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Policiales 23 de enero de 2025

El quinto crimen de 2025 y uno más como daño colateral de la marginalidad

El asesinato de Javier Matías Lazarte (19) quedó enmarcado en la pintura más violenta que atraviesa a Mar del Plata desde hace algún tiempo y que parece agravarse de una manera alarmante: la del narcomenudeo.

Contreras tras la detención.

El asesinato de Javier Matías Lazarte (19) quedó enmarcado en la pintura más violenta que atraviesa a Mar del Plata desde hace algún tiempo y que parece agravarse de una manera alarmante. Es la pintura del narcomenudeo y la marginalidad, con trazos indelebles que retratan una realidad irreversible de armas, adicciones, venganzas y sangre.

Lo sucedido durante la madrugada de este miércoles en el barrio Las Heras, ocurrió semanas atrás en Villa Gascón, en Bosque Grande, en Malvinas Argentinas y más atrás en el tiempo en Villa Mateotti, barrio Libertad, Villa Vértiz, barrio Pampa, Villa Evita, San Martín, Belisario Roldán, Belgrano, La Herradura, Autódromo, López de Gomara, Santa Rita y otros sectores periféricos de Mar del Plata.

Lazarte murió de un disparo en la cabeza en la puerta de un “point”, de Eduardo Peralta Ramos al 3000, a solo unos metros de la avenida Mario Bravo. Eran poco más de la 1.30 de la madrugada cuando, junto a un hermano, llegó al lugar para “superar un problema que tenía ya un par de días”. Fuentes del barrio indicaron a LA CAPITAL que había “bronca” por algo y que los hermanos Lazarte querían solucionarlo. Entonces en el relato empiezan a desfilar los apodos: el Baby, el Rengo, el Yoni.

El problema son las soluciones a las que recurre la gente. En la periferia de Mar del Plata, donde el narcomenudeo se ha instalado de un modo dramático, donde brotan tres “points” por cada uno que la justicia desactiva, los conflictos se arreglan con una ley selvática. El modo más efectivo es el de los tiros, pero si no hay un arma de fuego cerca (cosa bastante extraña), puede usarse un cuchillo, un machete, un palo o simplemente los puños. Y todo con una gran desconfianza en las instituciones. Por eso, aparece la herramienta de la venganza.

Lazarte murió de un tiro, pero si hubiera sobrevivido al ataque, probablemente hubiera sido uno de los tantos heridos que llegan al HIGA y que se niegan a colaborar con la Justicia o, mucho menos, con la Policía. No dan información porque quieren asegurarse la venganza, quieren solucionar el problema con otro más grave. De hecho, los familiares y allegados de Lazarte prendieron fuego el “point” de calle Eduardo Peralta Ramos, otro a la vuelta, un automóvil y hasta quisieron linchar al acusado, Walter “Rengo” Contreras.

Contreras, quien fue salvado por la policía de una muerte segura al caer preso, quedó seriamente comprometido porque había testigos. Incluso hay una cámara de seguridad que captó el audio en el que se escucha con claridad que se le reprocha después del disparo haber matado a Lazarte.

En este 2025 ya se contabilizan cinco homicidios: dos son mujeres víctimas de violencia doméstica y otro es un hombre en situación de calle. Los otros dos, Maximiliano Nuñez en Villa Gascón y Lazarte en Las Heras, son producto de la marginalidad, la anomia y la ley selvática de la periferia marplatense.

En diciembre, apenas hace unas semanas, asesinaron a un hombre frente a un “point” de Malvinas Argentinas y un par de días después sus allegados fueron a matar al sospechoso y como no lo encontraron mataron al padre.

El año pasado alcanzó trascendencia nacional, con el impulso de un video, el enfrentamiento a los tiros entre delincuentes en Parque Independencia. Porque así se arreglan las cosas en la periferia de Mar del Plata. La falta de una educación real, de una asistencia cultural de parte del Estado -no la que fogonea expresiones artísticas que irrespeta a la ley- y la precariedad laboral de los adultos durante décadas y que impacta en los chicos de un modo brutal fueron un combo que moldeó esos individuos violentos, vindicativos, postergados también.

Mar del Plata tiene la fortuna de no ser aún lo que puede llegar a ser. No se ven rastros de sicariato, ni de crimen organizado, ni de disputas territoriales. Más bien es una gran masa crítica de violencia individual que sigue en crecimiento.