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Opinión 12 de marzo de 2023

El Papa de los pobres

Por Noberto Galasso

El 13 de marzo de 2013 una amplia manifestación de católicos esperaba las noticias procedentes del Vaticano acerca del histórico cónclave que realizaba la cúpula de la Iglesia para designar al nuevo Papa hasta que se escuchó la famosa frase “Habemus Papam” y se anunció que Francisco iba a ser el nombre del nuevo Sumo Pontífice, y que ese sacerdote era el argentino Jorge Mario Bergoglio.

Fue una sorpresa para muchos, porque jamás se había elegido a un Papa latinoamericano.

Es cierto que la Iglesia tenía un sector que venía avanzando, especialmente después del papado de Juan XXIII, con la mirada puesta en el Tercer Mundo y en sus millones de desposeídos, pero también había otros sectores complicados con varias dictaduras.

En este contexto, la elección del padre Jorge Bergoglio como Papa Francisco, en recuerdo de Francisco de Asís, ya estaba indicando algo de sus posiciones respecto a la fraternidad, la solidaridad y el papel que debe jugar la Iglesia.

Sin embargo, se escucharon algunas críticas porque Bergoglio no había sido un sacerdote del Tercer Mundo.

Había tenido una relación cercana al peronismo, porque era familiar del teniente coronel Oscar Cogorno que fue fusilado en La Plata cuando se produjo el levantamiento de Juan José Valle en 1956, y también tenía una amistad con el obispo Enrique Angelelli, sobre quien la Iglesia se tragó la mentira que había sido víctima de un accidente cuando, en realidad, fue asesinado.

Los que conocíamos algo sobre Bergoglio sabíamos que, en la parroquia del barrio de Flores, siempre se había preocupado por los pobres.

Si bien no había sido un cura como Carlos Mugica que predicaba en las villas, sí se preocupaba por los problemas comunes que debía sobrellevar la gente pobre, especialmente en la zona del Bajo Flores.

No se sabía demasiado sobre Bergoglio e, incluso, circularon versiones sobre una supuesta claudicación ante presiones de los militares, que luego no fueron tomadas en cuenta tras el total apoyo que recibió por parte del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y de la respetada defensora de los derechos humanos Alicia Oliveira.

Jorge Bergoglio era un apasionado lector de temas vinculados con la química y escribió algunos libros, entre ellos “Reflexiones en esperanza”, “Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica” y “Meditaciones para religiosos”.

Más allá de eso, cuando asumió como Papa, Francisco no dejó dudas respecto a sus posiciones: se metió con el Banco del Vaticano y depuró todas las maniobras, algunas bastante irregulares, que los financistas realizaban dentro de la entidad.

También sancionó a curas pedófilos y realizó homilías donde cuestionó al liberalismo.

Fue sumamente crítico con la pérdida de humanidad frente a los mercados, sosteniendo una firme defensa del concepto de solidaridad.

Asumió la posición de acción por los pobres y sus discursos fueron cada vez más cercanos a la de quienes denunciaron los abusos en los países coloniales y semi-coloniales.

Al respecto, en varias oportunidades llamó a resolver la situación social y a reducir el índice de mortalidad en África.

Y planteó la necesidad de una reforma en la Iglesia.

El Papa Francisco siempre fue un hombre humilde, sobrio, pero empezó a viajar y a conectarse con los países más pobres, a intervenir en concentraciones populares y a manifestarse en la línea que se venía dando en un sector de la Iglesia, avanzando hacia una Iglesia que no fuera servidora de las dictaduras y de los grandes poderes económicos.

Siempre bregó por la paz, interviniendo con su palabra cuando había guerras y reivindicando, una y otra vez, la solidaridad.

Se convirtió en una de las grandes figuras de la política mundial, tanto por su coherencia y actitud como por su defensa de los sectores más populares.

Un capítulo aparte para relatar algo estrictamente personal.

La periodista Alicia Barrios le llevó a Francisco mi biografía de Juan Domingo Perón y, tiempo después, el Papa le recomendó que la leyera porque, según le dijo, era lo mejor que se había escrito sobre el General.

Cuando ella regresó a Buenos Aires, intentó conectarse conmigo pero por algún motivo no lo hizo.

Se enojó y entonces, cuando escribió un libro sobre el Pontífice, prefirió no incluir en su obra esta anécdota.

Tiempo después la contacté y expliqué que el desencuentro había sido algo totalmente casual, por lo que ella se lo explicó al Papa cuando volvió al Vaticano.

Entonces, Francisco me envió un mensaje diciéndome que me quedara tranquilo porque se estaba llevando el mejor curso posible sobre lo que había ocurrido.

También me dijo que íbamos a vivir bastante tiempo porque los dos habíamos nacido el mismo año (1936), además de compartir el amor por San Lorenzo de Almagro, lo cual era una patente de sufrimiento para algunos fanáticos.

Recuerdo que me mandó un rosario, sin preguntarme si era creyente o no, lo que trajo a mi memoria la vinculación estrecha que tuve con varios sacerdotes, no tanto con Mugica sino con el padre Hernán Benítez, el confesor de Evita.

Cuando lo fui a visitar junto a un amigo, Benítez me recibió con estas palabras: “Pase, está en su casa. Pero, ¿usted cree?”

Y yo tenía que decirle la verdad. Si bien había tomado la comunión, después fui completamente ajeno a la Iglesia.

“Mire padre, yo no creo”, fue mi respuesta.

El padre Benítez, que era un tipo extraordinario y muy agudo, entonces me dijo: “Lo que ocurre es que usted cree que no cree, y yo creo que creo, y a lo mejor los dos no sabemos para qué estamos en este cochino mundo. Pero usted me viene a visitar porque, igual que yo, quiere que haya más alegría en el mundo, que haya menos pobreza, que la gente viva mejor. Entonces, para qué vamos a tocar temas que nos puedan separar cuando estamos luchando por la misma cosa”.

Y me hizo pasar y tuvimos una larga conversación. Después me hice su amigo, iba a visitarlo de vez en cuando y conversábamos en un comedor donde había un busto de Evita y un retrato del Che.

Ese era el padre Benítez y esa es la Iglesia a la que aspiran muchos, muchos.

Es uno de los mejores recuerdos que tengo del Papa.

(*): Historiador.