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Opinión 23 de agosto de 2024

El ser humano podría vivir de diferentes formas y comportamientos, nunca vivir sin recordar

Por Leonardo Z. L. Tasca *
[email protected]

“La gente me pide que prediga el futuro, cuando todo lo que quiero hacer es prevenirlo;
mejor aún, construirlo”, Ray Bradbury

La historia, y su interpretación profesional, es una de las actividades intelectuales más importantes, apasionante, y con gran impacto en la vida social de la comunidad. Aunque siempre ha estado perturbada severamente por las formas de estudios que intentan diseñarla, y manipularla, los instrumentos del poder político de cada época o gobierno.

Desde hace algunos años existe la percepción en muchos actores sociales y políticos acerca de que ese condicionamiento es aún mayor. Existen voces calificadas que sostienen que los medios de comunicación y las percepciones han adquirido un rol mayor en el escenario político para intentar a su antojo, modificar el pasado. Se debe recordar que, en historia, el orden de los factores altera el producto; no se puede comprender el peronismo si no se conoce lo sucedido en la Argentina en la década del 30.

Uno de los hitos importantes del posmodernismo es presagiar el fin de las corrientes culturales fundacionales o fundamentales del modernismo. Así por ejemplo asegura, “el fin de la historia”. Aunque no sería problemático, porque poner fin a algo, hasta sería intrascendente, muchas veces a lo largo de la historia humana ha sucedido, la historia como ciencia ha seguido vigente. El problema emerge de determinados circuitos intelectuales cuando se confunde el fin de la historia con hacer desaparecer el pasado, borrarlo o negar su existencia.

El pasado es una poderosa idea que fortalece el alma del pueblo, y aviva el sentimiento de referencia política. Pero ello sucede cuando los historiadores profesionales con inequívoco sentido nacional se imbrican en un proyecto intelectual, que no solo de compromiso vocacional al país, sino también de profundo convencimiento que la historia siempre es política y que debe ser referencial para el engrandecimiento material y espiritual del país. Cabe aclarar: es política, no partidaria. En las antípodas, el pasado debe ser protegido de la crueldad ideológica de aquellos historiadores que lo falsifican, lo violan y lo prostituyen.

Un Estado nacional deficiente y ausente es el resultado de una falsa historia. (L. T)

Es oportuno interrogarse del por qué algunos sienten animadversión hacia la historia; además el pasado interpretado desapasionadamente y políticamente es molesto. Es también vector de denuncia y de hipótesis esclarecedora sobre los yerros. Es que se considera a la historia como una ciencia de síntesis, y de aprendizaje y que todo lo atraviesa; además de relacionar lo que sucede con la situación económica, política y social; es decir, estudia realidades sociales concretas más las consabidas frustraciones, (conjunto de múltiples de relaciones) pasadas para explicar los cambios y permanencias que se producen por múltiples causas y llega a adjudicar responsabilidades directas a los que gestionan, es por ello que la historia es la ciencia fundacional y el redil donde se encuentran involucradas todas las ciencias sociales.

El manantial de ideas, conceptos y realizaciones que es la historia, o la propia vida, a veces también, se expresa inconscientemente, cuando aparece la distopía de vida con sus tropiezos mentales. Pero esa posible representación ficticia de una sociedad pasada o futura de características negativas causantes de la alienación humana es, aunque sea doloroso, objeto de historia y motivo de investigación del historiador para poner en valor el pasado. Sin embargo, el historiado tiene la obligación social y política de plasmar por medio de la investigación que el hombre es consciente de su propia existencia, por ello siempre quiere expandirse, ser el progenitor exclusivo de la descendencia y protector de su indeleble huella social.

Ficciones ideológicas que pretendieron ser orientativas, pero provocaron confusión y extravío, es lo que sucede ahora. Deliberadamente desde el proyecto liberal y unitario “el pasado pisado” ya que según afirman, el hombre libre no necesita del pasado. Ayuda a ese esquema porque también hay un temor escondido en sociedades inmaduras a no querer conocer el tiempo pretérito con todas sus miserias y virtudes.

Se trata de investigar, interpretar y hacer conocer el pasado histórico para que se convierta en herramienta del conocimiento, no solo en la escuela de la vida, sino que ayude a reforzar el aprendizaje político y a evitar la repetición dolorosa de las experiencias sociales frustradas.

La historia como palabra y ciencia es en sí un conjunto solidario en dos dimensiones, reflexiones sobre lo acontecido y acciones que necesariamente deben derivar para ser efectiva socialmente, para que no suceda lo que ha sucedido hasta ahora: el hombre no ha aprendido las lecciones de la historia, y como no aprendió debe estudiar el pasado.
También en el sendero de los análisis, surge otra cuestión importante, ninguna corriente intelectual que se aprecie de tal puede anunciar el fin de algo sin proponer al mismo tiempo que lo reemplaza. En caso de hacer solo agrios pronósticos, está cometiendo una felonía inaceptable en contra de la sociedad, porque para los historiadores crear un nuevo comienzo, con una idea que lo respalde, es una virtud y es considerado como algo transformador.

“Sin la historia, que es la escuela común del género humano, los
hombres andarían desnudos de experiencia y, usando solo de las
adquisiciones de la época en que viven, andarían inciertos, de
errores en errores”. Bernardo de Monteagudo.

Ahora bien, la negación del pasado y pretender vivir sin historia, no es solo un mero ejercicio intelectual o un vicio. Es un proyecto concreto, solapado en los pliegues del poder de turno, de quienes saben que la historia los juzgará despiadadamente por la traición y la felonía. Pero también, es una gestión ideológica de sectores partidarios ligados al estancamiento económico y cultural. Son quienes se auto perciben como fundacionales y que todo ha comenzado a partir de ellos, muy propio de la derecha no sólo apátrida sino entreguista de soberanía y recursos naturales estratégicos.

Es muy evidente la imbricación al intentar pretender obstinadamente hacer desaparecer el pasado, con la codicia de las empresas trasnacionales, el lucro económico y político, asociado al estancamiento, que una cosa no funciona sin la otra. El método ejercido es diáfano, si todo se hizo mal, para que recordarlo. Siempre el pasado es manipulado por cuestiones e intereses ideológicos. En el olvido la memoria está ausente. Lo mejor es que la memoria le saque ventaja al olvido.

La historia es la causa espiritual común de la comunidad, en ella se identifican sus anhelos, aspiraciones y proyectos propios y desde allí se proyecta su futuro. No hay otro lugar como la historia para amalgamar y fortalecer el patrimonio que yace en los hechos dolorosos y alegres del pasado.

La historia es la savia sanguínea que da vida y fortalece a la comunidad, sus enseñanzas articulan y posibilitan los proyectos políticos. Por ello el desconocimiento del pasado es lo que provoca y alimenta los extravíos que se hacen muy evidente en lo económico y en lo social, pero la raíz malsana es fácil encontrarla, existe en el intento de querer insistentemente hacer desaparecer el pasado y la historia.

La historia se basa en una realidad que nace en la interpretación objetiva, cuya finalidad no es buscar la verdad como muchas veces se afirma, sino en descubrir las tendencias que originan un suceso social y permiten desentrañar errores o formular interrogantes. Entonces, debe considerarse que la interpretación metódica es la técnica de estudio más adecuada, y más segura para indagar el pasado y sus acontecimientos sociales, para establecer líneas de conocimientos y que la sociedad sepa de donde proviene y sobre todo no vuelva a sus viejos errores de otrora.

Viaja por los recuerdos quien estudia
la historia y avizora el futuro quien
conoce el origen de este presente. (L. T)

Sucede que, al elegir deliberadamente determinado modelo de interpretación del pasado, se pretende que los datos que surgen se asemejen al perfil ideológico de quien investiga y propaga el tiempo ido. Lo que predomina en este caso, es el formato interpretativo por sobre la realidad efectiva y los hechos acaecidos. Entonces, los acontecimientos no son la prioridad sino el “antojo ideológico” y de facción del historiador.

El desconcierto perdurable en el hombre asuma nítidamente, porque quienes investigan e interpretan el pasado no elaboran ninguna guía esclarecedora. El pasado es objeto de diseño, y de intrincada manipulación ideológica y obligan a la gente a mirar a través de un cristal oscuro.

La falta de conocimiento sobre el pasado alimenta las frustraciones, aunque no siempre esta situación se advertida y nadie hace conexiones intelectuales sobre los acontecimientos pretéritos. La falta de clarificación quita herramientas políticas y filosóficas para discernir positivamente lo que pasa en el presente.
Entonces, el presente caótico se nutre de un tiempo social anterior sin resolver, donde las gestiones políticas y de gobierno fracasan unas tras otras.

En síntesis: La historia con saberes alejados de los intereses ideológicos de facción, con enseñanzas intelectuales propios de la ciencia que estudia, y desafiando a la comunidad para que aprenda y no repita errores, debería ser el camino desbrozado hacia los desafíos que Argentina tiene que afrontar.
*El autor es historiador y ensayista, su último libro es “Preceptiva sobre San Martin y librecambio pirático”, publicado por la editorial Editores de América Latina.



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