La esquina de Rivadavia y 20 de Septiembre, que hasta el domingo por la tarde fue su segundo hogar por 60 años, le resultó hoy irreconocible. Tras el voraz incendio que arrasó por completo 47 departamentos y la distribuidora Torres y Liva, su dueño, Carlos Torres, estuvo en el lugar y no pudo esconder un rostro marcado por la angustia y el horror.

Acompañado por el personal de Bomberos, Defensa Civil y del Emvial, Torres recorrió cada uno de los rincones a los que fue autorizado a acceder. Con un casco de protección amarillo (el mismo que deben utilizar todas las personas involucradas en los operativos e, incluso, los vecinos que viven en los edificios de la vereda de enfrente), el empresario marplatense pasó por encima de los escombros repletos de hollín y, con su propio celular, tomó fotografías del desolador paisaje. Una imagen que, con seguridad, no imaginó ni en sus peores pesadillas.

En un momento del recorrido, justo a la mitad de la manzana donde hace no más de tres días había un depósito de más de 600 metros cuadrados, debió pasar por encima de lo único que mantiene una apariencia similar a lo que alguna vez fue: la vajilla. De un calor blanco que se destaca entre los tonos oscuros que pintaron las llamas, una montaña de tazas se vislumbra entre los escombros. De los productos más frágiles de su bazar a asfalto improvisado, en cuestión de minutos.

La presencia del responsable de la distribuidora de artículos de bazar y limpieza, entre otros, no fue anunciada. En sintonía con el hermetismo mantenido por la familia empresaria desde ocurrido el siniestro, Carlos Torres y su hijo, Lucas Torres, optaron por no realizar declaraciones a los medios. Tampoco trascendió cuál será el futuro de los cerca de 60 trabajadores que empleaba la firma en la ciudad.