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Policiales 14 de marzo de 2025

El asesinado este verano que cometió un conmocionante crimen hace 22 años

La historia oculta de Pablo Oporto, el hombre de 39 años que en febrero fue asesinado de un tiro en el abdomen. En 2003 había matado a Marcelo Fernández en el Paseo Jesús de Galíndez.

Saralegui en el momento de disparar contra Oporto.

Por Fernando del Rio

En la obra de Borges sobrevuela una idea —o quizá algo más que una idea— acerca del destino y la Justicia: la noción de que el castigo llega inevitablemente a quienes alguna vez lo merecieron, ejecutado por la propia trama de la vida.

Pablo Oporto murió el 19 de enero por un disparo que había recibido una semana antes durante una discusión en el barrio Las Dalias a causa del alquiler de una vivienda. En esa agonía que experimentó en la cama de HIGA, cuando tuvo la lucidez y la fuerza para hacerlo, quizá pensó que estaba terminando como alguien cierta vez le dijo que iba a terminar. Que el que a hierro mata, a hierro muere.

Hoy gira en torno al asesinato de Oporto una causa judicial que bien sabrán resolver los jueces de turno, pero que llegará en segundo lugar en estos asuntos de aplicar justicia. Porque a la justicia de los hombres en ocasiones se le anticipa la justicia de la vida. O van por carriles diferentes. De hecho, en las próximas jornadas se deberá definir si se mantiene preso a Federico Saralegui, el autor del disparo en las calles del barrio Las Dalias, o si se lo deja libre por considerárselo un hombre que actuó en defensa propia. Y nada se hablará más que de si Oporto con el cuchillo en la mano puso en riesgo a Saralegui, y de si éste se excedió o no al disparar con el arma que, por otro lado, le había quitado al hermano de Oporto. Solo de eso se hablará, no de aquel 24 de abril de 2003 que inició está cadena de causas y efectos, en un “orden secreto” del que se deleitara el mismo Borges.

El injusto homicidio

Pablo Oporto tenía 17 años en 2003 y se le conocían sus modos violentos. Su cómplice en eso de andar robando por la costa, Jorge Escalante, lo calificó de “gatillo fácil” o “flojo de dedo” porque solía no advertir el daño que podía causar el uso del revólver calibre 38 que llevaba encima.

El jueves 24 de abril Oporto, Escalante y otro menor de apellido Vázquez salieron a merodear por el paseo Jesús de Galíndez con un propósito. Sorprender a alguna pareja que estuviera buscando intimidad en la arena, en la barranca o, más probablemente por el clima, dentro de un vehículo. Así fue como divisaron el Renault Clio color azul con la patente CTO 819 en cuyo interior estaba Marcelo Fernández (28) con su novia de 18 tomando un helado. Oporto y sus cómplices se acercaron con sigilo hasta que golpearon las ventanillas y mostraron dos revólveres. De esa manera logaron que Fernández desbloqueara las puertas.

La reconstrucción realizada por el fiscal Aldo Carnevale estableció que fue Oporto el que ingresó medio cuerpo dentro del automóvil y golpeó con su revólver a Fernández en la cabeza, exigiéndole la llave de ignición. Luego, junto a Escalante y Vázquez, obligaron a Fernández y a su novia a descender y colocarse al lado del paredón de la vereda de la playa Varese. Allí la joven fue empujada maltratada y empujada hasta hacerla caer en la arena. Fernández intentó oponerse a eso, pero solo verbalmente y casi de manera simultánea, Oporto, sin que mediera ninguna otra resistencia, le realizó dos disparos que le provocaron la muerte de manera instantánea.

Los asesinos se dieron a la fuga con rumbo desconocido, mientras que un pescador que había escuchado las detonaciones se acercó para encontrarse con la desgarradora escena: Fernández muerto y la novia llorando con profundo desconsuelo.

Publicación del crimen de Fernández en LA CAPITAL y una imagen del joven.

Publicación del crimen de Fernández en LA CAPITAL y una imagen del joven.

El fiscal Carnevale también se vio consternado por la situación al llegar al lugar del crimen. La violencia desplegada por los entonces desconocidos delincuentes había sido, por sobre todas las cosas, absurda, innecesaria, injusta. La ciudad acababa de conmoverse el día anterior con el brutal asesinato de Bárbara Tiscornia perpetrado por Guillermo Caldera. Tres días después la euforia electoral del triunfo peronista, con Menem  asegurándose el balotaje frente a Kirchner, disipó un poco el interés por el crimen de Fernández.

Fernández trabajaba en Unilever Argentina como repositor, hacía poco que se había comprado el Clio y soñaba con formar una familia y tener hijos. Era considerado buen hijo, buen amigo, buen hermano. “Era un flaco que se levantaba a la mañana bien temprano para ir a trabajar, vivía por el centro y no se metía con nadie”, lo recuerdan aún algunos de sus allegados.

Después de cierto tiempo la DDI Mar del Plata pudo identificar a los tres autores y ponerlos a disposición de la Justicia. El único que recibió una pena significativa fue Escalante, a quien lo condenaron a 9 años de prisión por participar en el hecho sin ser el responsable directo de la muerte de Fernández. Oporto y el otro menor empezaron a dar vueltas por distintas instituciones dedicadas al acompañamiento estatal para adolescentes que delinquen. Oporto, ya de adulto, siguió vinculado al delito: al menos eso lo atestiguan las numerosas causas en las que figura como imputado, las que van desde las amenazas, las tentativa de hurto, encubrimiento agravado y lesiones, entre otros.

Pasaron los años, y el crimen de Fernández quedó en el olvido, sepultado por el peso de otros tantos que llegaron para robarse la atención de la sociedad marplatense.

Pero la vida le tenía reservada a Oporto una vuelta de tuerca, un giro de ese destino borgeano en donde todo se ordena de acuerdo a cifras preestablecidas.

El final

El 12 de febrero pasado, Oporto fue llamado por una mujer para que ayudara a afrontar una discusión por el tema de un alquiler en el barrio Las Dalias. La violencia se apoderó de aquel debate y llegó Mauricio, el hermano de Oporto, a agregar mucha más aún. Lo hizo con un arma de fuego con el que efectuó algunas detonaciones. Entre Oporto y la mujer lo corrieron del lugar, y cuando Mauricio Oporto se iba fue interceptado por los hermanos Saralegui, quienes le quitaron el arma y lo arrojaron al piso.

La secuencia final se dio cuando Pablo Oporto llegó, cuchillo en mano, al rescate de su hermano. Amenazas van, insultos vienen, uno de los Saralegui, Federico, que tenía el arma de uno de los Oporto, Mauricio, pretendió acabar la discusión. Un video captó toda la escena, incluso el momento en que Oporto recibió un disparo en el abdomen. También en el abdomen. Como aquellos dos que le efectuó más de dos décadas atrás a Marcelo Fernández.