El Reino: “No intentamos dar una moraleja deglutida”
La escritora Claudia Piñeiro y el realizador Marcelo Piñeyro son los responsables del guión.
Por Victoria Ojam-Télam
La escritora Claudia Piñeiro y el realizador Marcelo Piñeyro son los responsables detrás de “El Reino”, la popular serie dramática y de suspenso de Netflix que estrenó la segunda y última parte de una ficción que, si bien traza inevitables paralelismos con la realidad para explorar el poder y su capacidad de corrupción, no busca “dar una moraleja deglutida”.
“Como artistas, mostramos una parte de la realidad que a veces está tapada, o a la que no se le presta atención, ponemos las antenas en cosas que ya están dando vueltas, y del otro lado hay un espectador que sacará sus propias conclusiones,”, subrayó en diálogo con Télam la autora de “Elena sabe” y “Catedrales” junto a su colega en este proyecto.
La propuesta de la dupla tuvo su cierre con una entrega que se corre del terreno del misterio para entrar en un registro más directo y hacer foco en la batalla definitiva entre el bien y el mal, sintetizados en la pantalla por los roles de Peter Lanzani como Tadeo, un esperanzador joven con tintes mesiánicos, y de Diego Peretti como Emilio Vázquez Pena, un ambicioso pastor evangélico devenido en Presidente.
El oscuro trasfondo que se desenvolvía en la primera temporada a raíz del asesinato del compañero de fórmula original de Vázquez Pena -que arrancó como candidato a vice- se convierte ahora en el eje de una trama que superpone el fanatismo religioso y la política, con algunos toques de fantasía y un tejido de figuras con distintos intereses y sentidos de justicia.
Así, mientras Tadeo se oculta en el norte argentino tras abandonar la iglesia de Vázquez Pena al descubrir que la utilizaba no sólo para llenarse de riquezas sino para abusar de menores, el presidente está cada vez más cerca de poner en riesgo la democracia con tal de imponer su conservadora fe sobre la sociedad: son dos polos, el del bien común y el tirano individualismo, destinados a colisionar con imponentes -pero no definitivas- consecuencias.
“Una de las primeras cosas que empezamos a charlar en la génesis de ‘El Reino’ era esta cuestión tan contemporánea de quitar del debate público la racionalidad y llevarlo a la emocionalidad. Las redes sociales, las fake news, hay toda una cosa que lleva a dividir el mundo entre propios y enemigos, a no poder escuchar nada que no tenga que ver con el discurso adquirido, y son temas que a nosotros nos preocupan. Nos gustaría que el mundo fuera distinto”, comentó Piñeyro.
Télam: ¿Qué intencionalidad buscaron a la hora de plasmar esas ideas?
Marcelo Piñeyro: La serie es una reflexión sobre el poder y la manipulación a la que es sometida la sociedad para que determinada gente mantenga, preserve y concentre ese poder. La religión es uno de los instrumentos que se puede usar para eso, pero como creemos que cuenta la serie, no es el único. Nosotros nos centramos en construir una buena historia, pero encierra reflexiones nuestras, y nuestro deseo es que provoque reflexiones en los espectadores.
Claudia Piñeiro: Las religiones son un terreno muy fértil para sostener cualquier cosa, no sólo cuestiones como las que vemos en la serie, sino por ejemplo, como pasa en muchos países con respecto a las mujeres, donde no pueden estudiar, no pueden tener bienes, porque son religiosos. En nombre de la religión se toleran las peores cosas y se construye un poder que no se puede discutir, porque es la religión. La serie lo que hace es tomar esto que está pasando y lo circunscribe a algo más cercano a nosotros, pero tampoco lo pensamos en términos de dar un mensaje, porque eso te pone como por encima del resto, y no es así. Por eso no intentamos dar una moraleja deglutida.
T: Desde la época en que estrenó “El Reino”, las series argentinas para el streaming tuvieron un gran impulso. ¿Qué significan proyectos como este para lo que se puede contar en este formato?
MP: Sumaron, sin duda. Creo que las ficciones que están proponiendo las plataformas suman historias que serían muy difíciles de imaginar en la televisión abierta clásica. Si uno va más para atrás, hay ejemplos de ficciones maravillosas, pero esto es otra cosa. Hay una innovación internacional que se da en los 2000, que es el formato de serie más acotada, con una unidad de relato, que abren un nuevo panorama para una ficción que no hay modo de llevarla a una película, pero que tampoco tiene que ver con lo que se estaba haciendo hasta entonces. Obviamente, cuando se empieza a multiplicar caben excelentes ejemplos y pésimos también, porque no garantiza resultados. Eso en Argentina, para nosotros, llegó con las plataformas. Hay cosas que a uno le pueden gustar más o menos, pero sin duda se ha abierto una nueva posibilidad expresiva.
T: ¿Y para vos, Claudia, cómo fue la experiencia con este formato?
MP: Para mí fue extraordinario, hace muchos años había trabajado en equipos de guionistas, pero toda la experiencia con Marcelo para mí fue un aprendizaje permanente, porque él tiene conocimientos que yo no tengo, así que tenía la ventaja de estar escribiendo con la misma persona que iba a filmar. Realmente fue un trabajo que me dio mucha felicidad, porque te saca de la soledad de la escritura. En la literatura escribís solo, y acá nos juntábamos todos los días, hablábamos de personajes como si fuesen personas que estaban alrededor nuestro. Fue muy enriquecedor, me encantó hacerlo.
T: Esta circulación que proponen las plataformas, donde series locales están disponibles para todo el mundo, ¿creen que implica cambiar la forma de encarar las historias?
MP: Yo no creo en la búsqueda de una universalidad que quiera decir limar particularidades. Mi primera experiencia en largometrajes fue como productor de “La historia oficial”, y una historia más local que la de la apropiación de niños por la dictadura es difícil de imaginar. Acompañando los estrenos en todo el mundo vi cómo una audiencia en Japón, Australia, Filipinas o la India, que de pronto ni sabían muy bien dónde quedaba Argentina, se emocionaba con la verdad humana que trascendía. Con mi primera película, “Tango feroz”, lo mismo, una historia híper local, un pibe que hacía música y que ni siquiera acá era muy conocido, y sin embargo terminó vendiéndose a todo el mundo. Siempre creí que las películas deben tener una fuerte identidad, como espectador y como realizador.
CP: Y creo que el famoso neutro es subestimar un poco al público, para hacer algo tipo comida chatarra, que puedan deglutir todos, y es mucho menos interesante. Es más interesante conservar las características y si alguien no entiende algo, lo averiguará o verá igual la serie aunque no entienda alguna cosita. A veces te perdés algunas sutilezas en series extranjeras porque no conocés el código, pero igual el contexto lo entendés y lo disfrutás. Me parece que eso hay que defenderlo a rajatabla.
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