La polémica la sigue desde sus inicios. A propósito de la publicación de su última novela, la escritora asume las buenas críticas para compensar aquellas malas opiniones que generó su novela “Las sillitas rojas”.
A sus 86 años, la irlandesa Edna O’Brien asegura que se toma los elogios de autores como Philip Roth o John Banville como un “antídoto a los insultos” que ha recibido su novela “Las sillitas rojas”, que define como una tragedia contemporánea a través de los ojos de una mujer prisionera del romanticismo. Y es que O’Brien está acostumbrada a la polémica pues su carrera literaria arrancó en 1960 con “Las chicas de campo”, una obra que le proporcionó fama mundial tanto por su calidad literaria como por reivindicar la independencia de las mujeres en un ambiente hostil.
Diez años después de su última novela, O’Brian (Tuamgraney, Irlanda, 1930) bucea en “Las sillitas rojas”, editada en español por Errata Naturae, en el “mal” inherente a la condición humana, en las consecuencias de las guerras y en las “víctimas accidentales de la historia”, indica. Situada como el resto de sus novelas en la Irlanda rural en la que nació, esta novela relata la misteriosa llegada al pueblo de Cloonoila del atractivo y carismático Vladimir Dragan, un “curandero” de Montenegro que seduce a todos los habitantes del lugar, especialmente a las mujeres y en concreto a la guapa Fidelma, pero cuya verdadera identidad será pronto desvelada.
Su novela es también un elogio a la supervivencia y a los desplazados, a los refugiados de las guerras “y a cómo pueden vivir y mantener la esperanza y la cordura en esas circunstancias”, señala la autora. El título de la novela hace referencia, como explica al inicio, a la conmemoración en 2012 en Sarajevo del vigésimo aniversario del inicio del asedio de la ciudad por parte de las fuerzas serbobosnias, de tal forma que se colocaron en filas 11.541 sillas rojas, una por cada habitante asesinado en esas fechas, de las que 643 eran niños.
“El mal es desgraciadamente algo intrínseco a nuestra sociedad”, sostiene O’Brien, que quiso “coger un conflicto y escribir una historia humana sobre las consecuencias, no sobre la guerra en sí, sino sobre lo que pasa después”. Quería la escritora también explorar algo que le intrigaba: cómo algunos individuos con un fuerte magnetismo llegan a “hipnotizar” a las personas, las ciegan y las convierten en discípulos a los que les cuesta distinguir el mal y no lo identifican hasta que es demasiado tarde.
Dragan es recibido en el pueblo con los brazos abiertos, no le preguntan de dónde viene y el presentarse como un “sanador” hace que se le vea como alguien que viene a ayudar, algo que no podría haber hecho en una ciudad más cosmopolita una persona con un pasado como el suyo, explica O’Brien. En el pueblo hay una mujer que está esperando el amor como si fuera su salvación.
Es Fidelma, una romántica que se enamora del forastero y quiere tener un hijo con él. Fidelma se convierte en “una víctima accidental de la Historia”, que deberá resurgir y renacer porque, indica O’Brien, además de los millones de víctimas de las guerras, los muertos, heridos, desplazados de sus hogares y sus países, también hay otras a los que los conflictos afectan de muy distinta forma.
La violencia se mezcla con el lirismo en esta novela ya que la autora quería evitar “un relato de serie B” y por ello reflexionó “mucho y muy profundamente” sobre cómo afrontar las escenas violentas “para hacerlas creíbles y no sensacionalistas, tensas y a la vez conmovedoras”, explica.
Cuando escribe, señala, suele leer historias “reveladoras” sobre los temas que tiene que abordar y para tratar la violencia con la tensión que quería buscó en “Corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad, y “Los asesinos”, de Hemingway.
“Si un escritor no consigue que su historia resulte creíble para los lectores, que se convierta en parte de ellos, ha fracasado”, indica O’Brien que señala que por eso es por lo que se tarda tanto en escribir. Pero la labor de transmitir sensaciones creíbles en literatura “ya no se hace”, sostiene la autora irlandesa, que considera que ahora se apuesta “por el exhibicionismo y lo fácil”.