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El lector que escribe un diario lee “Informe sobre aves y otras cosas que vuelan” de Rafael Urretabiskaya, un libro de poemas hecho con la mezcla en partes iguales de buen oído, ternura y calor social que tiene todo lo que escribe Urretabiskaya desde la Patagonia.
Vuelan en el informe pájaros, gatos, perros, hijos y hasta la troupe de Martín Karadagián en el pueblo de la infancia. Vuelan los vuelos de la muerte y vuela el maestro Fuentealba, muerto en Neuquén por la policía durante una manifestación. Vuela la gente que está cerca porque el poema está cerca de esa gente a la que vale la pena acercarse.
El vuelo, piensa el lector que escribe un diario, se realiza en palabra clase económica: la palabra de todos los días, la de entrecasa, la que se escucha a diario y también la que resuena desde la infancia, cuando había gomeras o waltes disneys. Un vuelo que prefiere las minúsculas y por eso ejerce su poder igualador a cuanto sustantivo propio merezca transformarse en común, en el doble sentido de “ordinario” y de “compartido”. Así hay hemingwey, scilingo, astiz o doble Nelson. Pero Sandra, Inés o tía Esther.
Las palabras son pocas, como las de la gente de campo: menos es más y en lo poco hay mucho, como suele decirse. Un verso recitado despacito, a la pasada, como si no tuviera mucha importancia, que es la manera en la que se dicen las cosas que realmente valen la pena.
El poema que abre el libro se llama “El porfiado” y desde ahí empieza esta con/fusión de vuelos y palabras. “Desde hace tiempo/un pajarito choca mi ventana”, comienza y sigue hasta decir que “él intenta, insiste, de una manera tan porfiada/que mis papeles se largan a nombrarlo/y me sangra la boca”. Y se cierra con otro, que se llama “Pájaro” y sostiene que “el que pone la oreja/escucha historias hechas otra vez/de azules y de grises”.
Entre esos dos polos, siente el lector que escribe un diario, se mueve todo el poemario. Entre un pudor del dolor contenido, el desgarro insinuado que sólo puede ser escuchado si se pone la oreja y la porfía con que esas cuestiones requieren con urgencia ser dichas. Una voz que sale como sale por efecto de la presión interior de la necesidad -que puede ser la del dolor, la atrocidad del mundo, los remansos- y un recato que viene de una ponderación como la que aparece en “Autorretrato”: “A las seis y cuarto de la vida/me ha ocurrido un milagro,/pero el podrido/llegó entreverado con las cuentas de fin de mes/y justo a la hora en que me siento con mis pibes/a tomar la leche y hacer los deberes”. Lo milagroso y lo cotidiano están tan entreverados que no queda mucho margen para la alharaca o la solemnidad.
Los poemas hablan de otros entreveros: el de lo triste y lo alegre, el de la verdad con la mentira. Las “Variaciones sobre la verdad” hablan de la llegada al pueblo de los Titanes, los de Karadagián y del pibe que los mira y descubre que “ellos a un tiempo eran dos cosas”: un título ‘serio’ que se recuesta en el episodio pequeño en el que el niño espera “de la manera que lo hace el que va a crecer de golpe”. Un crecimiento que aparece cuando “de golpe supe cosas que me nacieron solas/como nacen el hambre o los granitos”, cuando “me saltó al cuello con una doble Nelson/¡enfurecida! la pregunta:/ ¿qué cosa es la verdad?”.
Y de ahí que todo cierre cuando el poema “Pájaro” aclara que “basta hoy con mirar por la ventana/para saber que están jodidos,/pero dale con creerlos felices/la mueca de todo lo soñado”. Los pájaros, hay que enterarse, no son los que “hacen rondas y cantan como niños bien alimentados/escapados de la siesta”. Por eso es necesario abrir la oreja para escuchar las palabras necesarias, las justas, las pequeñas. Las que valen la pena.
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