El motor de la crisis más allá de los relatos
Kulfas
Por Jorge Raventos
Matías Kulfas, hasta ayer ministro de Producción de Alberto Fernández, era uno de los blancos favoritos de la señora de Kirchner, que nunca le perdonó el tono crítico con el que el ex funcionario analizó su gestión económica en un libro escrito siete años atrás. Pese a que Fernández sostuvo largamente a su ministro, ayer lo dejó caer después de un nuevo cañonazo disparado por la vicepresidenta. En rigor, aunque ella reclamará con bastante legitimidad el crédito por ese desplazamiento, el episodio fue más bien un gol en contra del propio Kulfas: su cartera dejó torpemente a la vista las impresiones digitales en una operación de prensa que, con el ánimo de golpear a funcionarios kirchneristas del área de energía hería a la empresa argentina más involucrada en el desarrollo de Vaca Muerta, insinuando que una licitación vinculada con la construcción del gasoducto Néstor Kirchner -provisión de caños sin costura- había sido amañada para favorecer a Techint. La vice se quejó de una filtración que golpeaba a su sector; el presidente, por su parte, se habrá fastidiado por la lesión gratuita inferida a la poderosa firma que preside Paolo Rocca, con quien se reunió en privado a fines de mayo.
La baja de Kulfas inevitablemente se contabiliza como una resultante de la conversación pacificadora que Fenández y su vice mantuvieron el viernes en Tecnópolis, después de largas semanas de incomunicación, distanciamiento y disparos recíprocos. Para el relato que se ha impuesto en los medios, la señora le ha arrancado una nueva concesión al presidente, aunque no ha conseguido aún desalojar a Martín Guzmán del Palacio de Hacienda.
La novela y la historia
Esta narrativa, limítrofe con la novelística que se regodea reduciendo cualquier conflicto a peripecias íntimas o tensiones personalizadas, deja frecuentemente de lado hechos y tendencias más significativas. La salida de Kulfas del gabinete -cualquiera haya sido el motivo determinante- no parece un dato de excesiva significación. No es comparable con, digamos, el reemplazo de Domingo Cavallo en el gobierno de Menem; ni siquiera con el despido de Bernardo Grinspun del equipo de su amigo, el presidente Raúl Alfonsín. En cuanto al culebrón que involucra a Fernández y a la vice, parece haber perdido toda relevancia ocuparse de quién manda sobre quién cuando lo que va quedando claro para todo el mundo es que no manda ninguno, que lo que se impone es una creciente impotencia, maquillada con gestos y discursos erráticos o inconducentes.
El presidente, por caso, ensayó un número anacrónico simulando que faltaría a la cumbre americana de Washington si el gobierno estadounidense no invitaba a participar a los jefazos de Nicaragua, Venezuela y Cuba; insinuó también que, como presidente de la CELAC, citaría a una reunión casi simultánea en la capital de Estados Unidos, a la que sí convocaría a aquellos mandatarios cuestionados. Más tarde puso el freno y cambió radicalmente de rutina al recibir una invitación del presidente Joe Biden a una reunión privada en el mes de julio en la Casa Blanca. Por cierto, saber rectificar un error es una señal de lucidez. Pero Fernández repite de un modo exasperante conductas similares que, más que errores, parecen un modus operandi. Ese estilo ha contribuido a la situación actual, en la que la figura presidencial ha perdido peso y envergadura.
La vice, por su parte, no consigue transformar sus deseos en realidades. La batalla en que está empeñada con la Justicia hasta el momento sólo le ha ocasionado derrotas y su actual jugada, en la que ha conseguido apalancarse con una docena larga de gobernadores y hasta con el ala jurídica de la Casa Rosada, va camino de empantanarse en el desierto. La pretensión de transformar la Corte Suprema en una Corte Federal y multiplicar por cinco el número de sus integrantes puede ser aprobada por el Senado, más difícilmente puede alcanzar la mayoría simple de la Cámara Baja pero, en definitiva, la eventual designación de los integrantes de esa Corte Federal necesitaría mayoría especial (dos tercios) en el Senado, una performance que el oficialismo no está en condiciones de cumplir actualmente (y, si se cumplieran las profecías derrotistas de la propia señora de Kirchner, menos aún en el próximo período).
Otros escenarios
Por debajo de gestos y batallas estériles, en el universo del peronismo hay muchas cosas que se mueven y muchas cabezas que están reflexionando sobre la anemia que parece haber afectado a su movimiento. Un ejemplo: en el corazón peronista del conurbano, tercera sección electoral, partido de La Matanza, una voz animosa -femenina- desafía la jefatura del intendente Fernando Espinoza. Lo interesante no es solo la voluntad de competir -algo que puede verse en otros puntos del conurbano- sino las apreciaciones de Patricia Cubría, diputada, participante destacada del Movimiento Evita y una de las forjadoras del Frente Vecinal que aspira a gobernar La Matanza. Su análisis no está forjado en un escritorio, sino en la acción. “Yo no soy albertista ni kirchnerista -señala Cubría- Hoy, la dirigencia política es una representación lastimada de la post crisis de 2001, que no termina de cicatrizar y que en muchos casos se alejó de la sociedad. Antes del 17 de octubre no había un Perón. Eso me permite todavía creer en que los procesos los van haciendo los pueblos. Y si los pueblos vamos construyendo algo más justo, aparecerá un liderazgo nuevo”.
Cubría proviene de la militancia del conurbano e integra el Frente de Todos. Desde otro perfil, el ex gobernador salteño Juan Manuel Urtubey participó quince días atrás en un plenario citado en Mendoza por la conducción oficialista del justicialismo local. Fue como invitado y dejó rápidamente en claro su posición cuando le tocó hablar: “Como bien saben, yo no integro el Frente de Todos: soy peronista”, afirmó. Y, como Cubría, se dedicó a mirar el futuro. Empezó citando a Perón, cuando recordó la frase en que el fundador del justicialismo apuntaba que ante un mundo cambiante lo que los hombres pueden hacer es “fabricar una montura” para cabalgar esos cambios. Urtubey señaló que se trata de “escuchar a la gente, a la de nuestro país y a la de otros” que está reaccionando frente a “un sistema de representación que está francamente en crisis”. El peronismo -dijo- debe reconstruirse desde la gente, no el que mira desde el espejo retrovisor, sino el que construye futuro. Sólo así podrá convocar e interpelar a los jóvenes nativos digitales. El peronismo es un espacio transformador”.
Evidentemente, en el seno del peronismo -y a la luz de la crisis que el gobierno surgido de su voto se muestra ineficaz para abordar- bulle una intensa inquietud, que algunos canalizan pensando exclusivamente en las PASO del año próximo y otros abordan mirando más lejos e inspirándose en la propia historia. Los liderazgos menguantes que hoy están a la vista sólo serán desplazados por un nuevo liderazgo afincado en la realidad y en una visión del futuro que contribuya a emerger del presente y sus desafíos.
En otras circunstancias, la erosión de los liderazgos oficialistas podría encontrar un reemplazo en la oposición. Sucede, sin embargo, que en el seno de la coalición opositora, incluso contando con la ventaja competitiva de un oficialismo enredado en su propio agotamiento, se reproducen rasgos de internismo e impotencia que parecen cerrar ese camino.
Este cul de sac desconcierta a más de un analista: si no hay una alternativa opositora viable podría sobrevivir el menguado poder actual o, eventualmente, irrumpir la ilusión anarquizante que se evidencia en el rating de los libertarios de Javier Milei.
No habría que excluir, sin embargo, la posibilidad de que la superación de la crisis del sistema político, en lugar de producirse por sustitución de una coalición existente por su contraparte, encuentre su camino a través de una dialéctica de disgregación-reconstrucción, nuevos agrupamientos, coincidencias que sobrepasen los anacronismos, emergencia de nuevas generaciones y de un nuevo liderazgo. Lo esencial es invisible a los ojos.
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