Integrantes de la escuela de samba Beija Flor hace una representación de la violencia en Rio de Janeiro. Foto: EFE | Marcelo Sayão.
Se apaga el eco del carnaval, el que permite a los brasileños evadirse de la realidad durante una semana, una suerte de terapia colectiva que ya no puede escapar a la tragedia de un país que se desangra por la violencia y la desigualdad social.
Para millones de visitantes, el carnaval se limita a la imagen típica del Sambódromo de Río de Janeiro, con sus imponentes carrozas, las plumas que adornan a mujeres con cuerpos esculpidos con bisturí y la fantasía.
Sin embargo, hay un carnaval invisible, el que se oculta a los ojos de turistas y curiosos en la trastienda de las escuelas de samba y el que se vive en muchas de las favelas y los barrios marginales de la ciudad.
El mayor espectáculo del mundo a cielo abierto es resultado de un año de esfuerzo de miles de personas que, en su mayoría, trabajan en negro y en condiciones insalubres por un salario miserable.
La financiación de las escuelas de samba -que se nutren de fondos públicos y aportaciones privadas- es uno de los “tabúes” del carnaval.
Este año, Beija-Flor (Colibrí) fue la campeona con un desfile que mostró un país “monstruoso” lastrado por la corrupción, la violencia, la pobreza, la desigualdad y la discriminación.
Los medios locales se apresuraron a recordar que su “patrón”, Aniz Abrão David, “Anísio”, figura como uno de los cabezas del juego del “bicho” (una lotería ilegal) en Río y ha sido condenado a 48 años por corrupción, aunque sigue en libertad.
Además, la escuela protagonizó un escándalo en 2015 porque supuestamente cobró tres millones de dólares del dictador Teodoro Obiang por dedicar su desfile de carnaval a Guinea.
La vicecampeona, Paraíso de Tuiutí, que exhibió a un Drácula con la banda presidencial de Brasil, en una clara alusión al mandatario Michel Temer, fue acusada por la muerte de una periodista brasileña en el accidente de una carroza en 2017.
Muy lejos del circuito turístico, millones de cariocas disfrutan del desfile de Intendente Magalhaes, en la zona norte de Río, el espacio destinado a las escuelas de samba más populares, el “carnaval del pueblo”.
Conocido como “Intendente Autoshopping” por la proliferación de los negocios de recambios de automóviles en el barrio, rescata la esencia de la fiesta tal como era antes de que el Sambódromo se convirtiera en la postal del carnaval de Río.
Llegar a Magalhaes, a 30 kilómetros del centro, es fácil pero también peligroso porque la vía de acceso está rodeada de favelas donde se multiplican los tiroteos, especialmente en la noche.
En su pasarela hay derroche de imaginación pero pocos recursos, sus carros alegóricos son modestos y sus musas y portabanderas muestran cuerpos de mujeres normales, sin botox ni cirugías.
Es gratuito y las familias se llevan la comida de casa o compran algo en los puestos que copan las calles, como en las tradicionales ferias de los pueblos.
No hay turistas en Magalhaes, solo vecinos de los barrios de la zona norte, de clase trabajadora, con fantasías (disfraces) baratas. Entre el público también jóvenes disfrazados de “batebolas” (payasos), los héroes del carnaval en las áreas más castigadas de Río, que luchan por quitarse el lastre de la marginación.
Los “batebolas” (literalmente quienes golpean la bola contra el suelo) son los reyes del carnaval de Karaté, uno de los barrios más violentos de la favela de Ciudad de Dios.
En Karaté tampoco hay turistas, ni siquiera entra la policía. “Abusados”, su grupo de “batebolas”, reúne a más de un centenar de hombres, mujeres y niños que se calzan vistosos disfraces con el rostro de Indiana Jones y una máscara aterradora y se lanzan a la calle batiendo bolas de plástico con un ruido atronador.
La fiesta en Ciudad de Dios transcurre a ritmo de funk, no de samba, porque “es una música con letras más realistas”.
Billy Souza, patrón de “Abusados”, reúne al grupo antes de su debut en este carnaval para rezar un Padre Nuestro. “Queremos un carnaval en paz”, resume.
En el desfile de las campeonas del Sambódromo, retumbará de nuevo el himno de Beija-Flor: “Oh Patria amada, dónde estás, tus hijos ya no aguantan más”.
EFE.