Desde Nizhny Nóvgorod, Rusia
El fútbol siempre se anticipa a la jugada. Acaso avanza mejor que la humanidad.
La selección de Francia que se consagró campeona del mundo en 1998 en Saint Denis fue la expresión multirracial de un país muy diferente al de hoy, que celebraba la mixtura de razas, religiones y colores. La selección Blue de Aimé Jacquet representaba a una nación forjada a partir de esa mezcla. Y Zinedine Zidane, la gran figura del Mundial, argelino, era un estandarte de aquel ejemplo.
Pero resulta que hubo un 2001. Y algunos episodios más de terrorismo que fomentaron la división, que inocularon el miedo, que le abrieron las puertas a un odio irracional. Como el ataque criminal a la revista Charlie Hebdo.
Cambiaron también los tiempos políticos. De una derecha moderada y tolerante como la de Jacques Chirac, –que además cohabitaba con un primer ministro socialista, Lionel Jospin-, se pasó a una más individualista y con signos mayores de exclusión.
Pero ahora, en tiempos de oscurantismo en Francia y Europa, cuando más afloran las expresiones discriminatorias y en algunos casos la persecución a refugiados, además del recrudecimiento de las políticas económicas de exclusión para los que menos tienen, otra vez se para de manos el fútbol para poner en el primer plano a una selección que representa todo lo contrario.
Si persistieran y se extremaran esas políticas de persecución y exclusión, no podrían salir los Pogba, los Mbappé, los Kanté, los Matuidi, de los banlieues, los suburbios de la isla de París, en la periferia de la capital de Francia. El fútbol, una vez más, vuelve a ser una formidable herramienta de inclusión.
Paul Pogba, quien junto a Kanté se devoró a Messi y ahora a los volantes uruguayos, es de origen guineano pero se crió futbolísticamente en los suburbios de Lagni-sur-marne, en los banlieues de París.
Su “compinche” en el funcionamiento del medio de Francia, justamente, N’Golo Kanté, es de origen malí y se forjó futbolistamente en el barrio Géraniums, también en la periferia parisina.
Kylian Mbappé, el atrevido de 19 años que se quiere también devorar el Mundial, es de Bondy, una comuna de la isla de Francia, a unos kilómetros, apenas, del centro de París, pero a un mundo de distancia. Algunos lo consideran igual área metropolitana, pese a encontrarse en la periferia. Pero también se afirma que Bondy es una parte norteña de los banlieues, aquellos lugares de clase trabajadora y comunidades de varias razas y etnias, cuyos habitantes son estigmatizados recientemente porque son vistos como “semillero” de la delincuencia y el supuesto terrorismo. También, por lo visto, es “semillero” de estrellas que hacen disfrutar a todos los franceses que, como en aquel 1998, vuelven a cantar la Marsellesa con mucha fuerza y reforzar su nacionalismo gracias a la destreza de estos hijos de la pobreza, de los banlieues.
El fútbol pone ejemplos en tiempos en los que se pretende fomentar más la exclusión, la persecución, la discriminación. Francia es semifinalista del Mundial. Con su paleta multicolor, multirracial, multiétnica, multisocial. El equipo de Deschamps -el capitán de aquel equipo del 98 -, está entre los cuatro mejores equipos del mundo. Y no llegó de casualidad hasta aquí. Tiene una gran caudal de juego, talento colectivo, un proyecto deportivo que se extiende desde aquel de Jacquet, con políticas de reclutamientos justamente en lugares a los que solamente el fútbol llega.
El fútbol de la inclusión. A la pelota siempre se juega con el Otro.
@vitomundial