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Opinión 24 de abril de 2020

El poder omnímodo

Por Andrés Olivera

Cuando un líder reúne la suma de todo el poder suele traducirse, en los hechos, en regímenes de carácter totalitario, sobre todo si tomamos en cuenta que el ejercicio de la democracia pasa por garantizar lo contrario, que es el equilibrio del poder mediante el consenso y la necesidad de establecer acuerdos, además del funcionamiento de los tres poderes del Estado.

Sin embargo, es cierto que la crisis que está atravesando el mundo y nuestro país en particular, explica los motivos por los cuales el presidente de la Nación, Alberto Fernández, concentra todo el poder sin ninguna oposición de propios ni ajenos. El riesgo a futuro es que a partir de las consecuencias que deje la crisis el jefe de Estado continúe con esas atribuciones extraordinarias que muchos suelen denominar como “superpoderes”. Veamos.

Si nos ceñimos por el estilo dialoguista que ostenta el presidente parece difícil imaginar que pueda caer en la tentación de seguir gobernando mediante Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). Por el contrario, su ADN nos lleva a pensar que procurará volver a imponer su lógica no sólo por convicción, sino además como una forma de dirimir la disputa de poder interna con el ala dura del kirchnerismo, que una vez pasada la pandemia dejará a un lado la tregua y retomará su impronta natural con raíces belicosas.

En simultáneo, el mandamás argentino afrontará otro desafío; administrar las adhesiones de ajenos que cosechó ante la crisis sin romper con su base electoral, en especial la del kirchnerismo. ¿Podrá retener esas voluntades y traducirlas en votos? ¿O sólo quedarán en los números como un alza en su imagen positiva a partir del manejo de crisis?

Está claro que hay un voto duro anti peronista que jamás se volcaría a favor de una expresión ´pejotista´, en ninguna de sus formas. Pero también existe un caudal de gente que está por fuera de cualquier espacio partidario y que oscila en la elección de los dirigentes a partir de otros factores tales como el humor social o el pragmatismo en la toma de decisiones. Allí Alberto Fernández puede tener una oportunidad, siempre con la difícil tarea de no descuidar, al mismo tiempo, a quienes ya lo votaron.

En relación a esto, las decisiones de hoy impactarán mañana. Por eso el falso dilema entre economía y salud lo obliga a volcar todos sus esfuerzos en el sistema sanitario. Los ejemplos del mundo que vemos con malos ojos porque priorizan la maquinaria económica por sobre la salud de su pueblo, tienen argumentos para hacerlo. No sólo desde el apoyo social, sino también desde la base de sustentación que les da forma a sus aspiraciones futuras de mantenerse en el poder.

En Argentina, en cambio, la economía suele estar en situación terminal o de crisis aguda, y la sociedad está acostumbrada. Por tanto, el salvataje económico no es una opción, mucho menos teniendo en cuenta que el punto de partida de la actual administración viene de un arrastre de caída que contempla los gobiernos de Mauricio Macri y el último mandato de Cristina Fernández de Kirchner.

Entonces, suena más que razonable la decisión de concentrar todos los esfuerzos en preservar la salud de todos los argentinos. Si Alberto logra morigerar los daños del coronavirus, a pesar de la debacle económica, tendrá su batalla ganada. Según las encuestas que el propio gobierno maneja, la percepción colectiva es bastante parecida. Por eso insistirán en la misma dirección.

En cuanto a lo económico, se presume que los condicionamientos que sobrevengan como consecuencia de la crisis y del default virtual no serán un impedimento para que el presidente intente la reelección en 2023. Por el contrario, el contexto de crisis le permitirá al gobierno dos cuestiones centrales; por un lado, mejorar sustancialmente las condiciones para la renegociación de la deuda, y por otro lado la posibilidad de administrar el ajuste con la contención que sólo el peronismo puede garantizar sin sufrir desbordes sociales.