Dime qué comentas, te diré qué lees
El caso Érica Romero desató un torbellino de comentarios lamentables. Y no es un caso aislado. Los comentarios en los medios digitales son el reflejo de un entrenamiento ideológico que marca el pulso de la sociedad.
por Agustín Marangoni
El caso generó rebote en todo el país. Érica Romero estuvo cuatro días sin comunicarse con su familia. Con el número que marca hoy el termómetro de los femicidios –uno cada 18 horas– era fácil pensar que algo grave podía suceder. Cuando apareció, sana y salva, contó que había ido a visitar a un amigo porque estaba deprimida y que nunca se enteró que la buscaban con tanta preocupación. Ahí se desató un tiroteo de comentarios denigrantes que se viralizaron con la misma fuerza que la noticia en sí. Le dedicaron textos tan insolentes que ella misma pidió en su perfil de facebook que bajaran la intensidad porque no quería que su hijita de diez años leyera semejante sarta de insultos.
Este caso, entre otros muchos, obliga a poner la lupa una vez más sobre la función de los comentarios. Bajo los colores de la libre expresión, los medios le dan lugar a todos, incluso a los que sólo buscan herir e insultar. Aunque parezca grave, esta es una circunstancia de segundo orden, la pregunta de fondo tiene que apuntar a la lógica informativa. Es la tiranía de los números: importa poco lo que dice una noticia, importa la cantidad de clicks que genera. El entrenamiento que propone esta lógica no tiene otro camino que un puñado de comentarios violentos. Las noticias suelen estar diseñadas para conseguir un impacto inmediato. La devolución de los lectores está en la misma sintonía.
Hay dos maneras de medir el éxito de una noticia en un medio digital. Número uno: la cantidad de visitas, que se monitorea segundo a segundo a través de Google Analythics, una herramienta que muestra con detalle milimétrico el comportamiento de los lectores. La droga dura de los editores. Número dos: la cantidad de interacciones. Hay noticias que no son las más leídas, pero sí las que más visibilidad alcanzan en redes sociales. Una noticia puede generar mucho ruido, pero no tantas lecturas. He aquí la cuestión. Está estudiado que en los medios digitales el 65% de los lectores que ingresan a una noticia sólo se detiene en el título, en la bajada y en el primer párrafo. Ese dato se mide por el tiempo de la visita. El problema es que con esas siete u ocho líneas de información un lector ya se siente habilitado para repartir insultos a diestra y siniestra. Y a veces, incluso, sin siquiera ir más allá del título. En la redes sociales hay noticias que generan cientos de comentarios y casi ningún click. Sobra con imaginar el nivel de esas interacciones.
Hay medios que no permiten comentarios. Como es el caso de Página/12. Otros los dosifican, por ejemplo La Nación. Y justo en ese diario surge una situación curiosa. En las noticias sobre femicidios parece no haber problema con los lectores que señalan de putas provocadoras a las víctimas. Ahora bien, cuando murió Jorge Rafael Videla suprimieron los comentarios. No se entiende si fue para cuidar la imagen del represor genocida o si fue para evitar que algún lector reivindique orgulloso la dictadura y en el mismo plumazo desprestigie al medio. Tal vez sean ambas.
Aunque en su mayoría son saña pura, los comentarios marcan tendencia en la opinión pública. Y eso también está estudiado. De ahí que los gobiernos de todo el mundo invierten millones en comentaristas pagos –los famosos trolls– para defender o defenestrar de acuerdo a las necesidades. En Argentina, el gobierno de Macri, el año pasado, gastó 160 millones de pesos en un equipo que rastrea comentarios en medios masivos y redes sociales. Es un equipo de treinta empleados, con dedicación exclusiva y contrato de silencio, que suma 800 mil pesos mensuales en sueldos. Sólo las cuentas de Casa Rosada, de Macri y de Juliana Awada en Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat y YouTube tienen un costo de tres millones y medio de pesos. Los trolls van variando el estilo de los comentarios. Algunos se la juegan de graciosos, otros de reflexivos y otros sacuden con insultos. Hay uno para cada necesidad. Ellos tiran la primera piedra, el resto se suma exponencialmente bajo el efecto bola de nieve.
El problema de los comentarios es una preocupación para los principales medios internacionales. Hasta ahora, una de las soluciones más efectivas surgió del diario noruego NRK [Norsk Rikskringkasting]. El departamento de programación implementó un cuestionario de tres preguntas al final de cada noticia. El lector tiene que demostrar que leyó la noticia completa para habilitar los comentarios. Los editores aseguran que este sistema no tiene nada que ver con tomar examen. El objetivo es enfriar al lector. Elemental: el hecho que una persona lea y procese lo leído reduce la violencia. La versiones digitales de The New York Times, The Economist y The Guardian van en el mismo camino, analizan formas simples de enfriar a los lectores para evitar comentarios denigrantes. No se trata de aceptar sólo usuarios calificados, tampoco es un forma de censura, se busca darle prestigio a cada sección. Un lector respetuoso y reflexivo es el mayor capital que puede alcanzar un medio.
Es necesario preguntarse si los medios de comunicación, tan atolondrados en el tratamiento de la noticia con el fin de sumar un click, no incitan y hasta festejan la violencia. Es un espejo. Los medios cumplen más que nunca una función formativa. El periodismo mal hecho aleja a los lectores de la reflexión.