CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 30 de agosto de 2018

El retorno de aquellas traumáticas imágenes de la crisis de siempre

Por Guillermo Malisani

El temblor cambiario que sacude a la Argentina rememoró los peores días de la crisis de 2001, con una devaluación sin control, frenética compra de dólares, elevadas tasas de interés, escalada del riesgo país, recesión y un Gobierno que no encuentra la salida tras apostar su única ficha a la ayuda del FMI.

Como una película repetida, regresaron aquellas postales de la gente concentrada frente a la pizarra de los bancos para conocer de primera mano cómo el dólar pegaba un salto de casi 6 pesos en un sólo día: de 34,40 a casi 40 pesos.

El remedio oficial: suba de tasas, de encajes bancarios, venta de reservas del Banco Central, que demuestran que el mercado le está ganando la pulseada al Gobierno y que sin lugar a dudas derivará en mayor inflación y menor actividad económica.

La disparada del tipo de cambio resultó de aquellas que por lo general provocan cambios de mando, renuncias, desplazamientos pero sobre todo generan preocupación y desconfianza entre la gente por las consecuencias.

Desde abril, cuando se desató la corrida cambiaria, la fuga de dólares se potenció (20 mil millones en la primera mitad del año), el Banco Central siguió liquidando reservas y la devaluación acumulada trepó al 110%.

La descontrolada suba del tipo de cambio realimentó un negocio financiero tan especulativo como antiguo: comprar hoy para vender mañana.

Frente a este incierto panorama, Mauricio Macri y todo su equipo económico optó por la salida más rápida y que, históricamente, nunca dio resultados positivos: auxilio financiero del FMI.

En paralelo, decidió acelerar el ajuste fiscal, recortando fondos en sectores sensibles y que provocaron una profundización del malhumor en amplios sectores de la sociedad pero también en gobernadores aliados.

Desde aquel momento en que se inició el sacudón, el Gabinete intentó una y otra vez dejar en claro que todo se trataba de una “tormenta”, con fuerte impulso externo y algunas inconsistencias menores a nivel local, pero que todas las medidas iban en sentido correcto.

Ni los mercados, ni los inversores, ni los pequeños ahorristas, ni el sistema, creyeron en la versión oficial acerca de que todo se resumía a una simple cuestión pasajera y que se trataba de esperar y capear el temporal.

La venta de dólares se aceleró, la salida de capitales especulativos fue vertiginosa y, poco a poco, se fue pulverizando la confianza en el Gobierno.

La llegada del Fondo, con una descomunal ayuda financiera de 50 mil millones de dólares -asistencia similar a la recibida por el Gobierno de Fernando de la Rúa en 2000- calmó por pocos días los ánimos pero no desalentó la corrida, al igual que sucedió con el regreso de la Argentina a la categoría de mercado emergente.

Un segundo acuerdo para adelantar la llegada de recursos tampoco fue suficiente para ponerle coto al tembladeral financiero que recrudece día a día y de insondables consecuencias.