El millonario golpe en Cannes contra las joyas del señor Leviev
El glamoroso Carlton Hotel de la Riviera francesa en la ciudad de Cannes servía de escenario para la muestra de diamantes más importantes del mundo. Sin mayores problemas, un hombre entró con un arma y se llevó 74 joyas por un valor superior a los 136 millones de dólares
Por Fernando del Rio
El hombre tenía un gorra de beisbol y una especie de chalina que le cubría parte de la cara en el insoportablemente caluroso domingo 28 de julio de 2013. Era el horario en el que todo el mundo cruzaba el boulevard La Croisette para llegarse hasta la playa más reconocida de Cannes. Incluso lo hacían algunos de los huéspedes del Carlton Hotel. Pero el hombre de la gorra y la chalina, que además llevaba un morral blanco cruzado sobre su cadera, caminó en sentido opuesto e ingresó al salón de exhibiciones del hotel.
Treinta segundos después se había consumado el mayor y más sencillo robo de joyas de la historia de Francia, nunca superado en el valor de mercado del botín ni, mucho menos, en inversión pervia para cometerlo. Las joyas pertenecían al magnate Lev Leviev y formaban parte de la exposición llamada Extraordinary Diamonds, la que se había inaugurado ocho días antes y cuyos organizadores tenían pensado extenderla hasta el 20 de agosto.
A las 11.30, aproximadamente, el ladrón solitario llegó hasta el salón de la planta baja del Carlton Hotel y pasó por debajo de la gigantografía rosada que mostraba un valioso collar de diamantes y en letras destacadas solamente la marca registrada “Leviev”.
El glamoroso Carlton Hotel era el sitio ideal para la exhibición por su reputado estatus de, para muchos, mejor hotel de Cannes. Sus ventanales abiertos permitían la circulación del viento de verano y la seguridad, apenas personalizada en un par de custodios, estaba algo distendida mirando el mar. Ni siquiera los robos recientes de joyas, uno de ellos durante la celebración del Festival de Cine, habían servido como advertencia de que debían estar algo más alertas.
Lev Leviev era un multibillonario uzbeko con nacionalidad israelí que había construido un imperio en torno al negocio de los diamantes. Con las abultadas ganancias logró desarrollos inmobiliarios en distintas partes de mundo, de manera que sus preocupaciones jamás volvieron a ser las de niño, cuando el dinero no alcanzaba. Si algo le brotaba de las manos Leviev era dinero.
Contrarreloj
El hombre de gorra y chalina no era un improvisado. Sabía a la perfección qué era lo que tenía que hacer y cuánto tiempo debía consumir dentro del salón de exhibiciones del Cartlon Hotel.
Al entrar por uno de los ventanales lo hizo con una pistola en la mano que apuntó al primer guardia de seguridad a su derecha. El horario elegido fue crucial, porque a ninguna persona se le hubiera ocurrido visitar una muestra de joyas con semejante calor. Por eso, no había nadie allí. El primer guardia se arrojó al piso y el ladrón debió rodear una instalación circular con perfumes y relojes para llegar hasta donde estaba el segundo guardia junto a una mujer.
El reloj seguía corriendo y marcaba ya 14 segundos. La mujer tuvo una reacción impulsiva al ponerse de espalda al ladrón y ocultar algo en su saco. El ladrón avanzó y el segundo guardia intentó presionar algo detrás del mostrador, tal vez el pulsador de una alarma. Sin embargo el arma fue más persuasiva y el custodio se arrodilló, mientras el ladrón tomó un bolso de color negro repleto de joyas. Antes de irse, retrocedió un par de pasos y tomó una plancha con relojes o cadenas o diamantes, vaya a saberse, y entonces sí preparó la huida.
Al retirarse del salón de exhibiciones de Carlton Hotel, el solitario ladrón se llevó en el bolso (en su interior guardó la plancha de terciopello) 72 joyas de las cuales 34 eran de un valor excepcional a partir de su originalidad, belleza y tipo de diamante y metal precioso que las constituian.
Cuando apoyó sus pies en el boulevard La Croisette el ladrón se mezcló con las miles de personas que disfrutaban del paseo costero. Es muy probable que se deshiciera del bolso con las joyas en favor de algún cómplice y no tuvo problemas en disimiularse como un transeúnte más: el robo lo había cometido de vistiendo pantalón corto. Su atuendo fue el de cualquier hombre que paseaba por allí.
Cuando las autoridades policiales de Cannes tomaron conocimiento del robo ya había pasado tiempo suficiente para que el rastro del ladrón solitario se perdiera de manera definitiva.
El gran misterio
En un principio la estimación del valor del botín fue de apenas 56 millones de dólares, pero luego de llevar adelante un minucioso arqueo se estableció con certeza que era de 136 millones de euros.
Los investigadores estaban desconcertados el mismo domingo y al día siguiente, cuando se inició la semana administrativa y bancaria, se desplegaron enormes medidas para controlar cualquier tipo de transacción o movimiento de dinero.
Como no se tenía ningún tipo de referencia fisonómica del ladrón el seguimiento en las terminales de ferrocarril o aeropuertos era decididamente abstracto. Y también lo eran las conjeturas sobre quién podría haber sido el autor o para quién podría haber trabajado.
Milan Poparic.
El primero en ser señalado fue el bosnio Milan Poparic, que entonces tenía 34 años y acababa de escaparse de una cárcel en Suiza mediante un método sencillamente brutal. Dos días antes del robo en Cannes sus cómplices habían estrellado un automóvil contra el frente de la cárcel de Orbe y colocado escaleras para faciliar la salida. La proximididad de la fecha y del lugar (la cárcel estaba en la frontera franco-suiza) hizo que Poparic fuera uno de los sospechados. Pero además porque se lo consideraba uno de los mejores ladrones de diamantes del mundo, de hecho integraba la banda conocida como Pink Panther, llamada así en homenaje a la película protagonizada por Peter Sellers.
Pero la pista en torno al bosnio desapareció al mismo tiempo que era recapturado en territorio suizo.
Lev Leviev, aunque tejió sus redes para evitar que las joyas entraron en el mercado negro, no pareció mostrarse en público demasiado preocupado por la pérdida. “Lo importante es que acá nadie salió lastimado”, llegó a decir.
Una aseguradora había ofrecido unos pocos días después del robo la suma de 1 millón de dólares para aquella persona que pudiera aportar datos precisos sobre la localización de las joyas. La estrategia de que eso funcionara como un rescate y que los mismos ladrones restituyeran lo robado no funcionó.
Los diamantes, relojes y otros glamorosos objetos robados un mediodía del Carlton Hotel nunca más aparecieron.
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