El monumento a Ameghino y las tribulaciones de su escultor
La efigie de Florentino Ameghino fue esculpida en 1936 en una cantera de Tucumán y Laprida. Su escultor, Rafael Radogna, vivió momentos de zozobra durante la realización. La obra fue inaugurada durante un acto monumental. Ese día quedaron trazados algunos rumbos de la futura ciudad.
Inauguración del monumento a Florentino Ameghino, que fue insertado en las barrancas de Punta Iglesia. El acto tuvo lugar el 29 de noviembre de 1936.
Rafael Radogna era el restaurador de la antigua Rambla Bristol y tenía su estudio en los subsuelos de ese paseo que simbolizó al “balneario de la aristocracia”. Una reliquia fotográfica lo muestra allí, con lánguida expresión, sentado en una emblemática “silla Mar del Plata” entre estatuillas y bocetos.
En su carácter de empleado municipal, el trabajo de Radogna no era poco: la rambla tenía decenas de ornamentos -copones, relieves, frisos, balaustres- que necesitaban de su mano maestra. Y a ello se sumó que en 1936 le asignaron un trabajo adicional y tuvo que esculpir la efigie del naturalista y paleontólogo Florentino Ameghino que fue inaugurada durante un acto al que en principio no fue invitado. Y donde quedaron echadas, con la presencia del gobernador Manuel Fresco, algunas cartas de la futura ciudad.
Escultor, pintor y grabador, había nacido en Italia en 1879 y se formó en institutos romanos. Llegó a la Argentina en 1908, fue profesor en la Escuela de Artes y Oficios y tuvo como discípulo a José Fioravanti, el mismo que emplazaría los lobos en la nueva rambla tras la demolición de aquella que restauraba Radogna.
Fundó escuelas de arte en San Luis y Mercedes, dejó huellas de su tarea escultórica en Pringles y se radicó en Mar del Plata, donde realizó en la década del ’20 la escultura que hoy vemos sobre el pórtico del cementerio de la Loma. También es autor del monumento a Bernardino Rivadavia, una obra en bronce que hoy está siendo restaurada luego de haber sufrido largos períodos de olvido e innumerables vandalizaciones.
Demora de once años
Buena parte de la historia del monumento a Ameghino se encuentra en los boletines municipales de la época que, a razón de 2.500 ejemplares trimestrales de 274 páginas, ofrecían detallados informes de la gestión comunal -balances, decretos, ordenanzas, estadísticas sanitarias- y abundante publicidad sobre las obras del intendente conservador José Camusso que, ciertamente, no eran pocas.
En verdad, la construcción de un monumento a Ameghino ya había sido aprobada por el Concejo Deliberante once años antes. Es más: en 1925 pusieron la piedra fundamental en Diagonal Pueyrredon y Paseo Dávila, pensando, sin dudas, en una estatua convencional que no llegó a construirse.
Lo que hizo Camusso en julio de 1936 fue informarle al Concejo Deliberante que, cumpliendo aquella vieja ordenanza, había dispuesto “la realización del monumento al sabio naturalista” con “la colaboración del escultor de la ciudad, Rafael Radogna”. Añadió que la obra se concretó “dentro de los gastos del municipio, sin partidas especiales” y pidió autorización para ubicarla “en la parte más saliente de la barranca sobre el Paseo Adolfo Dávila”.
El escultor Rafael Radogna en su estudio, situado en los subsuelos de la antigua Rambla Bristol, donde realizaba tareas de restauración. Aporte de Elisa Pastoriza a Fotos de Familia.
El deliberativo accedió al pedido, que coincidía con las tareas de urbanización que se estaban realizando en ese paseo, incluyendo el rellenado con tierra de la parte superior de la barranca y la colocación de 80 mil panes de césped.
¿En qué contexto se desarrolló la escultura? El 6 de agosto de 1936 se habían cumplido 25 años de la muerte de Ameghino y la veneración por este hombre de ciencias, exponente de la Generación del 80, seguía intacta, como en sus multitudinarias exequias en 1911. Se sumaba un aditamento local: el científico había desarrollado parte de sus investigaciones en nuestras costas.
La cantera de “El Griego”
Contrariamente a lo que muchos creen, la efigie de Ameghino no fue tallada sobre la barranca, sino en un inmenso bloque de piedra dentro de la “Cantera del Griego”, que funcionaba en Tucumán y Laprida.
Para el traslado tuvieron que emplear un método ancestral: rollizos de madera haciendo las veces de ruedas, cuñas, cuerdas y fuerza humana.
Paralelamente hicieron un corte en la barranca para que el monumento encajara a la perfección.
La efigie de Ameghino tuvo que ser trasladada mediante el empleo de rollizos, cuñas y fuerza humana.
Las dificultades del transporte y emplazamiento se vieron agravadas por una rajadura que se produjo en la piedra durante el tallado y que -según veremos- alentó algunos comentarios maliciosos.
Acto imponente
La Municipalidad dispuso que el monumento fuera inaugurado el sábado 29 de noviembre de 1936 y organizó un acto espléndido, acorde al gusto del gobernador provincial, Manuel Fresco, que fue invitado y aceptó el convite.
Una comisión especial estuvo a cargo de la organización y movilizó a 6.000 alumnos que desfilaron frente al palco oficial con sus blancos guardapolvos “en perfecto orden”. Eso dice el Boletín Oficial, que le dedicó la portada y diez páginas a las actividades de aquel día.
En la estación de trenes -que estaba ornamentada porque en septiembre se habían cumplido 50 años de la llegada del ferrocarril a la ciudad- hubo una cálida recepción a Fresco y a su comitiva, que incluía al secretario de Gobierno, Roberto Noble, fundador del diario Clarín en 1942.
Los frondosos discursos que se escucharon al pie del monumento obviaron el apellido de Radogna, aunque el intendente Camusso hizo una mención tangencial: “A un artista de esta ciudad cabe el honor de haber burilado esta efigie”.
Tiempos de cambio
Tras la inauguración, el gobernador fue guiado en un largo periplo y hasta paseó con sus anfitriones por la antigua rambla que haría demoler dos años más tarde.
Bien se sabe que Fresco, un conservador de inspiración mussoliniana, fijó en la obra pública de estilo monumental uno de los ejes de su gestión. Y que sus políticas convirtieron a Mar del Plata en una ciudad turística masiva antes de la llegada a la presidencia de Juan Domingo Perón.
La efigie de Florentino Ameghino, casi concluida en la “Cantera de El Griego” -Tucumán y Laprida- donde Rafael Radogna realizó la obra en pocos meses.
La construcción del complejo Bustillo (Casino, Hotel Provincial y Rambla), de la Ruta 2 y del complejo balneario de Playa Grande son tres de los emprendimientos que cambiarían el perfil de la ciudad.
Pero aquel 29 de noviembre de 1936, a la sombra de la magnífica inauguración y de los agasajos, Mar del Plata temía que el gobernador, con el consecuente perjuicio para la actividad turística, cerrara las ruletas que funcionaban en la ciudad.
Burilando la piedra
El doctor en historia Marcelo Pedetta, exhaustivo investigador del tema, explica que a poco de asumir en febrero de 1936, el gobernador inició una campaña que preanunciaba el cierre de las casas de juego bajo la invocación de “cuestiones morales”, aunque el verdadero propósito era estatizarlos en favor de la provincia, cuestión que finalmente hizo.
Los casinos funcionaban en forma privada, sin tributar al Estado. En Mar del Plata había dos -el del Bristol Hotel y el del Club Mar del Plata– que aportaban un canon reducido a la Municipalidad.
Cuando el gobernador llegó a la ciudad había preocupación por el funcionamiento de las salas de juego en la temporada que se avecinaba. Sabedor de ello, y al pronunciar un discurso durante el banquete que le ofrecieron en el hotel Royal, el gobernador anunció: “Habrá ruleta en Mar del Plata”. Pero aclaró: “siempre y cuando se pongan al servicio de las condiciones que el gobierno dictará”.
Los salas de juego marplatenses siguieron funcionando y Fresco los incorporó singularmente a su proyecto de estatización.
El Casino Central fue levantado en tiempo record y abrió sus puertas en 1939 merced a una licitación que ganaron los dueños de las dos casas de juego que ya funcionaban aquí y que financiaron gran parte de su construcción. Es decir que aquel 29 de noviembre de 1936, Fresco ya tenía burilada la piedra de lo que sería… “La Casa de Piedra”. Para ello, demolerían la antigua rambla que Radogna restauraba.
“¡En quince días!
Durante el proceso constructivo de la efigie, Radogna vivió momentos de zozobra que fueron relatados por el poeta y escritor Manuel García Brugos en su libro “Cincuenta años de vida literaria y artística en Mar del Plata” (1965).
Al recordar el trabajo en la “Cantera del Griego”, García Brugos indicó que Radogna “por su baja estatura y diminuto cuerpo, diríase desaparecer ante el tamaño de la piedra”. Tras definirlo como un artista “sumamente hábil e inteligente”, el escritor admitió que “lo respetaba y admiraba, sobre todo, por llevar con resignación la pobreza en aras de su amor al arte”.
Los apremios que sufrió durante la construcción aparecen claramente reflejados en el siguiente tramo del texto:
Dos meses después de esbozar la cabeza, a la que me invitaba de vez en cuando a ver y darle mi opinión, se presentó en mi casa diciéndome con su marcado acento italiano:
-El señor intendente me ha dicho que tengo que terminar el Ameghino en 15 días. ¡En 15 días!, ¿Qué le parece?
-Hágale presente que no es posible…
-Se lo dije… Mas insiste en que termine la obra…
-Siendo así, usted verá lo que hace. Pero no se olvide que si fracasa en esta, le será difícil conseguir luego otro trabajo en la ciudad…
“Un gran desaire”
El 29 de diciembre de 1936, “una hora antes de la inauguración, se presentó de nuevo en mi casa el escultor amigo, diciéndome profundamente amargado: Me están haciendo una acción injustificable, un gran desaire, dentro de un rato van a inaugurar el Ameghino y no me han invitado…”, relata García Bruga.
Es evidente que el escultor, además de amargado, estaba lógicamente furioso, al extremo de verter amenazas que el escritor definió como “palabras nada tranquilizadoras para la seguridad de la escultura”.
Radogna (derecha) junto a su ayudante, junto al monumento recién instalado. Aporte de Lorena Elizabeth Gurmandi (bisnieta del escultor) a Fotos de Familia.
De todas maneras, García Bruga se encargó de aclarar que “la amenaza que dejara traslucir el citado artista, no tiene nada que ver con la rajadura que se observa en ella. Dicha rajadura apareció cuando estaba por terminar la obra. Hago esta aclaración, porque he oído algunas veces que fue hecha intencionalmente por el escultor”.
Poco después Radogna volvió a la casa de su amigo para comunicarle que lo habían invitado. “Su palabra trasuntaba la emoción que le embargaba, los ojos le brillaban de alegría. Más adelante varios artistas, naturalmente amigos suyos, solicitaron a la Municipalidad, por intermedio del escritor Agustín Rodríguez, le fuera concedida una recompensa especial por el trabajo realizado, solicitud que felizmente fue oída”, relató García Brugos.
Rafael Radogna murió en 1956 en esta ciudad, veinte años después de haber esculpido aquella obra que le causó angustias, pero dejó su nombre tallado en la historia de Mar del Plata.
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