El crimen en la zona roja de un joven enamorado
Un laberinto fallado, sin el ilusorio premio de una salida. Eso fue la investigación del crimen de Matías Leonardo Cisneros (23). Un disparo en el pecho cuando estaba junto a dos travestis en la zona roja, una de ellas su novia, terminó con su vida.
Estrella y Shely, al hablar con los medios de prensa al día siguiente del crimen.
Por Fernando del Rio
(Con esta crónica termina la serie El Asesino Perfecto, que reunió 8 casos de crímenes no resueltos en la ciudad de Mar del Plata).
El Polaco era el novio de Estrella y los dos vivían con Shely en un PH de la calle Necochea. El trabajaba en un taller mecánico pero no era algo fijo. Ellas, en la zona roja ofreciendo servicios sexuales. El Polaco se había enamorado de la travesti Estrella, cuya condición de género no hubiera sido relevante en otra historia. Ambos hacía bastante tiempo estaban juntos y la cosa venía en serio. Llevaban cuatro años en pareja a pesar de los pronósticos en un ambiente en el que las relaciones se recomiendan efímeras.
En la zona roja de Mar del Plata ni entonces ni ahora está libre de sospechas el que la trabaja de noche. Todo el mundo sabe que allí se venden drogas y que la prostitución es una pantalla. El panorama es sencillo de describir: travestis en las esquinas ofrecen servicios sexuales poco rentables, mientras otras, presas de alguna organización o acaso sólo por entender mejor el negocio, venden droga. También hay consumidores que llegan y se van, consumidores que pasan, motos de repartos de comida que levantan mercadería para llevar a sus clientes, hay merodeadores en busca de algún premio y hay taxistas inescrupulosos. Hay hombres que fingen amores para conseguir rebajas y otros que cambian cocaína por un servicio de custodia de baja calidad. También están los policías que hacen la vista gorda y los que se esfuerzan por dar una batalla que por ahora parece perdida.
El 24 de marzo de 2016 aquello era la zona roja en la que Estrella y Shely -también travesti- trabajaban. Esa noche El Polaco, en verdad Matías Leonardo Cisneros (28), esperaba como todas las anteriores a que Estrella lo llamara para pasarla a buscar a bordo de su Peugeot 504. En ocasiones regresaban al departamento y en otras salían. Esa vez iba a ser diferente porque El Polaco tenía un cumpleaños y Estrella quería volver temprano junto a Shely.
Eran poco menos de las 2 de la mañana ya del 25 de marzo cuando El Polaco se subió a su Peugeot color negro y transitó las 20 cuadras que lo separaban de la esquina de México y Luro, donde lo habría de estar esperando su novia, Estrella. Once minutos más tarde, acaso quince, El Polaco echaría sus últimos suspiros en esta vida.
El automóvil de Cisneros pasa por la calle México. Fue segundos después de que el joven recibiera el disparo.
Recostado sobre el asiento del Peugeot que acababa de incrustarse en un árbol de la vereda de la calle México, lo sorprendería la muerte antes de siquiera cerrar los ojos. El tiro en el pecho había hecho el mayor daño que se le puede hacer a alguien.
El estrépito del choque apenas se había consumido cuando los gritos ahogados por el llanto de Estrella resonaron junto al Peugeot. Shely, bañada en sangre, maldecía mientras un taxista amigo intentaba contenerla.
La zona roja se hizo más roja aún esa noche
Una madrugada ya
perdida por perdida
EL CLIENTE. El Polaco trabajaba en un taller mecánico del barrio San Antonio y tenía problemas de adicciones a la droga. Nadie puede asegurarlo, pero el sentido común refuerza la idea de que la cocaína la obtenía en la zona roja, por el hecho de tenerla más a mano. También por ser un consuetudinario visitante a ese sector de Mar del Plata o porque su novia Estrella tenía causas del año 2013 y 2014 por infracción a la ley de drogas. Desde su llegada al país proveniente de su Perú natal, Estrella había tenido problemas con la ley por venta de drogas. Al menos había sido acusada de esos delitos.
En cambio El Polaco, que no era rubio ni tenía ojos claros como para ganarse el arquetípico apodo, también tenía antecedentes pero por ilícitos menores como el encubrimiento y ni siquiera recientes. Más bien parecía el pibe con problemas que el pibe delincuente.
La historia de su muerte únicamente puede ser contada desde la óptica de las dos únicas testigos: Estrella y Shely. En un mundo sellado al vacío por los códigos, los investigadores tan sólo tuvieron la opción de seguir ese sendero señalado por ambas travestis y el destino no fue otro que el archivo de la causa. Un callejón sin salida. Un laberinto espiralado que no condujo a otro lugar más que el olvido.
“El Polaco, que no era rubio ni tenía ojos claros como para ganarse el arquetípico apodo, también tenía antecedentes pero por ilícitos menores como el encubrimiento y ni siquiera recientes. Más bien parecía el pibe con problemas que el pibe delincuente”.
Estrella dijo en la causa a cargo de la fiscal Andrea Gómez que poco después de llamar a El Polaco vio detenerse en su parada de México entre San Martín y Luro un vehículo tres puertas, oscuro y con vidrios tonalizados se detuvo junto a su compañera Shely.
-¿Cuánto sale un bucal? –le habría preguntado el conductor, un hombre algo “gordito”, con pelo “cortito” oscuro, cara redonda y de 30 ó 35 años.
Shely le dio su tarifa para la fellatio:
-Te sale 300.
-Hacelo por 100, dale…
-No -respondió Shely, acostumbrada a los regateos.
El hombre del auto oscuro no aceptó que Shely no aceptara y se marchó.
Las dos travestis, Estrella la rubia y Shely la morocha, hablaron sobre El Polaco y que en unos minutos llegaba. También que la noche no daba para más. Se acomodaron sus ropas, se tiraron sus cabellos hacia atrás, tal vez también revisaron sus carteras. Nada fuera de lo común en la madrugada de la zona roja.
Pasaron 10 minutos y el automóvil que apareció no fue el de El Polaco sino aquel cuyo conductor poco antes había ofertado por los servicios sexuales de Shely.
-Dale hagamos algo… -insistió el hombre y Shely, perdida por perdida la madrugada, accedió.
Shely, antes de subir al vehículo, se dirigió a Estrella y le susurró:
-Mirame que le voy a hacer un servicio a este hombre mientras viene El Polaco.
-Dale, yo doy la vuelta y te paso a buscar -le respondió Estrella, que se fue al encuentro de su novio en la esquina de Luro y México a solo 50 metros de allí.
Shely con un apósito en su frente y a su derecha Estrella. Fue al día siguiente del crimen cuando hablaban con la prensa.
Un servicio, un
ataque, un tiro
LA HISTORIA OFICIAL. La secuencia recompuesta sólo con los relatos de Shely y de Estrella habla de un intento de robo, de un ataque por odio, de dos hombres y de mucha confusión.
Los investigadores no pudieron confirmar esa versión. Sí en cambio se estableció que Shely hizo lo acostumbrado cuando concretaba una operación de sexo a cambio de dinero. Por protocolo de decoro o de consideración hacia la zona roja -no hacia el barrio cuyos vecinos no distinguen en 100 metros una deferencia- pidió al cliente conducir hasta la esquina de la calle San Martín. Alejarse de la avenida Luro es un gesto hacia los que pasan, no hacia los que residen. Junto al automovilista, sentada en la butaca del acompañante, hicieron menos de una cuadra y se detuvieron frente a la escuela de formación profesional, un sector oscuro como el fondo de un tacho de basura.
Lo que pasó dentro del auto y por qué motivo es tan solo la noción de un relato que a lo largo de la investigación dejó sospechas de ser deliberadamente incompleto o reconstruido para ocultar la verdad. Tal vez ésta no haya sido muy distinta de la que se instaló, pero definitivamente no fue la verdad.
Nada dijeron ni Estrella ni Shely de drogas, de alguna venganza, de la intervención de El Polaco como “custodio”, rol que al día siguiente otras travestis sí le atribuyeron. Shely dijo que al subir al auto sólo vio una lucecita del estéreo porque el auto era muy oscuro. Dijo que el automovilista gordito de cara le dio dinero y le reclinó el asiento “para que estuviera más cómoda”. Y le confesó, él, que estaba “nervioso”, que fueran para otro lugar.
-No -alcanzó a decir Shely y pretendió bajar.
Estrella y El Polaco no estaban allí, sino más lejos, en la avenida Luro. En ese mismo momento se reencontraban.
Shely dijo que al intentar salir del auto sintió que una presencia se corporizaba en el asiento trasero, presencia que hasta ese instante permanecía silenciosa y oculta, y la asía de los hombros. Entre los dos comenzaron a golpearla sin otra razón que la de robarles sus cosas y ella empezó a retorcerse como un gato en apuros. Lo único que asomaba por la puerta abierta era el par de piernas de Shely agitándose y eso fue lo que vio El Polaco, pese a la oscuridad y la distancia.
-¡Le están robando a Shely! –gritó y apuró a Estrella, que terminó por subir al Peugeot 504.
En 5 ó 10 segundos, El Polaco llegó y cruzó el auto por delante del de los atacantes pero no bajó. Quien sí lo hizo, al rescate de su compañera, fue Estrella. Los gritos y la confusión existieron. También los golpes que recibía Shely y que desataron la defensa desesperada de Estrella: primero con las manos y luego con los tacones de su zapato golpeó el vidrio trasero de lado del conductor. Lo hizo hasta que lo rompió, aunque ni un solo fragmento cayó al asfalto, tal vez por la película sintética que lo tonalizaba y lo sostenía.
Al mismo tiempo sucedieron tres eventos: Shely pudo escapar de las manos de sus atacantes, El Polaco descendió del Peugeot 504 y se acercó, y el conductor bajó su ventanilla con una pistola calibre 22.
La detonación acalló el griterío y dio paso a lo único que se le oyó decir a El Polaco:
-Aughh..!
Todos se paralizaron menos El Polaco que con una mano en el pecho corrió hasta el Pegueot 504 y se fue solo a buscar la muerte por la calle México. La encontró 200 metros después, incrustado en el árbol.
Una sola verdad
LA MUERTE. Las cámaras de una casa ubicada en la calle México al 1800 captaron pasar el Peugeot del moribundo El Polaco a las 2:01:01 a media velocidad. Seis segundos después, y por extraño que parezca no es falso, otro Peugeot 504 a más baja velocidad aún. Este automóvil es una aparición sin importancia investigativa. Sólo una llamativa intromisión. Lo relevante vino después, tres segundos después: el paso raudo de un vehículo oscuro, tres puertas, aunque sin poder advertirse algún vidrio roto. Era un Peugeot 207 tal vez. Sin dudas era el auto del que salió el disparo asesino.
Shely, sangrante por los golpes recibidos, y Estrella, angustiada por desconocer la suerte corrida por su novio, pidieron ayuda. Shely se comunicó con un taxista amigo, de esos que son colaboracionistas de la problemática de la zona roja.
-Venite rápido que me robaron, haceme un favor y traeme agua para lavarme la cabeza –le dijo Shely antes de que Estrella le arrancara el teléfono de la mano.
-¡Vení rápido que le pegaron un tiro al Polaco y no sé dónde está!
Sergio, el taxista, llegó a los cuatro minutos y los tres salieron a buscar a El Polaco.
-¡Pará, pará… ahí está chocado! –dijo Shely.
La noche ya estaba atravesada por la muerte. Sólo faltó que lo corroboraran Estrella y Shely. Una automovilista de 31 años, que pasaba con sus hijos y que poco antes había sacado la llave del Peugeot porque hacía chispas, vio cuando Estrella lo zamarreaba y pedía a gritos una ambulancia. También a Shely revisarle los bolsillos a El Polaco.
“Lo que pasó dentro del auto y por qué motivo es tan sólo la noción de un relato que a lo largo de la investigación dejó sospechas de ser deliberadamente incompleto o reconstruido para ocultar la verdad”.
Los investigadores no pararon de buscar pruebas. Cámaras de seguridad, visitas a talleres de reparación de cristales y decenas de testimonios además de los de Shely y Estrella. Declararon la mujer automovilista, una vecina que llamó al 911 y vio la muerte de El Polaco desde su balcón, el taxista y muchas trabajadoras sexuales de la zona roja. Nicole, Estefanía, Yenifer, Query, Daniela, Analía, Catalina y Paola dijeron que no sabían nada. A los medios alguna de ellas dejó escapar una verdad: “Era la pareja de Estrella y nos sentíamos protegidas si él estaba por acá. No es que le diéramos dinero, pero él siempre estaba por si nos pasaba algo y nos sentíamos un poco amparadas”.
Tres días después del crimen Estrella recibió de una amiga del grupo Transparencia Marplatense un mensaje de Whatsapp con una captura de pantalla de la página de Facebook Banca 25. En ese espacio digital siempre se comentan hechos policiales y en el del crimen de Cisneros resultaba sospechoso que un usuario se burlara cuando otro le preguntaba si había tenido algo que ver. Cuando Estrella vio la foto de perfil, inmediatamente lo reconoció como la persona que le había disparado a Cisneros.
Se trataba de un joven que se transformó de esa manera en el único investigado en la causa. Más aún cuando otra travesti de nombre Yosi dijo a Estrella que unos 15 días antes le había intentado robar el mismo tipo.
Los detectives policiales y judiciales buscaron en Facebook, encontraron el perfil (era un seudónimo) y pudieron identificar a su titular. Era un patovica de un boliche llamado Copa Lounge. Al cabo de unas pocas entrevistas quedó descartado: el joven había trabajado toda la noche del 24 hasta el amanecer del 25 porque era el aniversario del pub. Además su auto no era coincidente con el descripto por las dos testigos.
El automóvil del asesino es captado por la misma cámara que captó segundos antes al de Cisneros.
Yosi, la travesti que supuestamente le dijo a Estrella que el sospechoso le había robado días antes, “se volvió a Perú”. Fue ese uno de los obstáculos que tuvo el expediente, obstáculos colocados por las mismas interesadas en echar luz sobre lo sucedido. Por ejemplo, Estrella nunca explicó a qué teléfono llamó a El Polaco aquella noche y dijo que el celular de él se había perdido. A la madre de El Polaco, que la fue a conocer el día después del velorio cuando fue a preguntarle por qué no había ido, le dijo que el teléfono lo tenía ella. El teléfono pudo haber sido aquello que desapareció de los bolsillos de El Polaco. En su lecho de muerte inesperado, a El Polaco también le faltaron un anillo, una cadenita y las zapatillas…
El Polaco estaba enamorado de Estrella y compartía la casa con Shely. Los tres tenían antecedentes penales. Los tres eran parte del mundo de la prostitución y la droga de la zona roja de la ciudad. Por consumidores, por vendedores o, en el mejor de los casos, por vecindad.
Y El Polaco sabía que tocar a alguna de ellas lo obligaba a defenderlas. Murió en esa ley. Defendiendo a Shely de un ataque que no parece haber sido un robo. Un asalto ingenuamente ejecutado a los golpes pese a que uno de los supuestos asaltantes tenía una pistola calibre 22 en sus manos. Un asalto que necesitó de la aparición furtiva de un hombre oculto en el asiento trasero para usar sus puños en lugar del arma de su cómplice.
Desde ese día la zona roja agregó dos asesinatos más y varios lastimados. Las travestis -muchas, muchísimas- siguieron vendiendo droga. La policía haciendo la vista gorda. Los vecinos reuniéndose para pedir seguridad. Los taxistas -muchos, muchísimos- haciéndose la noche con el lleva y trae. Y el miedo rellenando las suturas de una zona con heridas abiertas. No podía esperarse otra cosa de lo que le deparó el destino de ultratumba a El Polaco: en lugar de convertirse en un fantasma se convirtió en una estadística.
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