Dramas argentinos del siglo XX
Junio del 55. El bombardeo de la Plaza de Mayo. La grieta profunda y sangrienta como nunca en el país. | cedoc
Por Martín Balza (*)
El 16 de junio de 1955 se inició en nuestro país el primero de los dos grandes dramas de la segunda mitad del siglo XX y un período signado por una lamentable palabra: grieta, que en el lenguaje coloquial se refiere a la extrema polarización, maniquea y política, en militantes de los principales partidos políticos no exenta de rencor y odio, que llega a la actualidad. Ese día se militarizó la lucha política y marcó un cruento capítulo de nuestra historia. Más de cuarenta aviones de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea fueron empleados contra desarmados civiles argentinos; el centro de gravedad era la Plaza de Mayo. En sus fuselajes llevaban la inscripción “Cristo vence”. Siendo cadete del Colegio Militar, al día siguiente aprecié personalmente sus efectos. Armas de guerra adquiridas con el propósito de defender a la nación contra un ataque externo fueron empleadas contra sus propios ciudadanos. “Tal era la cólera de los enemigos de Perón, tal su ansiedad por ver su caída, que estaban dispuestos a herir y a matar a inocentes para lograr ese propósito…” (Potash, Robert, El Ejército y la política en la Argentina 1945-1962, pág. 259). El saldo fue de más de trescientos civiles muertos y mil heridos. Los causantes huyeron a Uruguay y producido el golpe cívico-militar de septiembre de 1955 regresaron como héroes libertadores, llegaron a ocupar importantes cargos políticos y nunca fueron juzgados.
El 24 de marzo de 1976 se produjo el sexto golpe cívico-militar del siglo y se inició el segundo período más degradante de nuestra historia. El objetivo invocado por el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN) era cambiar el sistema político, reordenar la economía y “disciplinar a la sociedad”. Falsamente invocó la lucha contra las criminales fuerzas irregulares terroristas, cuando en realidad las mismas estaban considerablemente debilitadas en su capacidad operativa, armamento y hombres, y nada impedía continuar con el empleo de las Fuerzas de Seguridad (Gendarmería y Prefectura), la Policía Federal y policías provinciales, que no habían sido sobrepasadas. Más de ochocientos dirigentes de los principales partidos políticos aceptaron ocupar gobernaciones, embajadas e intendencias. Inicialmente la dictadura contó con una aquiescencia social que facilitó que se respondiera a la violencia con una represión atroz –y un macartismo criollo– que afectó también las instituciones educativas y científicas.
A pesar de ello, actualmente algunos funcionarios y legisladores ignoran o atenúan el más funesto período de nuestra historia, y califican a los responsables de ese drama como héroes que salvaron la patria. Los únicos héroes del siglo pasado que recuerdo fueron los soldados de Malvinas. Recientemente, un diputado nacional manifestó: “Tuvimos una guerra, cumplimos órdenes del Poder Ejecutivo que ordenó aniquilar y los excesos existieron de ambos lados” (Infobae, 30 oct. 2024); conceptos similares repitieron siempre Videla, Massera, Viola, Galtieri y Bignone, entre otros. Comparto con el profesor y exdiputado René Balestra que: “Una cosa es una banda de criminales terroristas y otra cosa es que el Estado se convierta en criminal” (Los intelectuales y el país de hoy, pág. 110), como fue nuestro caso.
El general británico J.C. Fuller define la guerra como “una discusión letal que para ser digna de ser emprendida demanda un fin político sano y provechoso” (La Segunda Guerra Mundial, Círculo Militar, pág. 18). El Fiscal Julio C. Strassera, en su Alegato en el Juicio a las Justas Militares, expresó: “Ningún documento liminar del PRN habla de guerra (…) Estamos ante una alternativa de hierro. O no hubo guerra y estamos ante actos de delincuencia común, o la hubo, y entonces enfrentamos a criminales de guerra”. El sociólogo y escritor Juan J. Sebreli, recientemente fallecido, escribió: “El concepto totalmente minoritario de la guerrilla desautorizó la autocalificación de la lucha como guerra, en la que coincidían con sus adversarios, los militares” (Crítica de las ideas políticas argentinas, pág. 392).
El gobierno constitucional impartió órdenes legítimas y legales (Decretos 261/1975 y 2772/1975), y dispuso a las FFAA: “Ejecutar las operaciones necesarias a fin de neutralizar o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. Para Guillermo Cabanellas de Torre, “el término aniquilar busca quebrar la capacidad de lucha del adversario, no significa su exterminio con despiadada matanza, sino colocarlo en un estado físico y moral que se sienta incapaz de continuar la lucha” (Diccionario militar, pág. 107). No es reducirlo a la nada. Nosotros en Malvinas fuimos totalmente aniquilados.
El historiador Luis Alberto Romero, con claridad meridiana, consignó: “La forma militar de resolver la crisis por el PRN fue excepcional, desmesurada y horrorosa. La violencia ejercida de manera clandestina alcanzó niveles nunca vistos en el país. Hubo una cantidad inmensa de muertes y desapariciones, campos de concentración, tortura y exterminio, saqueo de bienes y robo de niños. La ejecutó un Estado clandestino, que operaba de noche y aparentaba normalidad de día; además de matar, derrumbaba la fe en las instituciones y en las leyes, sistemáticamente violadas por quienes debían custodiarlas” (La larga crisis argentina, págs. 62 y 65). El papa Juan Pablo ll (Karol Wojtila) se refirió también a lo expresado: “No podemos olvidarnos cuando nos ponemos ante Dios del drama de las personas desaparecidas. Pidamos que se acelere la anunciada definición de las posiciones de los encarcelados y se mantenga un compromiso riguroso de tutelar la observancia de las leyes, el respeto a la persona física y moral, incluso de los culpables o indicados de infracciones. Roguemos para que el Señor conforte a cuantos no tienen ya la esperanza de volver a abrazar a sus seres queridos. Compartamos plenamente su dolor” (L´Osservatore Romano, 29 y 30 octubre 1979).
Es inaceptable que un señor diputado califique como excesos la comisión de deleznables delitos de lesa humanidad como: violaciones sexuales, robo de bebés, tirar desde aviones vivos o muertos personas al mar, torturas y desaparición forzada de miles y miles de personas. Una vez más recuerdo una sentencia de Jacques Maritain: “La estupidez nunca es moral, sino que es un vicio”.
*Exjefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.
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