El Oriente en Jorge Luis Borges
¿Atracción? ¿Imán? Las diversas filosofías orientales interesaron al autor de El Aleph, quien veía que esos corpus religiosos le aportaban el factor sorpresa. El exotismo y la búsqueda del conocimiento.
Por Mercedes Susana Giuffré
“Sí, he dedicado muchos años al estudio de la filosofía china, especialmente al taoísmo, que me han interesado mucho y también he estudiado el budismo. He estado también muy interesado por el sufismo. De modo que todo eso ha influido en mí, pero no sé hasta dónde. He estudiado esas religiones, o esas filosofías orientales como posibilidades para el pensamiento o para la conducta, o las he estudiado desde el punto de vista imaginativo para la literatura. Pero yo creo que eso ocurre con toda la filosofía”. Borges, Entrevista de Harold Alvarado Tenorio. Islandia, 1978.
Oriente posee un lugar de privilegio en el imaginario Occidental. La incesante lectura y citas de las obras de autores que mucho influenciaron en Borges desde la infancia revelan en nuestro escritor, un constante interés en Oriente en general y en China en particular.
Autores de los Siglos XVII y XIX, como Coleridge, Kipling, Schopenhauer, sumado a las lecturas de su abuela Fanny Haslam, junto con obras clásicas como La Biblia, el Ramayana, las Upanishads, Las mil y una noches, la filosofía de Lao Tsé, la filosofía budista, los haiku y el japonés Basho y tantísimas lecturas más, formaron parte del imaginario borgesiano.
Su aproximación a Oriente, siempre fue una búsqueda de lo recóndito, de lo desconocido, de otros mundos. La milenaria sabiduría oriental: discreta, paciente y concentrada encarnada en el budismo forjó un imán de atracción para Borges. Oriente contaba con un elemento fundamental: el factor sorpresa. Pero, como explica el mismo Borges en “Textos Cautivos”, le interesaba menos el “exotismo, horrenda palabra”; que la búsqueda del conocimiento de otras cualidades de vida, de otras representaciones de pensamiento; desplegando un intenso análisis por oposición y por comparación.
Son numerosos los escritos de Borges vinculados a Oriente en aproximaciones varias: a través de citas, de palabras de idiomas lejanos, de paisajes, de personas. Entre los más conocidos están «El inmortal», «La busca de Averroes», «El Zahir», «Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto», (El Aleph), «El jardín de senderos que se bifurcan», «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius», «Funes el memorioso» (Ficciones, 1949) (en Prosa completa 1980) y muchos más.
En el caso de «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius» donde Ubqar es un país de nombre que evoca a Cercano Oriente, tal vez emplazado en una región de límites difusos, tal vez cercana a la actual Armenia. A la manera de Edouard Said, Borges ubica y reconstruye una “ciudad-civilización”, donde las pasiones humanas se espejan en sí mismas. Se advierte en sus escritos una constante borgesiana: desterritorializar la escritura y solazarse jugando con el factor tiempo.
En este breve artículo, solo deseo tomar como eje de la intertextualidad del Oriente en Borges, una obra clave y un clásico de la literatura clásica china: “El Sueño del Pabellón Rojo” (Hong Lou Men), de Cao Xueqin. Para el escritor, China era “el último otro”, el confín, lo inasible en una visión reflexiva. En Borges el último otro es ”the self”, el sí mismo.
Borges conoció esta gigantesca novela china por entregas a través de la traducción alemana de Franz Kuhn, y en 1937 le dedica uno de sus ensayos sobre literatura mundial. La presenta como “la novela más famosa de una literatura casi tres veces milenaria… donde abunda lo fantástico”. (Variaciones, Borges 22 (2006).
Esta obra de unas 2000 páginas y 400 personajes fue editada en dos tomos en español por Círculo de Lectores; guarda interés para Borges, no particularmente por sus personajes, o argumentos, sino por su vasta construcción que se recrea, se abre y se bifurca permanentemente. Todo gira en torno al amor trágico entre Jia Baoyu y su prima Lin Daiyu, entrelazados con seres fantásticos, hadas, rocas mágicas, jade, recetas culinarias, y con varios relatos que se encadenan entre sí. Es muy posible que la idea de “El Jardín de senderos que se bifurcan (1941)” haya tenido a Hong Lou Men como fuente de inspiración; esta obra y las “Mil y una noches” son ambas mencionadas por el autor en “El Jardín…”, (1:475 y 1: 477).
En este thriller de Borges, las tres imágenes de su jardín, como imitación de un jardín chino en una residencia inglesa, como un jardín universal, y como vehículo de unidad entre laberinto y texto; todas ellas evocan al clásico chino “El sueño del Pabellón rojo”; donde ambas obras presentan la peculiar iconografía china de la caja dentro de la caja, siempre cerca pero cada vez más lejos.
Hong Lou Men, tal vez no sea la imagen central en el thriller de Borges, pero la forma en que Borges presenta una obra maestra oriental a través de de diversas etapas de misterios, puede ser vinculada a la grandeza textual de la novela china, porque para la avidez de conocimiento de Borges, toda enciclopedia, real o ficticia, es a la vez un laberinto y una brújula. Ese es el rol de “Sueño del Pabellón Rojo” evocándolo desde “El Jardín de Senderos que se bifurcan”; no solo porque la obra china es una novela enciclopédica, sino porque cumple una doble función en la narrativa borgesiana: como laberinto es la imagen de un jardín metafísico, y como brújula, proporciona al lector la solución a los misterios del jardín.
En síntesis, el Oriente en Jorge Luis Borges funge al mismo tiempo como una fuente de elementos fantásticos y como remanso filosófico donde Borges juega con tiempos sincrónicos, aplica percepciones de filosofías orientales y nos inserta a su vez en el reflejo de viajes literarios por remotas comarcas; un microcosmos de civilizaciones perdidas en las arenas del tiempo.
(*) Sinóloga.