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Arte y Espectáculos 17 de julio de 2016

Dino Saluzzi: hacia una redefinición de la música popular

El bandoneonista propone músicas sin la agresión que parece soldar la sociedad entre lo popular, lo masivo y lo mediático.

Dino Saluzzi con su quinteto, comenzó el ciclo de conciertos en el Café Vinilo del barrio porteño de Palermo. Foto: Télam/Ramiro Gomez.

por Mariano Suárez

El bandoneonista Dino Saluzzi inició un ciclo conciertos en Buenos Aires -como escala previa a una gira europea- en el que interpela a la llamada “música popular” con un lenguaje que, sin embargo, redefine el concepto: propone músicas sin la agresión (ni de la velocidad, ni del golpe, ni del volumen) que parece soldar la sociedad entre lo popular, lo masivo y lo mediático.

El ciclo se inauguró en el Café Vinilo de Palermo, donde el artista, de 81 años, ya enhebró una suerte de contrato con el público, que asiste sin esperar la novedad del lanzamiento de un disco o un determinado repertorio que, en este caso, apenas si se insinúa detrás de alguna información periodística que señala su último álbum, “El valle de la infancia”, que no necesariamente luego es seguido en escena.

La misma idea de novedad es puesta en entredicho en el universo que propone Saluzzi. Inauguró la noche con “Loca bohemia”, antiguo y muchas veces perdido tango de Francisco Canaro, presentado con un arreglo propio del quinteto cuya singularidad sobresale en el contraste con la partitura original o con otras versiones excelsas como la de Astor Piazzolla.

Hay un juego de préstamos y cesiones. El bandoneón inicia el set en soledad y luego transfiere la función melódica a la guitarra. Luego viaja de la guitarra al saxo y este a su vez la reintegra al bandoneón para que entonces el quinteto opere en plenitud.

Esa precisión -que a la vez admite las órdenes que en escena imparte el propio Saluzzi- parecen necesitar la afinidad de la dinámica familiar que consiguen su hijo José María Saluzzi con la guitarra; su hermano Félix ‘Cuchara’ Saluzzi con el saxo tenor y el clarinete, su sobrino Matías Saluzzi con el bajo y Jorge Salverón Saluzzi, a cargo de la percusión.

Esa misma idea reaparece en el abordaje de otras reliquias del patrimonio popular expulsadas de la masividad como el vals “Un momento” (Héctor Stamponi”) y la zamba “La arribeña”, de Atahualpa Yupanqui, que sí pertenece al álbum “El valle de la infancia”, que en la Argentina sólo se consigue a través de las bateas digitales.

“La música es la más bastardeada de las artes. Y el folclore ha sido quizá su víctima principal”, sentenció en medio de ese recorrido.

“El que se postula para tocar una zamba criolla -aseguró- debe conocer todo sobre esa música. Lo que no quiere decir que haya que tocarla siempre igual. Eso no es así con ninguna música. No creo que ni Bach ni Beethoven hayan escrito lo que escribieron para que se tocara siempre de la misma manera. Nosotros hacemos lo que hacemos con nuestra mirada”, explicó.

El concierto se completó con obras compuestas por el propio Saluzzi en el extranjero pero que revelan la marca territorial de su lenguaje.

Otra vez la novedad poco significa. Obras antiguas, de un tiempo determinado del extenso período europeo de Saluzzi, pero a la vez inéditas y -en algún caso- hasta tocadas por primera vez en Buenos Aires.

Télam.