se vuelve insoportable. El relato tiene un final, claro, y ese final es importante, pero a diferencia del cuento clásico allí no se juega toda la eficacia del texto. En Luvina la narración se apaga de a poco como el personaje que cuenta: “Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos. Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas. El hombre que miraba los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido”.
Se apaga el día, se apaga el hombre —un hombre sin nombre porque lo que importa de él es su recuerdo de la geografía— se apaga la evocación de Luvina y se apaga, como en fade out, el extraordinario relato de Juan Rulfo.
Lecturas:
Luvina; Macario, Nos han dado la tierra; Es que somos muy pobres de Juan Rulfo
Ejercicio de escritura:
Escribir un relato en el que no se construya una historia oculta, que el efecto se suplante por lo acumulativo.
Escribir un relato en el que el efecto se suplante con descripciones y construcción de la atmósfera.
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