El peronismo que viene
por Emiliano Rodríguez
A fuerza de tropezones electorales, el peronismo finalmente comprendió que tenía que dejar de lado diferencias internas y unirse para fortalecer sus posibilidades de desbancar al gobierno de Mauricio Macri en los comicios de este año.
El resultado de las PASO no solo confirmó que la estrategia ha sido la acertada -al menos hasta el momento-, sino que además avaló con creces la decisión de la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner de correrse del centro de la escena, al designar como postulante presidencial del Frente de Todos (FDT) a Alberto Fernández.
Así las cosas, el peronismo ya palpita su regreso al Poder después de la contundente victoria por 15 puntos de ventaja sobre el binomio oficialista de Juntos por el Cambio, Macri-Miguel Angel Pichetto, el pasado 11 de agosto: aires sumamente optimistas se respiran por estas horas en el espacio que lidera la dupla Fernández con vistas a octubre.
En los últimos días, se conocieron nuevas encuestas que ubican al ex jefe de Gabinete del kirchnerismo ganando en primera vuelta y si bien esas mediciones han estado a cargo de las mismas consultoras que se equivocaron feo antes de las PASO -cuando anunciaban un escenario de “paridad absoluta”-, da la sensación de que salvo un “milagro electoral” habrá cambio de Gobierno en la Argentina este año.
Doble desafío
Si en efecto las urnas ratificaran el próximo 27 de octubre el triunfo del FDT y consagraran a Fernández como nuevo Presidente de la Nación, un doble desafío quedará planteado casi de inmediato para el peronismo, tras haber alcanzado tan laboriosamente la unidad en el tramo final de la campaña electoral previa a las PASO, con el “regreso al hogar” del líder del Frente Renovador, Sergio Massa.
En el corto plazo, el justicialismo tendría que ser capaz de favorecer las condiciones para que Macri culmine su gestión y acompañar al líder del PRO hasta el 10 de diciembre: la todavía floreciente democracia argentina necesita para robustecerse y comenzar a ponerse los pantalones largos que un Gobierno no peronista concluya su mandato.
Saber resistir tentaciones desestabilizadoras, a pesar de olfatear sangre, debería suponer hoy por hoy una premisa de máxima para el movimiento peronista, la piedra angular para la construcción de confianza, madurez política e idoneidad basadas en preceptos republicanos y respeto por el sistema.
Llegar y mantenerse (unidos)
Superado este escollo, una vez producido el traspaso de mando en el caso de que el FDT se imponga en los comicios que se avecinan, ese espacio tendrá que demostrar si sus principales referentes se unieron por el “espanto” que les ocasiona el gobierno de Macri, por fines electoralistas, o bien confluyeron por detrás de una idea en común, de un proyecto de país que intentarán efectivamente llevar a la práctica.
Como se suele decir, “más difícil” o “más importante” que llegar “es mantenerse”: si el Partido Justicialista (PJ) consigue acceder a la Presidencia, con el kirchnerismo, La Cámpora, sectores del peronismo histórico, pesos pesados del sindicalismo y oportunistas compartiendo el mismo escenario de Poder, Fernández deberá esmerarse y hacer malabarismos probablemente como articulador, como líder del grupo, para evitar que posibles roces o asperezas se conviertan en fisuras.
En un movimiento verticalista como el peronismo, Fernández, en el rol de jefe de Estado, tendría que ungirse como el conductor del espacio, más allá del simbólico liderazgo de José Luis Gioja dentro de la estructura formal del PJ, y respaldarse especialmente en los gobernadores para fortificar sus cimientos.
Los gobernadores
Al fin y al cabo, en el interior del país, no es tanto Cristina la que “tiene los votos” cautivos, como sucede en el Conurbano bonaerense, por ejemplo, sino que son los mandatarios provinciales los que atesoran el poder territorial. Es cierto, la ex presidenta demostró que puede convocar a multitudes durante las presentaciones de su libro “Sinceramente”, pero el bolígrafo lo manejan los gobernadores.
Y las decisiones las toman ellos también. En este contexto, Fernández, hábilmente, durante la campaña electoral ha venido tendiendo puentes con los mandatarios provinciales de la oposición, a quienes prometió que cumplirán un papel protagónico durante su hipotético Gobierno.
Lógicamente, el ex jefe de Gabinete también necesita mantener línea directa con los intendentes bonaerenses del peronismo, los dueños de la lapicera en un distrito del país que suele ser determinante para las aspiraciones del PJ de imponerse en unos comicios nacionales, como los que se celebrarán en la Argentina dentro de dos meses.
Allí, efectivamente los jefes comunales acordaron con el kirchnerismo antes de la compulsa electoral de este año viendo que Cristina acumula un nada despreciable caudal de votos y, como suele suceder en política, el instinto de supervivencia prevalece sobre cualquier aspereza del pasado.
Muñeca política
En la provincia de Buenos Aires, el PJ se perfila para recuperar municipios de manera significativa: en 2015, Cambiemos había ganado en 80 comunas y luego triunfó en 113 en los comicios de medio término de 2017, pero en las últimas PASO el oficialismo apenas se alzó con la victoria en 43.
En ese distrito, Massa encabeza la lista de candidatos a diputados del FDT y comparte nómina con dirigentes de La Cámpora, entre ellos, Máximo Kirchner, líder de la agrupación ultra-K y de quien se podría esperar que en un mediano plazo aspire a competir por la Presidencia de la Nación.
No solo militantes kirchneristas fantasean con esa posibilidad.
Lo cierto es que Fernández, de llegar a la Casa Rosada, deberá saber “muñequear” para contrapesar intereses que no necesariamente persigan los mismos objetivos políticos y neutralizar probables tensiones internas, dentro del peronismo.
Y todo ello, en simultáneo mientras gobierna un país en crisis.
Indefectiblemente el espacio al que pertenece tendrá que esforzarse en ayudarlo, al menos durante los primeros dos años de gestión, antes de que las elecciones de medio término de 2021 comiencen a dirimir eventuales disputas de poder, de liderazgo o ambas. Podría ocurrir o no.
Al fin y al cabo, fueron los comicios legislativos de 2017 los que significaron el puntapié inicial del proceso de unidad que desarrolló el PJ para llegar robustecido a la compulsa de este año, incluso a pesar de la derrota de Cristina en su terruño de la provincia de Buenos Aires en aquella ocasión.
En Balcarce 50, y siempre en el hipotético caso de que gane en octubre, Fernández deberá convivir como cabeza de un espacio de gobierno no solamente con la figura de la ex presidenta entre bambalinas, sino también con sectores de izquierda, de centro y de centro-derecha, como los adalides de la burocracia sindical que dieron su respaldo al proyecto.
Un proyecto político al que se sumaron agrupaciones populares, como el Movimiento Evita por ejemplo, pero con el que también han empezado a coquetear en los últimos días referentes de las grandes ligas empresariales de la Argentina, como el CEO de Mercado Libre, Marcos Galperin, el sojero Gustavo Grobocopatel e industriales como Daniel Funes de Rioja, además del Grupo Clarín, entre otros integrantes del “círculo rojo”.
Y sí, también es necesario recordarlo y tenerlo presente, un proyecto que ahora lo muestra consolidado como postulante a la primera magistratura, pero que el mismo Fernández comenzó a liderar sin haber aportado un solo voto propio en los albores de la campaña electoral, tras haber sido designado a dedo por Cristina: una particularidad que quizás en algún momento de su eventual gestión le pueda jugar en contra.
(*): Secretario general de redacción de la agencia Noticias Argentinas (NA).