El pozo y el anillo, una pista más hacia un final sin respuestas
Los años pasaron y se acumularon tantas hipótesis como frustraciones. La Justicia ordenó excavar “medio” Necochea y Quequén. Incluso en la veterinaria donde trabajaba Celihueta. Allí se descubrió un anillo que alimentó la esperanza de conocer una verdad que nunca llegó.
Anillo y sus similares sobre una hoja de papel cuando se hizo la comparación en la casa de los Celihueta.
VIENE DE PARTE 3
Por Fernando del Rio
El 17 de julio de 1996 se allanó La Chacra, veterinaria perteneciente a Costa y donde trabajara ocasionalmente Celihueta. El objetivo de esa diligencia era inspeccionar los pozos en los fondos del inmueble y señalarlos para una futura excavación.
La Justicia respondía así a los pedidos de la familia Celihueta por intermedio de su abogado Julio Razona, quien había presentado un escrito en el que pedía que se buscara el cadáver allí. Que había testimonios en la causa que indicaban que un pozo ciego había sido tapado poco después de la desaparición. A falta de mayores certezas, los motivos eran suficientes para sospechar que había sido enterrada en ese lugar naturalmente por Costa o por su entorno.
El 5 de septiembre con el mismo juez Reinaldo Fortunato en el lugar, un grupo de forenses encabezados por el prestigioso Jorge Tonelli y personal de Bomberos perforó el patio de La Chacra en tres sitios. En el primer pozo, que un resonador había recomendado como objetivo a buscar, apenas se bajó 60 centímetros hasta que los paleros se toparon con caños de desagüe. Eso explicaba el aviso del resonador.
En el segundo pozo se hallaron a una profundidad de 65 centímetros algunos restos óseos y en el tercer pozo lo encontrado fue más sustancial aún: nuevos restos óseos y desechos veterinarios, como agujas hipodérmicas, 18 frascos de vidrio, entre otros elementos.
Pero lo más importante del procedimiento sucedió cuando el propio Reinaldo Costa, mientras se revisaba con su anuencia un entrepiso de la veterinaria, dijo que había otro pozo ciego clausurado muy cerca de la línea municipal. Allí se hizo una excavación de hasta 1,55 metros de profundidad y entre más desechos veterinarios y algunos restos óseos, se encontró una verdadera joya para la investigación. En verdad era una baratija, un anillo de artesanía callejera, pero que aumentaría decididamente el foco sobre Costa.
El anillo era de color dorado y pesaba un gramo y tres décimas. El 24 de septiembre de 1996 el reconocido joyero marplatense Delfor Folgado determinó que el material del anillo era bronce.
Excavación en la veterinaria La Chacra. En la imagen se ve al juez Fortunato y al abogado Razona.
El 3 de abril de 1998, a más de un año y medio del hallazgo del anillo y una década después de la desaparición, los padres y la hermana de Adriana Celihueta participaron de una diligencia central. La policía, encabezada por el comisario Enrique Brizzi, llegó a la casa de la familia con un sobre que contenía tres anillos. Uno era el recuperado de la excavación en la veterinaria de Costa. Los otros dos eran anillos de cotejo, es decir, de características parecidas para realizar un reconocimiento sin que el objeto de interés se destacara.
Colocados sobre una hoja blanca (así lo refleja la fotografía agregada a fojas 1288), se le asignó el número 1. A los restantes, el 2 y el 3. El padre dijo que el “1” era similar al anillo de Adriana pero que no podía asegurar que fuera de ella. Además que no sabía si aquella noche lo llevaba puesto. La hermana Silvia dijo que el único que podía ser, por su estilo, era el número 1, pero que no lo podía asegurar al 100%. El testimonio más fuerte fue el de la madre: “el anillo 1 es similar al que utilizaba Adriana, en verano y en invierno”. En ese momento la mujer fue a buscar una pulsera que parecía coincidir en tipo de manufactura con el anillo. No se dijo en ese acto que hacían juego, pero sí que tenían un trabajo artesanal similar.
Más allá de la imposibilidad de saber con certeza si ese anillo encontrado en un pozo de la veterinaria de Costa era o no de Adriana Celihueta, esa evidencia fue controversial ya que después de algún tiempo se perdió entre los efectos secuestrados en el expediente.
Ante ese hallazgo se imponen dos preguntas: en el caso de que perteneciera a Celihueta, ¿pudo haber usado ese anillo la noche de su desaparición? La madre dejó asentado en un acta en los días posteriores a aquel 15 de enero de 1987 que su hija no llevaba “anillo de compromiso” y “sin pulseras”. Lamentablemente no dijo nada sobre algún otro anillo. Esto no invalida que lo llevara colocado, pero hubiera sido un dato muy gravitante la confirmación.
En el año 2001 la Justicia, a través de la fiscal Susana Kluka, agregó la pista del anillo como una certeza: dijo directamente que pertenecía a Celihueta. “Lo sugestivo del secuestro de un anillo en la excavación que la instrucción realiza en uno de los pozos detectados en el patio de su veterinaria sita en calle Lobería N°530 de Quequén. Que dicho anillo fue reconocido por los progenitores y hermana de Adriana como perteneciente a la misma, y que hace juego con la pulsera que los padres aún tienen en su poder tal lo que consta a fs 1826/29” dice la fiscal Kluka en su pedido al juez Jorge Peralta para el cambio de carátula.
Luego indica en el siguiente párrafo, palabras más palabras menos, que Costa había mentido al decir que a ese pozo lo habían rellenado en 1984/85 y que eso no podía ser posible porque el anillo era de Celihueta, a quien conoció al año siguiente, en 1986.
La fiscal Kluka es probable que haya utilizado los fundamentos del abogado Julio Razona, representante de la familia, para el pedido ante el juez, y de ese modo replicó algunos errores. Por ejemplo, el número de foja, que está invertido. No fue en 1826/29, sino en 1286/89. Que el anillo y la pulsera fueran complementarios de un mismo juego, tampoco constaba en la causa. Ni que el padre, la madre y la hermana afirmaran que reconocían el anillo como propio, sino como similar.
La siguiente pregunta que el investigador no podía eludir tras el hallazgo es: si se trataba del anillo utilizado por Celihueta la noche de la desaparición ¿no debería haberse encontrado en ese pozo algo más junto?, ¿alguna prenda de vestir, las llaves del auto, restos óseos?
El anillo es una prueba que se perdió en el expediente.
La hipótesis final
Mucho antes de la excavación en la veterinaria de Costa, allá por 1992, la hipótesis de un crimen por rechazo a Costa (sentimental o laboral) convivió con otra que perduró en el tiempo hasta el día de hoy. Una hipótesis que revelaba un submundo delictivo en Necochea y en el que tenía amplia participación una parte del poder político, representado ocasionalmente por el peronismo regional.
En verdad, la cuestión era mucho más de pueblo, de costumbres rurales, que de grandes centros de poder. Se trataba de las carreras ilegales de caballos, conocidas como “cuadreras”, en las que, según los testigos, corría dinero fuerte de las apuestas. Y donde todo valía o para ganar o para amañar los lances. Manipular a un caballo no era solo facultad del jinete, sino más bien lo era de los cuidadores, los que no tenían ningún reparo en inyectarles fármacos para cambiarle el rendimiento de acuerdo a los intereses de los inversionistas. No importaba ganar carreras: lo importante era ganar las apuestas.
En 1989 había sido asignado como policía a cargo de la investigación a un oficial principal de la Brigada de Investigaciones de Quilmes. Ese policía era nada menos que Juan José Ribelli, aquel que estuvo preso más de 8 años por el atentado a la AMIA aunque luego fue absuelto. Ribelli no aportó demasiado a la causa Celihueta y en 1991 lo reemplazó el comisario José María Gougin. En Necochea lo recuerdan como un personaje entorpecedor de la investigación hasta 1995, cuando entendieron que debía ser alejado de la responsabilidad.
En ese lapso 1991-1995 Gougin se apropió de una oficina del Cuartel de Bomberos necochense y allí instaló el Equipo Ángela, un grupo de policías encargado de esclarecer la desaparición de Celihueta.
Fue entonces cuando surgió por primera vez la hipótesis de las carreras cuadreras, impulsada fundamentalmente por la declaración de un testigo de identidad reservada. Este testigo permitió incorporar al expediente otro de los rumores que circulaba en Necochea acerca de la desaparición de Celihueta. Su relato ante el fiscal Eduardo Alemano el 3 de septiembre de 1993 contiene una mezcla de algo que todos sabían (carreras ilegales) y mucho de sucesos no conocidos en primera persona sino por dichos de terceros.
El testigo dijo que Costa y Celihueta atendían caballos que intervenían en carreras “cuadreras”. Una semana antes de la desaparición de Celihueta, relató, se llevó a cabo en la zona de Quequén una carrera que fue muy recordada porque un conocido capitalista y quinielero de Bahía Blanca había traído un caballo ganador de toda la provincia. No había dudas de que ganaría y sin embargo perdió. En esa cuadrera un hombre fuerte de La Dulce perdió 50 mil dólares.
La desaparición de Celihueta ocurrió unos días después y el caballo de carrera resultó no ser de Bahía Blanca sino de la “mafia rosarina”. De acuerdo a esa versión Costa y Celihueta habían sido contratados para preparar al caballo con los estimulantes adecuados para aumentar su rendimiento aún más.
Con la mecánica de los mitos urbanos se retroalimentó un rumor que todos los que lo repitieron adjudicaron a otro que “había estado en esa carrera”. La incomprobable y extravagante versión se completaba con Celihueta inyectando, intencionalmente, cloro para provocar que el caballo perdiera y ganara otro animal que había recibido apuestas mínimas.
“Selihueta (sic) era conocida como ‘burrera y aficionada a las apuestas, había apostado fuertemente al no favorito y ganado en consecuencia mucho dinero. No era la primera vez que ganaba fuerte en las carreras pero no se sabía qué era lo que hacía con el dinero salvo dárselo a su ‘novio’ Iparraguirre para que lo sacara de Necochea para no llamar la atención en el pueblo”.
Los de “Rosario estaban re calientes con el veterinario Costa, en la convicción de que éste los había traicionado, y mandaron ‘gente a verlo’. Costa ‘se abrió de piernas’ y les contó a los de Rosario que la responsable era Selihueta y estos le dijeron que la citara a un determinado lugar donde la mataron, siendo su cuerpo enterrado en la zona de los médanos, concretamente en el médano que estaba junto al lugar donde fue hallado el automóvil de Selihueta. Al tiempo y habiendo trascendido que la policía removería con máquinas viales la zona de los médanos, Costa, temeroso de que el cuerpo apareciera, decidió desenterrarlo y trasladarlo hasta la zona de Bahía de los Vientos, donde volvió a sepultárselo pero sin poder precisarse el lugar”.
En 1994 un médico militante peronista y conocedor del mundillo político atestiguó con precisiones sobre esa versión y el expdiente tomó ese rumbo, incluso con una gran cantidad de recursos para desentrañar esa posibilidad. Hubo policías destinados a Coronel Pringles, Miramar, Santa Fe, intercambio de información con Bahía Blanca, Coronel Dorrego y Mar del Plata. Se buscó con obsesión a un fotógrafo que habría tomado una foto en esa carrera y se lo localizó. Se hablaba de un caballo llamado “Quempes” al que se lo había fotografiado. La intención investigativa era ver esa foto y tratar de identificar a alguien para indagar. Pero no se encontró nada relevante allí.
Tampoco se dio con “Centella”, que resultó ser el nombre del caballo que algunos mencionaron como el protagonista central de la historia. El dopado.
En una de sus declaraciones Costa confirmó que tenía caballos de carrera y recordaba con cariño a “Sapucay”, el que en cierta ocasión había corrido en San Isidro y Palermo. Admitió que durante varios años supo de la versión de esa famosa carrera de caballos, con Celihueta administrando un compuesto a un caballo ganador, transformándolo en perdedor. Sin embargo, descartó que alguna vez ella hubiera participado en ese tipo de actividad y desestimó la versión al decir, rotundamente, que Celihueta no contaba con los conocimientos para preparar un caballo o un galgo de carrera.
El propio Carlos Celihueta descreyó también de esa posibilidad en una entrevista brindada a LA CAPITAL en el año 1998: “Es imposible. Ella apenas si salía de casa para ir a la veterinaria las escasas horas que iba por la tarde. ¿En qué momento iba a preparar un caballo? Ni siquiera tenía el título legalizado, lo que significa que no podía recetar nada, porque si no iba en cana”.
La línea investigativa de un crimen derivado del mal dopaje de “Centella” nunca fue dejada de lado, si bien en algún tramo también se incorporó la posibilidad de que Celihueta, en sus funciones de veterinaria asistente a un campo de la zona, vio algo relacionado al narcotráfico. Más de lo mismo: nada concreto.
El triste desenlace
Las excavaciones y búsquedas del cuerpo de Adriana Celihueta fuero tantas que dejan de distinguirse en los 11 cuerpos y anexos del expediente. Se la buscó debajo del Viejo Muelle de pescadores por la sospecha de un suicidio. Se removieron médanos del parque Lillo. Se excavó en la veterinaria de Costa, en un aljibe de un campo del padre de Costa, a los lados de una pileta en otra estancia, en un desaparecido molino de viento junto al río Quequén, en una casa donde se halló una heladera sepultada con restos de un caballo, en la rotonda del Parque Miguel Lillo, en el parque Miguel Lillo, debajo de uno de los puentes del río Quequén. En la mayoría de los lugares el hallazgo eran huesos de animales excepto en una ocasión que se descubrió una sandalia que fue exhibida a la familia pero que no coincidió con las que usaba Adriana Celihueta.
Uno de los operativos puede resumir en que terminó transformada la investigación del caso Celihueta. En el verano de 1999 un testigo de identidad reservada dijo que cuatro años antes una conocida que vivía en un campo a la vera del río Quequén le había comentado que sabía dónde estaba el cuerpo de Celihueta.
Esa conversación se dio con la mujer “pasada de copas”, lo que la desinhibió para hablar. A partir de ese testimonio, la Justicia se esforzó por dar con el lugar, el pozo de un ya desaparecido molino de viento. El mismo José Luis Ribelli se hizo presente en el lugar el 25 de enero para asegurar la zona y demarcar el sitio exacto. Un grupo de trabajadores de Bomberos empezó una excavación en donde se creía que había funcionado el viejo molino, pero de pronto se apareció una persona y dijo algo revelador: “Si andan buscando el pozo del molino, no está donde están cavando”.
Finalmente el 1° de febrero excavaron en el pozo el viejo molino, encapsularon la fosa con un tubo metálico y bajaron hasta casi 13 metros. Nada se descubrió allí. Un nuevo fracaso impulsado por los dichos de una testigo que recordaba una charla con una mujer borracha cuatro años antes.
Con la llegada de la reforma judicial, quien quedó a cargo de la causa fue la fiscal Susana Kluka y a fines de 2001 la nueva responsable de la investigación del caso, la fiscal Susana Kluka propuso que dejar atrás la carátula “desaparición dudosa de persona” y cambiarla por “privación ilegítima de la libertad agravada y/o con homicidio resultante”. Un análisis de todo el expediente, que por entonces tenía más de 10 cuerpos y 1800 fojas, le formó convicción a Kluka de que Celihueta no podría haberse suicidado ni tampoco haber desaparecido voluntariamente. Que habían intervenido terceras personas, aunque esta última aseveración estaba basada más en el descarte de las otras dos hipótesis que en pruebas sólidas.
Kluka pidió la elaboración de un identikit “actualizado” digitalmente para saber cómo se vería Celihueta más de 15 años después.
Retoque digital del año 2001 para saber cómo se vería Celihueta casi 15 años después de su desaparición.
Eso sí, entendió que era razonable la línea de investigación que hablaba de un escenario de carrera de caballos ilegales, en donde el veterinario Reinaldo Costa estaba involucrado no solo por suministrar compuestos a los caballos sino porque era propietario de algunos equinos. Y que Celihueta era parte de las maniobras.
El juez Peralta admitió el cambio de carátula solo a los efectos de disponer nuevas medidas de prueba.
El 18 de septiembre de 2007, después de una etapa en la que fue más lo revisado que lo que pudo generarse como nueva prueba, el juez Jorge Peralta escribió: “Con certeza, poco se puede afirmar respecto a la suerte de Angela Adrian Celihueta y nada se ha podido agregar a los indicios recogidos desde el primer momento y de los que puede inferirse que ha sido víctima de un grave atentado personal. Entre las medidas de los últimos años, lo intentos por encontrar su cuerpo no han arrojado resultados positivos. Tampoco se ha logrado progreso respecto a la identificación del autor o autores del hecho, más allá de las líneas de investigación que se postularon desde los momentos iniciales. Luego de eso, firmó el sobreseimiento de la causa y se la dejó en reserva hasta tanto aparecieran nuevos elementos que permitan su reapertura.
Nunca apareció el arrepentido que sabe, aún hoy a 35 años de aquella noche de verano, qué le hicieron a Adriana Celihueta.
Carlos Celihueta no soportó más la vida en 2015 y se la quitó de un disparo. El resto de la familia sigue a la espera de, al menos, conocer el sitio en donde están los restos de Adriana.
FIN
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