FOTO. Christian Heit | Visualmente Fotografía.
Atravesamos un momento dramático en el que no todas las respuestas individuales parecen estar a la altura del problema. Sin embargo hay cosas que permiten suponer que en el futuro podemos estar mejor.
Los sindicatos ofrecen sus hoteles para ser utilizados como hospitales de baja complejidad, los partidos políticos brindan su colaboración al intendente y simplifican la acción de gobierno, lejos de las artimañas y especulaciones habituales, las cámaras empresarias aceptan -cuando no ofrecen- cesar las actividades para ayudar en la lucha contra la pandemia, las instituciones bancarias, aún antes de las decisiones oficiales, salen a ofrecer créditos a tasa negativa para asistir a personas y empresas cuya realidad se resentirá con la cuerentena, ningún patrón cuestiona a los empleados que se acogen al encierro domiciliario ya sea por edad o por exigencias familiares urgentes y hasta los presos se ponen a trabajar en la confección de barbijos para cubrir las necesidades que con demasiada asiduidad desatienden los especuladores. A cada paso surgen ejemplos de comprensión que van aislando, poco a poco, a quienes persisten en buscar rédito del momento que se vive.
Alguna vez se dijo que lo mejor de los argentinos se ve cuando lo convoca la solidaridad. Y es cierto; tanto como que para que ello ocurra hace falta que se cumplan dos requisitos: que el buen sentimiento exista y que la voluntad aparezca.
Asegurado lo primero queda preguntarnos porque no es habitual que surja la decisión de convertir la solidaridad y la responsabilidad en un ejercicio cotidiano de nuestra vida pública y privada.
Los ejemplos enumerados, que se han multiplicado en Mar del Plata en el lapso de pocas horas, nos indican que todo está dado para que, tras el mal momento que ahora transitamos, intentemos que lo bueno haya llegado para quedarse.
Que respetemos a nuestras autoridades como hoy lo hacemos, que cumplamos con el papel que a cada uno le toca como ahora lo intenta la inmensa mayoría de marplatenses, que actuemos de acuerdo a la realidad en tiempos que todos esperamos menos tormentosos, que seamos capaces de pensar en el conjunto sabiendo que lo que le ocurre a todos también nos está pasando a nosotros.
Que quienes nos gobiernan sientan la misma sensación de estar en observación permanente y sepan que deben responder al interés comunitario asumiendo que el ciudadano está para ser servido y no para servir al poder de turno.
Y quienes cumplen el rol de opositores sepan que, también en tiempos normales, aquello de «el que gana gobierna y el que pierde acompaña» no es un gesto de buena voluntad sino un mandato moral de la democracia.
El coronavirus mostró nuestra mejor cara. ¿Podemos admitir que la vuelta a la normalidad nos devuelva la imagen demacrada y decadente de una sociedad agrietada y con vocación de fracaso?
Sería triste comprender que nuestra mejor versión necesita de la presencia de un virus asesino. Muy triste…
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