El Pro y los radicales releen El Gatopardo
Por Jorge Raventos
El último viernes el FMI confirmó oficialmente la liberación de otros 10.800 millones de dólares en beneficio del Tesoro nacional (ya había desembolsado 20.800 millones el año último). En la misma jornada el dólar trepó en la City a casi 45 pesos.
El minué que entrelaza el valor del dólar, las altas tasas de interés y la inflación es observado como una danza macabra por una sociedad en la que se extiende el escepticismo. El gobierno y muchos especialistas confían en que a partir de la segunda quincena se podrá estabilizar el valor de la divisa merced al ingreso de dólares de las exportaciones del campo y a las subastas diarias que le permitirán a la conducción financiera intervenir módicamente en el mercado. Con buenas razones, el gobierno está obsesionado en evitar una disparada del billete norteamericano, aunque su empeño tenga resultados esquivos.
¿Cambio o más de lo mismo?
Interrogado hace unos días por el escritor Mario Vargas Llosa, Mauricio Macri afirmó que si es reelegido continuará “por el mismo camino lo más rápido posible”. Para algunos se trata de una demostración de firmeza, para otros es un signo de obcecación.
El Presidente inició sus funciones en 2015 convencido de que las cosas difíciles tendrían merced a su gobierno una solución sencilla. La sociedad acompañó esa ilusión durante un tiempo. Después se inició un ciclo de desencanto que hasta ahora no ha concluido y que el oficialismo registra dolorosamente en encuestas y en aproximaciones mayores al electorado, como los timbreos o los actos de inauguración de obras. La respuesta que reciben los protagonistas de esos encuentros suelen ser decepcionantes para ellos. Las usinas ideológicas del Pro han preparado un manual para instruir a sus adherentes en las discusiones cotidianas. Es que ahora esos simpatizantes deben explicar muchos retrocesos a un público que tiene dificultades a la hora de pagar los servicios públicos y cuyos sectores menos desfavorecidos en el primer trimestre de este año encogieron un 15 por ciento su consumo de carne vacuna.
Los giros políticos desubican a quienes prefieren amurallarse detrás de certezas que los flujos de la realidad desbarataron. La retórica porfiadamente reincidente que todavía baja de la cúpula del oficialismo se ve forzada a moderarse.
Pese a lo que el Presidente le dijo a Vargas Llosa, los hechos llevan al gobierno a vacilar ante la idea de “hacer lo mismo”. Desde la Casa Rosada se filtró esta semana, por ejemplo, la novedad de que el PRO podría conceder a sus socios radicales la candidatura a vicepresidente, un objetivo que tienta particularmente al presidente del comité nacional de la UCR, el gobernador de Mendoza Alfredo Cornejo, que no tiene derecho a reelección en su cargo actual
Vientos de fronda
Se sugería que la oferta sería formalizada el próximo lunes en una reunión del Presidente con altos mandos de la UCR, pero esa reunión fue reemplazada por otra de gobernadores radicales con el vértice electoral del Pro (sin Macri) y ahora hay dudas de que llegue a concretarse la apertura de la fórmula presidencial en beneficio del radicalismo (Jaime Durán Barba, ideólogo electoral del Pro, desaconseja ese paso).
No obstante, el mero hecho de haber incluido o admitido en la agenda de alternativas hipotéticas el cambio de Gabriela Michetti por un barón (y varón) del radicalismo en la cumbre de la boleta de Cambiemos da cuenta de que el optimismo profesional del vértice del Pro empieza a experimentar fisuras.
Es probable que echar a rodar el tema de la fórmula compartida haya sido un intento de calmar los aires de fronda que agitan al radicalismo y amenazan la integridad de Cambiemos. Se trataría, claramente, de una mniobra defensiva.
Pese a que los estrategas del Pro sostienen que los radicales no se animarán a romper la coalición porque, según ellos, no tienen ningún destino alternativo, íntimamente temen que un sector de la UCR emigre hacia el consenso opositor que promueve Roberto Lavagna y le reste al oficialismo algunos puntos vitales en una votación que seguramente se definirá por una pequeña diferencia (Macri ganó por dos puntos el balotaje de 2015). La irrupción de la candidatura del economista le ofreció a la UCR un eficaz instrumento de presión sobre el macrismo más intransigente. Por eso penetra en el núcleo duro del Pro la idea de que “algo habrá que conceder”.
En cualquier caso, lo que los radicales más rebeldes dicen que no pretenden tanto un puesto visible en la boleta (mucho menos uno que sólo habilite a tocar la campanilla en el Senado), sino más bien la participación en las decisiones de gobierno y la discusión de un programa de la coalición. En su defecto, quieren que se abra el debate y se permita una elección primaria en la que el radicalismo podría preservar su identidad ideológica y expresar sus diferencias con el perfil (“neoliberal”) que adjudican al Pro.
Para el influyente jefe de gabinete Marcos Peña la idea de dirimir la candidatura presidencial de Cambiemos en una interna es una ocurrencia insalubre: él pretende que la postulación de Macri a la reelección sea visualizada como una circunstancia natural e indiscutible. Peña también la considera una alternativa amenazante: hay encuestas que muestran a Martín Lousteau (el más nombrado de los desafiantes que podría postular el radicalismo) como victorioso en un mano a mano con el Presidente en el escenario de las PASO oficialistas.
Admitir en la agenda la chance de tocar la candidatura a vicepresidente es una forma indirecta de subrayar lo que no se toca: el primer término del binomio es Mauricio Macri. Sin challengers ni reemplazantes. Sin PASO y sin Plan V. (“A María eugenia la queremos en la provincia”)
Horacio Rodríguez Larreta, uno de los gobernadores del Pro y miembro nato de la mesa chica de Cambiemos, hace rato que considera que hay que encarar variantes realistas. El -como María Eugenia Vidal- ve que la combinación de intransigencia y tropiezos del Ejecutivo nacional erosiona el capital político común y afecta sus posibilidades en el propio distrito. Para Rodríguez Larreta una fórmula presidencial Macri-Lousteau tendría varias virtudes: contribuiría a tranquilizar a los radicales, le agregaría energía electoral a la coalición (Lousteau es un político que “mide bien”) y, en su caso, eliminaría el riesgo de que el ex embajador en Estados Unidos vuelva a desafiarlo a él en la Ciudad Autónoma, donde estuvo a punto de dar el batacazo en el ballotage de 2015.
En fin, que en el partido del Presidente hay varios que quieren registrar más atentamente los datos de la realidad- Y Macri y Peña, que antes que cambiar, quieren hacer lo mismo, intuyen que tendrán que resignarse a hacer ajustes, aunque no saben cuáles cambios serán eficaces para mantener su objetivo.
Hay que releer a Lampedusa.