El hombre de las sospechas y las hipótesis en su contra
Adriana Celihueta trabajaba ad honorem en una veterinaria cuyo propietario era el Delegado Municipal de Quequén. El hombre de entonces 38 años siempre encabezó la lista de sospechosos. Pero jamás se le pudo probar su relación con la desaparición.
VIENE DE PARTE 1
Por Fernando del Rio
“Disculpeme, pero esto me trajo muchos problemas, incluso una enfermedad. Todo quedó en el pasado”, dice al atender el teléfono Reinaldo Costa desde su casa en Necochea.
Hoy Costa tiene 73 años y los últimos 35 los vivió señalado por todos. Porque desde un primer momento fue el sospechoso principal de la desaparición de Celihueta. “Le hablo desde Mar del Plata. ¿No le parece que tiene derecho a hablar después de tanto tiempo y por una vez dar su versión?”, es la pregunta para intentar al menos conseguir alguna idea, un concepto, acaso despertar el deseo de una réplica. Pero la respuesta de Costa es categórica: “No señor. Y le pido que no me llame nunca más”.
La principal hipótesis de la familia, reproducida por gran parte de la ciudadanía necochense, es que a Adriana la asesinaron en un encuentro al que había asistido armada, encuentro secreto, escondido debajo de la teatralizada necesidad por ir a ver a su suegra para saber cómo se escribía ese apellido.
Esa versión de los hechos incluye la puesta en marcha, después del crimen, de toda una maquinaria de encubrimiento político, ya que el principal sospechoso para la familia fue el entonces Delegado Municipal de Quequén, que no era otro que Costa. En la veterinaria de Costa, llamada La Chacra y sita en Quequén, Adriana Celihueta hacía un trabajo sin compromiso de asistencia y “Ad Honorem”, como parte de su primera experiencia tras haberse recibido. No obstante, para la fecha de su desaparición, Adriana Celihueta ya llevaba dos meses sin ir porque estaba “enfocada en los preparativos de su casamiento”.
Costa fue sospechado porque era su empleador y algunas personas aseguraban que Adriana había dicho que siempre le insistía para que tuvieran una relación sentimental. Luego se reforzaron las sospechas porque una prima de Adriana fue a verlo al fin de semana siguiente de la desaparición y Costa conjeturó que Adriana se había suicidado y que “ya se la habían comido los peces”. Luego se dijo que lo habían visto a Costa en una camioneta blanca la noche de la desaparición. Con el correr de la causa muchas versiones surgieron para robustecer la sospecha sobre Costa, aunque ninguno de esos datos fue corroborado con la fuerza probatoria que necesita el ámbito jurídico. También existió la idea de que Costa negaba la información sobre lo que había hecho esa noche al decir que hizo lo de todos los días: cerrar la veterinaria tipo 21.30 e irse para su casa.
La falta de una investigación que entregara pruebas concretas, avances significativos, llevó a modificar permanentemente el móvil del supuesto accionar de Costa. Para sostener el señalamiento de Costa, primero se dijo que fue una reacción a la negativa de Adriana para volver a trabajar en la veterinaria, ya que el día anterior Costa había enviado a una empleada a la casa de los Celihueta a pedirle eso. Adriana había desechado la oferta (esa empleada se iba a tomar vacaciones y necesitaba un reemplazo) por estar ocupada en los preparativos de la boda; luego que el móvil del crimen pasó a ser el rechazo a los insistentes pedidos para tener relaciones. Más tarde que era una relación de amantes ya consumada (Costa estaba casado y Adriana a punto de estarlo) y que Costa no aceptaba la ruptura. O que Celihueta y su novio Iparraguirre habían pergeñado el plan de dopar un caballo de carreras y hacer una fuerte apuesta, lo que perjudicó económicamente a gente poderosa que amenazó de muerte a Costa si no se “encargaba” de Celihueta. También porque años más tarde, al hacerse una excavación en la veterinaria se descubrió un anillo similar a los que usaba Adriana Celihueta. Todas versiones que se amplificaron en el boca a boca de dos ciudades pequeñas y con un nivel de rumoreo esperable para un crimen de tal magnitud.
Veterinaria La Chacra de Quequén.
Vale decir que Costa nunca fue siquiera imputado en la causa. Solo la fiscal Graciela Arrola de Galandrini hizo lugar a un reclamo de la familia Celihueta en agosto de 1987 para que se lo citara a declarar en una indagatoria informativa, sin estatus de imputado por algunas de esas sospechas en su contra. Solicitó Galandrini eso ante el juez García Collins pero la comparecencia nunca se llevó a cabo.
En 2022, Silvia Celihueta respondió con un “no puedo afirmarlo” a la pregunta de si ella cree que Adriana y Costa tuvieron una relación de amantes.
Cada hipótesis incriminatoria contra Costa que la Justicia investigó no entregó pruebas ni avances. Para la familia Celihueta, esos fracasos fueron el resultado de un eficaz encubrimiento político.
Costa era un buen candidato para el peronismo de cara a la lista de concejales de las elecciones del año 1987. El intendente Domingo Taraborelli, aseguran, lo había elegido. Que un candidato de un intendente que iba por la relección estuviera involucrado en un crimen de cualquier naturaleza, pero más aún de esas características (una desaparición, con todo lo fresco que estaban esas prácticas a solo 3 años y un mes de la salida de la Dictadura), era demoledor. Ese terreno propiciaba, según la familia Celihueta, la cobertura hacia Costa. No faltó quien incluyera en el entramado de mafioso encubrimiento la muerte del propio Taraborelli en agosto de 1988. Taraborelli, que finalmente fue reelecto, murió en la ruta 88 en un siniestro vial en el que también perecieron 3 docentes que acababan de subir a su vehículo tras “hacer dedo”.
Y en esa idea de protección hacia el único sospechoso se decía que todos estaban complotados: policías de Necochea, policías de Quequén, jueces y fiscales de Mar del Plata, políticos.
¿Crimen por encargo o crimen ocasional?
Todo proceso investigativo deposita su eficacia en el descarte de las hipótesis que se le presentan hasta que una de ellas se constata, se corrobora. Por eso se transita muchas veces por lugares que acaban en la nada. Eso es el descarte y da paso a la siguiente línea investigativa.
La hipótesis del crimen por encargo o crimen planificado fue la que inicialmente se deslizó, luego se dejó de lado y al final retornó. Por distintos motivos: amores, desamores, dopaje de caballos, narcotráfico… La última idea que refleja la causa es un crimen (planificado) en venganza por cuestiones hípicas debido al posible vínculo de Celihueta con esas prácticas que, sin dudas, llevaba a cabo Costa.
El problema que tiene la hipótesis del asesinato planificado, incluso del asesinato ocasional o impulsivo, es que nadie sabía que esa noche Adriana Celihueta iba a salir de su casa. Según refiere la madre de Celihueta, su hija no tenía pensado salir y que solo lo hizo porque ella se lo pidió.
El periodista Oscar Gollnitz, ya retirado, hizo un compacto pero poderoso trabajo de investigación de poco menos de 70 páginas que pudo volcar en un libro llamado “Adriana, una causa que nunca muere”. Se trata de un enfoque muy próximo a la familia y que, en su posición crítica de toda la investigación, tanto policial como judicial, explica la imposibilidad de esclarecer lo sucedido.
En el capítulo VII del libro, se hace referencia a una declaración de Carlos Celihueta quien aseguró alguna vez que “el 15 de enero de 1987 ella mantuvo algún contacto con el veterinario y elaboró la estrategia de ir a lo de sus futuros suegros para encontrarse con Ricky”.
Sin embargo, de la causa no surge que Adriana Celihueta elaborara alguna estrategia, sino que esa noche había salido de su casa por sugerencia de su madre. En fojas 293, un párrafo del informe de lo investigado que realizó el comisario Juan Carlos Tivus, dice: “”Es digno de señalar que la progenitora de la nombrada en forma convincente demostraba su pesar por la suerte corrida por su hija, manifestando sentirse responsable de lo ocurrido a raíz de que el día del hecho y siendo aproximadamente las 21.30 horas en momentos que la joven Celihueta estaba en su domicilio abocada a ensobrar las tarjetas de participación a su futura boda, le manifestó no recordar cómo se escribía correctamente el apellido de la madre de su novio, por lo que la iba a llamar por teléfono para preguntárselo. Que en ese ínterin intervino la señora de Celihueta que le explicó y convenció a su hija que quedaba mal efectuar a su futura suegra una consulta así por teléfono, aconsejándole que se llegue al domicilio de esta para obtener esa información, siendo consecuentemente, este el único motivo por el cual la desaparecida salió esa noche de su domicilio, conduciendo el rodado Dodge Polara de la familia, no habiendo demostrado la misma ninguna intención previa de abandonar el domicilio esa noche”.
El problema que tiene la hipótesis del asesinato planificado, incluso del asesinato ocasional o impulsivo, es que nadie sabía que esa noche Adriana Celihueta iba a salir de su casa.
Pero además la madre lo sostuvo en propia su declaración. Mimí, una persona clave en la investigación porque, dormido ya Carlos Celihueta ella fue la última en ver a su hija, declaró por primera vez en la causa más de un año después de la desaparición. Lo hizo recién el 5 de marzo de 1988, aduciendo que no estaba en condición de hacerlo por los momentos vividos pero que había hecho, de todos modos, muchas manifestaciones verbales a los investigadores.
Lo relevante es que en la reconstrucción del día del hecho refirió que estuvo casi desde la mañana a la noche con Adriana, primero en la playa, luego en la casa, más tarde en la casa de Silvia, hermana de Adriana, finalmente de nuevo en su propia casa.
Mimí Celihueta dijo que “a eso de las once cuando estaban en la playa su hija le comenta a la deponente que debía hablarle por teléfono a su futura suegra para asegurarse bien como se escribía su apellido para las participaciones, cosa que la deponente le manifiesta que teniendo el auto a su disposición quedaba mejor que fuera personalmente”. Más tarde, ya en la casa, la mujer recordó que “a eso de las 20.30 Adriana preparó la cena y ya se habían hecho las 21 pasadas y la deponente le hizo recordar que todavía le faltaba ir a lo de su futura suegra, la señora de Iparreguirre, ya que le costaba salir de casa y era un tanto remolona, porque era muy casera. Que a eso de las 21.30 su hija decide ir hasta la casa de sus futuros suegros y todavía le manifiesta que dejara los platos sucios que ellas los lavaría al otro día”.
Por todo esto, se asume como preciso que Adriana Celihueta no iba a salir. En término de lógica investigativa, no aparece sólida la idea de que un homicidio planificado se inicie por una eventualidad. Nadie podía prever que aquella noche Adriana Celihueta iba a dejar la casa, por sus hábitos de escasa nocturnidad. De manera que para sostener la hipótesis del homicidio premeditado hay que pensar en una vigilancia permanente de la casa, incluso más allá del horario en el que se la creía ya sin posibilidades de salir.
¿Adriana Celihueta pudo haber concertado telefónicamente un encuentro con alguien y aprovechar la sugerencia de su madre de salir de la casa a la noche? Es difícil, porque estuvo casi sin despegarse de su madre todo el día. Pero es posible.
¿Pudo haber sido Adriana Celihueta interceptada sin un plan previo? Sí, por supuesto. En estas circunstancias, ¿pudieron precipitarse los hechos y terminar en un crimen conveniente para algunos? Sí, claro. Para ello el agresor debió “cruzarse” inesperadamente con Adriana.
¿Adriana Celihueta se llevó el revólver de su padre? Es una posibilidad que fortalece la idea de que ella tenía en mente encontrarse con alguien o que temía hacerlo. No obstante, en la causa que Adriana se haya llevado el revólver es meramente conjetural.
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