Por Jorge Raventos
El viernes último el Consejo del Fondo Monetario Internacional aprobó el nuevo acuerdo con Argentina. Es por 57.000 millones de dólares e incluye nutridos adelantos destinados a aceitar un poco los engranajes del país durante el año electoral, que tendrá una economía retraída (un poco menos que este año, prevé el organismo) y una situación social que preocupa a los técnicos del Fondo (“ocupa permanentemente nuestros pensamientos, y no sólo sobre diciembre”, confió uno de ellos al diario La Nación). Junto con la apertura de su monedero el Fondo telegrafió un informe con opiniones y subrayó errores del gobierno que contribuyeron a hacer más inquietante el cuadro financiero, económico y social. Dinero y advertencias. Unas horas antes, el miércoles 24, en el Congreso argentino se había librado una batalla que, en cierto sentido, condicionaba la decisión del Board del FMI. Esa batalla tuvo varios triunfadores.
Ganó el gobierno de Mauricio Macri, que consiguió la media sanción del proyecto: sin ese paso (y el complementario, que se espera de los senadores) el acuerdo con el FMI habría ingresado en riesgo de desmoronamiento.Y ya se sabe que ciertos derrumbes tienen efectos extendidos.
Ganó también el peronismo federal, que siempre anticipó que no dejaría al gobierno sin presupuesto, pero reclamó cambios en las propuestas originales del oficialismo y los ha ido consiguiendo (seguramente el paso del proyecto por el Senado le permitirá perfeccionar ese objetivo). Como resultado de una táctica negociadora que combinó dureza y flexibilidad para apretar sin ahorcar, consiguió que el mayor peso del ajuste que el gobierno central pactó con el Fondo recaiga sobre las principales jurisdicciones que administra el Pro (Nación, Capital y provincia de Buenos Aires) mientras el conjunto de provincias recibirán distintas compensaciones tributarias que superarán la pérdida del llamado fondo sojero y el traspaso de costos de servicios subsidiados.
El gobierno central debe sobrellevar la queja de la administración bonaerense, que no consiguió una actualización del fondo del conurbano, licuado por la inflación y proporcionalmente encogido a la luz de las obligaciones que deberá asumir tras los acuerdos de aquel con los gobernadores peronistas que permitieron la media sanción de Diputados.
La letra chica y los alborotadores
Hay, con todo, un pedido del peronismo alternativo no tuvo satisfacción todavía: el reclamo de que el gobierno dé a conocer el texto completo del acuerdo con el Fondo, incluida la llamada letra chica. Algunos economistas temen que haya cláusulas que comprometan recursos patrimoniales del país (¿Vaca Muerta?) y se preguntan por qué el Congreso no ha sido plenamente informado en la materia. La semana próxima el ministro Dujovne asistirá al Senado y probablemente le pedirán aclaraciones.
Las sospechas, las asperezas y las denuncias no impidieron que el gobierno tuviera el acompañamiento indispensable para conseguir la aprobación, pero permitieron al peronismo alternativo desplegar un frente amplio que, si en uno de sus bordes mostraba un rostro contemporizador, en el otro competía con los sectores más radicalizados (kirchnerismo, izquierda) mostrando que se puede ser oposición dura en el recinto sin apelar, como aquellos, al alboroto y la violencia callejera.
Justamente estos sectores (y esos métodos) fueron los derrotados en esta batalla por el presupuesto. Su objetivo (impedir la aprobación de la ley) excedía su fuerza política y así quedaron expuestos su aislamiento y su impotencia: fracasó el intento de conectar desborde callejero con desorden en el recinto, la operación se redujo a una pantomima agresiva que terminó sumando puntos al oficialismo.
Disparen sobre la Iglesia
La misa por paz, pan y trabajo que se celebró el sábado anterior en Luján había exhibido otro perfil de las resistencia al programa económico: uno de masividad tranquila (hubo decenas de miles de personas, no hubo incidentes), donde las plegarias ocuparon el lugar que otros quieren darle a la acción directa y donde inclusive algunos que en distintas circunstancias se vuelcan a excesos o arrebatos, allí estuvieron contenidos y encuadrados.
La comparación entre la misa de Luján y los desmanes del último miércoles en las inmediaciones del Congreso permite observar dos desarrollos posibles (y alternativos) de una lógica divergente con la del oficialismo: una que se inclina por la oposición extrema y desemboca en el uso de la fuerza, otra que procura hacerse ver y escuchar y busca puentes vinculados a la palabra, a la negociación. Cualquier observador atento (los técnicos del FMI inquietos por la situación social, por ejemplo) comprenden el beneficio de que la preocupante situación social no desemboque en violencia, aunque incluya demostraciones de oposición.
El gobierno no parece observar esta distinción. Probablemente desde su óptica se trata de diferencias irrelevantes. Eso se deduce del hecho de que su maquinaria discreta de difusión (voceros informales, recursos mediáticos y afines) ha preferido apuntar contra Luján. Y hacer foco especialmente en la Iglesia, hurgando o alentado divergencias entre los obispos y en las feligresías, y hasta rebuscando munición antipapista en los viejos arsenales acumulados en su momento por la inteligencia K.
¿Incomprensión o voluntad de quemar naves?¿Imprevisión?¿Imprudencia?
Duros y blandos, crudos y cocidos
Tanto en la oposición como en el oficialismo hay miradas (si se quiere, complementarias) que se inclinan por el clásico “cuanto peor, mejor”. Que prefieren que al país le vaya mal “así los votantes aprenden” o que , del otro lado, alientan una oposición impresentable, se regocijan si ésta se pinta la cara y se expresa a cascotazos, prefieren esa queja violenta porque temen más a la eventual eficacia de un competidor sensato, razonable y representativo.
A ambos lados de la grieta política se empiezan a observar diferencias internas entre quienes propugnan más dureza y quienes se inclinan por más entendimiento., En el oficialismo hay quienes consideran que Horacio Rodríguez Larreta es “muy blandito” ante las manifestaciones callejerasa o quienes cuestionan que la ministra Carolina Stanley sea “demasiado receptiva” ante los movimientos sociales y demasiado amplia en los criterios para canalizar la asistencia social; así como en el campo opositor se imputa a algunos gobernadores (Schiaretti, Urtubey) o al pleno cuarteto orientador del peronismo alternativo ser “títeres del gobierno”.
En ese paisaje naturalmente tensado por la crisis económica, por las estrategias electorales y también por la pequeña especulación política, el cuadro de victoriosos y perdedores en la batalla del presupuesto es muy significativo: el rechazo radicalizado quedó en soledad; el rechazo dialoguista consiguió reformar el proyecto original y, junto al oficialismo, permitió la media sanción. Los negociadores del gobierno (el ministro Frigerio a la cabeza) consiguieron sortear los riesgos de derrumbe, aunque otros se dediquen a sabotear el apuntalamiento.