El lector que escribe un diario lee El Oscuro, una novela que Daniel Moyano publicó en 1968. Dicen que el título se lo modificó Gabriel García Márquez, jurado del concurso en la que se la consagró: el original “El oscuro coronel” perdió el sustantivo y ganó profundidad y hondura. Y en exactitud, además.
El lector que escribe un diario juega una lectura a destiempo, medio siglo después de Onganía, de la muerte del estudiante Santiago Pampillón, de la galería de dictadores del Boom. Juega a leerla como si no estuvieran esos datos detrás, despegada de sus condiciones de producción. Y resulta. Vaya si resulta. La novela resiste la pertenencia a un lugar y una época porque se adentra, más que derramarse hacia el exterior del contexto. Se interna y, en el internarse, descubre lo verdaderamente oscuro y permanente. Y allí, desde adentro, la novela pueda explicar.
La historia tiene como protagonista a un coronel que ha participado de golpes de estado y está vinculado a la muerte de un estudiante que se llama Fernando. Dos vínculos desechos marcan su vida: uno, con su padre; el otro, con su mujer.
El coronel está encerrado en un cuarto: ella ocupa el resto de la casa, asqueada por la participación del marido en la muerte del estudiante. En la vida que llevan, evitan cruzarse en los espacios comunes de la vivienda. Margarita ha “desaparecido de su mundo táctil” y es sólo por el ruido de sus tacos. Y otro sonido: el de la voz que le ha enrostrado “siempre tuviste alma de verdugo”.
Margarita es una obsesión: encarga a un conocido, ex policía devenido en detective privado que la siga y, ante el resultado negativo, le ordena que reconstruya el pasado, una relación anterior al noviazgo con el entonces cadete del liceo militar.
El coronel teme al afuera: sale y se refugia en su auto, desde donde acecha a la multitud que “gesticulaba con un movimiento de peces”. Quién es el que está encerrado en una pecera, deformado y silencioso, se pregunta el lector que escribe un diario.
En el afuera está su padre, a quien desprecia porque lo acosa. Madre muerta, el padre lo ha criado en La Rioja y ha mendigado –no es una metáfora naturalista- cariño. La novela es la historia de los desprecios que el coronel hace hacia el viejo y los intentos del hombre por acercarse a él.
El oscuro es despreciable, el padre es adorable pero Moyano escapa de cualquier regusto a culebrón: todo está ocurriendo en los interiores, en las motivaciones y en los dolores internos, que no hacen menos infame lo infame pero permiten percibirlo en 3D.
La sombra del padre es la vergüenza del coronel: la primera frase de la novela lo encuentra frente al espejo comprobando con desilusión “que su rostro se parecía cada día más al de su padre”. El siente que su padre lo avergüenza pero este sentimiento es, además, su gran vergüenza. Otro encierro más.
El mundo de la novela se vuelve a encerrar en torno a la pensión de doña Dora, donde comenzó todo. Donde vivió cuando llegó de La Rioja, donde conoció a Margarita y donde ha ido a parar su padre, víctima de otro encierro: el de una enfermedad que lo ha dejado completamente inválido, sin siquiera capacidad para expresarse.
Pero un monólogo interior nos restituye la palabra del padre, y renarra los episodios que se contaron desde el punto de vista del coronel. El coronel declama sobre el bien y el mal: el padre no reprocha sino que vuelve contra sí mismo la ira que el lector siente hacia el hijo.
Solos, absolutamente solos, todos los personajes.
El lector copia una frase de Daniel Moyano sobre su novela, en la que sostiene que su intención fue «demostrarle a mi personaje que lo que él llamaba el mal no era más que una confusión de su conveniencia, y lo rescaté, me parece, devolviéndole el padre que él había rechazado y
despreciado, como para que por lo menos pudiera vivir en paz consigo mismo. Ya se sabe que la realidad en nuestros países suele sobrepasar la imaginación de los escritores».
El bien, el mal, la soledad. Más allá de los telones de fondo, de las épocas, de las geografías, la novela de Moyano habla de esas cosas.
Cosas oscuras, como los hombres.
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