Dos marplatenses se convirtieron en “magnates” gracias a las medialunas en Mallorca
Sebastián Jiménez Griffith y Johanna Piccinetti se enamoraron en la isla y emprendieron un proyecto gastronómico juntos. Tras muchas horas de trabajo, con la ayuda del "suegro” y el apoyo de amigos, nació “MDQ”, la panadería que vende productos argentinos de la que españoles y millones de turistas se enamoraron.
Por Melanie Lamazón
La valija abierta en el piso, llegó el momento de llenarla. Pasaporte, cargador de celular, unas diez remeras, shorts y pantalones. Ropa interior, neceser, algunas fotos para cuando extrañes. Dos libros, curiosamente uno de los que elegís es “Las venas abiertas de América Latina”, como para que la narración de Galeano te acerque un poco a casa en tu paso por el Viejo Continente. Chequeás un par de veces que esté todo lo esencial. Le preguntás a tu mamá: “¿Te parece que guardé todo lo que voy a necesitar?”. “Tenés todo Melanie, y lo que no tengas lo comprás una vez que llegues a Valencia. No te preocupes”, responde. Te quedás tranquila.
Después de un mes, una vez que ya empezaste a asimilar que Valencia es tu nueva ciudad, sentís que hay algo que extrañás pero no sabés específicamente qué es hasta que una noche, cuando otra estudiante de intercambio australiana te pide que le cuentes algunas cosas de tu país, lo descubrís.
Le hablás de los paisajes, de las Cataratas del Iguazú, del glaciar Perito Moreno, del Aconcagua, de Pucará de Tilcara, de las playas de Mar del Plata.
Le hablás de la gente y de lo que es ser “caradura”. Le enseñás a decir “malas palabras” e intentas explicarle en vano el múltiple uso de “boludo”. Después, la parte gastronómica: el mate, el asado, las milanesas a la napolitana, las empanadas y… las medialunas.
“Medialunas? Half moons? What is that? They sell it here?”, pregunta intrigada después de que des una descripción certera -y exagerada al mismo tiempo- de lo ricas que son.
“No, no las venden. Acá son un asco. Si las vendieran, sería un éxito”, presagiás sin siquiera imaginar que días después conocerías a un marplatense que se convirtió en el magnate de las medialunas en Palma de Mallorca.
En el ’99 un grupo de amigos de Sebastián Jiménez regresó a Mar del Plata después de trabajar una temporada de verano en Palma de Mallorca. “Yo trabajaba limpiando vidrios y ellos llegaron tan emocionados asegurando que se juntaba buena plata allá, que nos convencieron de viajar todos juntos para hacer otra temporada en la isla y volver a Argentina”, contó Jiménez.
Un año después, Sebastián viajó a Mallorca por una temporada y volvió a Mar del Plata. Al año siguiente, repitió la historia. El tercero, volvió a viajar con el objetivo de trabajar como los años anteriores, pero esta vez ya no quiso volver a su ciudad natal. “Empecé a formar mi vida en la islita. Ahí conocí a Johanna y ya no nos quisimos volver más”, manifestó.
Johanna Piccinetti, marplatense también, llegó a Mallorca con amigas. Su objetivo era conseguir un trabajo de temporada, para ganar dinero y después recorrer otros países de Europa. “Ella vino acá de joda”, bromeó Sebastián. Fue durante ese verano en el que ella se desempeñaba como camarera y él como socorrista, que coincidieron para nunca más separarse y seguir juntos hasta el día de hoy con dos hijos, fruto de ese amor que traspasa océanos.
Una tarde la pareja marplatense notó que en Mallorca solamente había una panadería pequeña. “Mi papá es pastelero”, le dijo Johanna a Sebastián. Y fue en ese momento que comenzaron a formar su proyecto con un objetivo en común: abrir su propia panadería con productos argentinos. “Fueron dos años de trabajar muchas horas por día para juntar plata y traer al viejo”. Ese viejo, que hoy, es el maestro de esta empresa que no para de crecer.
Por cuatro meses trabajaron, absorbieron los conocimientos del “suegro” para “hacer todo igual de rico que en Argentina”, lucharon contra la burocracia española para obtener las licencias y permisos -trámites “más complicados para los inmigrantes”- y contra los vecinos que los denunciaban creyendo que iban a abrir un bar que los molestaría durante sus horas de sueño. Una vez que consiguieron el terreno, construyeron el comercio por las noches (porque de día trabajaban) con la ayuda de amigos.
¿El nombre del lugar? “MDQ”, “por supuesto”.
Finalmente, llegó el gran día. Levantaron la persiana y comenzó el juego. La ansiedad y la incertidumbre los mataba por dentro. El riesgo era alto. Un producto diferente en un lugar diferente. Miles de preguntas: ¿Vendrá gente? ¿Les gustará esta comida? ¿Deberíamos haber hecho publicidad? Empanadas, sándwiches de miga, tartas, medialunas con jamón y queso, medialunas dulces y otros tipos de facturas esperaban su destino reposando en los estantes. “A las horas empezó a venir gente y más gente y más gente. Cuando nos quisimos dar cuenta había más de una cuadra de cola. Sentíamos una alegría increíble”, manifestó Sebastián.
El resto, es historia. Dos años después, abrieron su segunda sucursal. Dos años más tarde de la segunda, llegó la tercera.
Y dos años después, la cuarta. El crecimiento de MDQ fue exponencial y a pasos agigantados. Al día de hoy, la empresa cuenta con 40 empleados, número que aumenta en temporada. “Y vamos por más. Este año fue muy bueno, todas las sucursales trabajan muy bien”, aseguraron.
Los productos preferidos de los españoles y los millones de turistas que visitan la isla cada año son sándwiches de miga, empanadas, alfajores de maicena y “mueren por las medialunas de jamón y queso”.
Según Sebastián el éxito de su emprendimiento se debe a que en España “todos los productos de panadería están congelados” y que cuando “notaron lo nuevo -sandwiches de miga o empanadas- la intriga los hizo querer probarlos y les gustó”. “Ahora ya hasta saben los nombres de los distintos tipos de facturas. Llegan y te dicen: ‘Quiero un vigilante o un cañoncito’. Es increíble”.
El sueño de dos jóvenes marplatenses, ahora adultos, se hizo realidad y no sólo lograron que los españoles “flipen” con una comida típica argentina sino que también, consiguieron y consiguen transportar a casa, por esos segundos que lleva comer una medialuna, a todos los marplatenses o argentinos que están “vagando” por Palma de Mallorca, lejos de los más cercanos.
Es que la distancia se trata de eso, de valorar de una forma diferente una merienda con tu gente, de extrañar pequeños detalles. Se trata de sentir con más fuerza los abrazos, conocer el sabor amargo de las despedidas. Es plantarse frente al mundo, armar la valija e irse sin estar del todo seguro si la decisión que tomaste es la correcta.
La distancia es arriesgarse, es tener una pelea interna entre lo que soñás y lo que sentís. Es querer teletransportarse cuando uno se siente solo. Por eso Sebastián y Johana logran mucho más que ser los magnates de las medialunas en Palma cada vez que esas medialunas, alfajores de maicena o empanadas pasan a representar a una persona que está lejos, alguien a quien se extraña, un mate con facturas de por medio un domingo por la tarde o una reunión en la costa con amigos. Pasa a ser así, una forma de acercarse al hogar.
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