Una de las conmovedoras imagenes del estadio Atanasio Girardot en el momento y el lugar en el que se tenia que jugar la final.
El fútbol mostró en los últimos días su mejor cara. Cansados estamos de su demonización cada vez que se produce una conquista o un ejemplo en algún otro deporte. Como si quienes integraramos el ambiente del fútbol,-periodistas incluídos- fueramos todos trogloditas y los aficionados al resto de los deportes “sí gente civilizada”.
Lo cierto es que hay de todo “en la Viña del Señor”. Pero el fútbol mostró en estas horas una capacidad de reacción y solidaridad pocas veces registrada en la historia para cualquier otro acontecimiento o suceso desgraciado.
Desde la Torre Eiffel y Obelisco iluminados hasta las ofertas de clubes poderosos. Desde los escudos en las camisetas de equipos de todo el mundo hasta las 100.000 personas que rodearon al estadio Atanasio Girardot en Medellín a la hora de la final trunca y todo lo que sucedió dentro de la cancha. Desde los minutos de silencio, incompletos, poco rigurosos, pero sentidos al fin, en canchas del ascenso y Copa Argentina aquí, como el minuto real y el silencio estremecedor en Anfield antes del Liverpool – Leeds…
Clubes como Boca o Racing, como tantos en el mundo, ofrecieron préstamos de jugadores. Las expresiones continuarán y todos somos y seremos Chapecoense por mucho tiempo. Imaginamos que las ayudas se harán prácticas y no se olvidarán de Chapecoense en unos días. Debería ser posible el armado de un gran equipo.
Lo de River con la camiseta verde es una de las más concretas de esas expresiones de solidaridad. Va más allá del escudito. Manifiesta un compromiso mayor. También entre paréntesis queda la decisión firme de su presidente, Rodolfo D’Onofrio, de a partir de ahora involucrar personalmente al club en el control de los medios de transportes en los que viajan sus planteles. Cabe para hacernos reflexionar a todos sobre por dónde y con quien viajamos. Y de la importancia de mantener y poner en valor como se hizo en los años anteriores, y no bajarle el precio, como ocurre ahora, a la línea aérea de bandera. Y a todas las líneas aéreas de bandera. El Estado siempre es el que tiene que controlar, en las cuestiones más diversas. Un Estado presente. Es la única manera de que controlemos todos. Y todo.
Basta de fútbol “de vida o muerte”
Al cerrar ese paréntesis, y terminar de dar cuenta de la mejor cara del fútbol, ahora debemos pensar en como neutralizar su lado oscuro. Y no vamos a caer, al menos no unicamente, en el discurso pueril de repetir que ahora debemos trabajar en el fin de las “barras bravas”, como si eso fuera tan sencillo y dependiera solo de voluntarismo y no de decisiones concretas que, por otra parte, especificamente en nuestro país, están cajoneadas desde hace más de un año por quien hoy es la máxima autoridad de seguridad en Argentina, y que en aquellos tiempos tenía responsabilidades concretas legislativas sobre el tema.
Porsupuesto que hay que terminar con las “barras”. Que debe cerrarse la connivencia con dirigentes (hace muy poco hubo revelaciones en ese sentido del otro club más popular de la Argentina, pero que ya eran conocidas), que el derecho de admisión se tiene que aplicar de forma férrea. La cuestión tiene que ir más allá. Y ahí empieza nuestra responsabilidad.
Casualmente, también de River surgió una voz sensata en ese sentido en las últimas horas. Dijo Leonardo Ponzio tras la tragedia de Chapecoense: “Cuando suceden estas cosas te ponen en otro plano de la vida, porque a veces se piensa cómo si fuese de vida o muerte, pero sigue siendo un partido de fútbol. Obvio queremos ganar y trabajamos para eso, porque queremos ir a la final, pero hay que disfrutar”. Y hacía referencia al partido de anoche ante Gimnasia, y a todos los partidos.
Muchos de nuestros colegas periodistas tendrían que sentirse interpelados por esa declaración. El culto al resultado como lo único que vale en el fútbol es nocivo para lo lúdico del deporte, pero también nos saca de eje como seres humanos racionales. Desgracias como las del martes deben poner en tierra a quienes por la tele hablan de la “obligación” de ganar o despedazan a los jugadores de la Selección porque si no ganan. ellos no viajan a Rusia.
Nada consolará a las familias de los héroes de Chapecoense. Ni siquiera el título que insolitamente aun no le confirmó la Conmebol, que deslizó la idea de hacer jugar las finales, que mostró en estas horas otras de las caras negras del fútbol, la de algunos dirigentes a los que unicamente les interesa el negocio.
Pero sí el compromiso con esas familias, con esos héroes, con todo Chapecó, debe ser definitivo de parte del mundo del fútbol. El compromiso con el juego. Aprender a desterrar algunos términos, escuchar a Ponzio, entender que ganar es lo más importante, sí, claro, nadie juega para perder, pero nunca lo único.
El fútbol, se comprobó en estas horas, tiene un costado mucho más bello, mucho más genuinamente deportivo y humano, que el que transmiten muchos medios, comunicadores, dirigentes y entrenadores. Hagamos que prevalezca.