Divididos: excelencia en la era de la síntesis
Mollo-Arnedo-Ciavarella insistieron con logrado resultado en establecer puentes entre la tradición urbana y sajona del rock con las atmósferas del folclore argentino.
Ricardo Mollo. Foto: Télam.
Por Sergio Arboleya
El regreso de Divididos a la Ciudad de Buenos Aires para dar inicio a una serie de cuatro recitales en el Movistar Arena donde seguir transitando la gira mundial de celebración por sus 35 años de actividad vino a reafirmar este fin de semana nociones de excelencia, identidad y capacidad de síntesis del terceto.
En un marco imponente capaz de conciliar una puesta escénica y sonora integral con la pasión de una audiencia fiel y conocedora, el grupo creado por Ricardo Mollo y Diego Arnedo entregó un alegato de su personal impronta estética donde experimentación y potencia dialogan en fecunda comunión.
Es que el conjunto que completa su alineación con la portentosa batería de Catriel Ciavarella dejó hace tiempo de responder a los cánones de la industria que exige nuevos álbumes para alimentar sus fauces y generar giras y actuaciones.
Divididos, en cambio, se consolidó como un grupo en vivo que pone sobre el escenario la consecuente y explosiva maceración de su discurso musical y, con ello, sigue convocando a un público dispuesto a la experiencia de cuestionar qué es la novedad y desde que lugar se mide la evolución artística.
En tiempos donde la escena pareciera hechizada por las pistas grabadas, los efectos y el auto-tune para dar cuenta de aventuras individuales con acento de global colonización, el power-trío rockero volvió a partir de esa matriz para expandir esas fronteras, para asumir este tiempo en lengua propia y común.
Y en el marco de este tour de celebración de un camino iniciado en 1988 en la ciudad de Hurlingham -en el Oeste del conurbano bonaerense-, que en mayo pasado tuvo su cita más estelar en el estadio de Vélez y en julio incluyó cinco presentaciones en España, Divididos regaló la ocasión de multiplicar numéricamente un ejercicio artístico capaz de dejar huella.
Entonces poco importó que el concierto de anoche (segundo de una saga que seguirá en las noches del 15 y el 16) remita a aquellos en varios de sus aspectos porque no se trata de una repetición sino de un encuentro con una manera de compartir un hecho cultural que se construye cada vez.
En esa práctica la agrupación mostró otra vez el riesgo de esa energizante tracción a sangre que suma pedales, dos descomunales paredes de parlantes, efectos de cuño artesanal e indudable talento para vestir cada pasaje del extenso e incendiario repertorio mientras una tremenda puesta lumínica bañó a la multitud y las gráficas e imágenes de la pantalla de fondo involucraron a todo el recinto.
En ese viaje rabioso y delicado a la vez, Mollo-Arnedo-Ciavarella insistieron con logrado resultado en establecer puentes entre la tradición urbana y sajona del rock con las atmósferas del folclore argentino.
El pasaje de la velada que sumó al instrumental Tres mundos (Pancho Díaz, Juan Gau y Leo Silcan en vientos, guitarra y charango, respectivamente) fue sencillamente deslumbrante.
Primero para compartir “Guanaqueando” (del jujeño Ricardo Vilca) con Arnedo en el bombo legüero y enseguida para una versión de la popular chacarera “La flor azul” (creada por Mario Arnedo Gallo, padre de Diego, y Antonio Rodríguez Villar) donde el bajista pasó a la guitarra criolla y cedió el bombo al baterista, además de sumar el enorme violín de Javier Casalla (quien un rato antes había irrumpido para tomar parte en “El Fantasio”) que hasta desató rondas de baile en el sector de campo.
El segmento telúrico se completó –tras un extenso y demoledor solo de batería de Catriel- con otra antológica versión de “El arriero” vigilada por la mirada de su autor, Atahualpa Yupanqui, en la parte superior de la pantalla.
Antes y después de ese momento naturalmente integrado al mundo sonoro y simbólico de Divididos (tanto como la wiphala colgada entre los equipos a espaldas del guitarrista y cantante), la formación revivió obras propias que jalonaron diferentes momentos de su andar.
Desde “Paisano de Hurlingham” con el que abrió la noche a las 21.15 pasando por “El 38” que desató el primer pogo, “Haciendo cosas raras”, “Salir a comprar” o una tumultuosa visita a “La rubia tarada”, primera pero no única alusión a Sumo, la creación de Luca Prodan que con su muerte alumbró el nacimiento del trío.
Además, sentado en clave intimista, Mollo entonó “Spaghetti del rock” y “Par mil”, hubo otra presencia de Casalla junto a gaitas, flautas y saxos para ambientar “San Saltarín”, la más reciente canción lanzada cinco meses atrás, y nuevos estallidos de la mano de “Paraguay” y “Ala Delta”, entre más.
Al par de nuevas noches en el estadio del barrio porteño de Villa Crespo, a la recorrida por los 35 años de Divididos le queda otra función anunciada para el sábado 7 de octubre en el Playón de Boca Unidos de la ciudad de Corrientes.
Télam.