Despliegue de Mariana Cumbi Bustinza en una trilogía teatral impecable
Comentario sobre las obras que dirige: Menea para mi, Lo que quieren las guachas y Gorila.
Escena de "Gorila", que sube a escena en el Club del Teatro.
Por Paola Galano
Acompañada por el éxito de público que llena las salas del circuito independiente marplatense, la trilogía teatral de Mariana Cumbi Bustinza, formada por las obras Menea para mi, Lo que quieren las guachas y Gorila, puede leerse a través de su continuidad temática.
Tal vez sin darnos cuenta, asistimos el año pasado al alumbramiento de Bustinza como dramaturga y directora, cuando trajo a esta ciudad Menea para mi. Inicio allí –al menos en Mar del Plata- un camino en soledad tras muchas temporadas con el grupo Improvisa2. Y tras aquel nacimiento, se viene ahora su despliegue.
Con menos de 40, la actriz y artista encontró una voz propia para contar buenas historias que estén atravesadas por los dilemas que marca este tiempo del país, un hecho sin dudas para celebrar.
Temas hiperactuales como la exclusión de grandes sectores de la población, la falsa superioridad que da el dinero o el haber leído unos pocos libros más que el resto, la brutalidad casi bestialidad en las relaciones humanas, la desaparición de adolescentes, la falta de oportunidades en sociedad jerarquizadas y segmentadas y, sobre todo, el racismo -subrayo, el racismo- se meten en estas tres piezas que funcionan como tal de manera aislada, o alcanzan a interconectarse si se las piensa como una trilogía y, por lo tanto, se las proyecta como capítulos de la Argentina 2020.
Menea para mi es la historia de adolescentes que viven en una villa de emergencia. Lo que quieren las guachas transcurre entre pibes y pibas de un colegio caro y se espeja entre coetáneos que habitan en barrios humildes, con el despertar sexual, los embarazos adolescentes y las diferencias estructurales -de vida y de muerte- que da el dinero. Gorila se mete con la misteriosa desaparición de una joven, en un contexto de precariedad, familias monoparentales y clase media aspiracional.
En coincidencia, las tres obras están actuadas por elencos de actores y actrices muy jóvenes, quienes interpretan a su vez a personajes adolescentes, la manera que encontró la directora para alertarnos: es peligroso que el racismo prenda como una mecha encendida de odio entre chicos y chicas tan jóvenes. Muy cerca de la realidad a la luz de lo ocurrido en Villa Gesell, este verano.
Y otro dato para tener en cuenta: Cumbi construyó una estética, su estética teatral, esa forma de narrar que se presenta como un universo artístico propio, parecido a ningún otro. El suyo es un teatro corporal, coreográfico, trabajado a partir de canciones que cantan los personajes, cincelado con la cumbia y con una manera de decir y de gestualizar que lo convierte en verosímil, creíble. Y que nunca olvida el humor.
Un teatro vibrante, fresco, renovador, nunca impostado, ni hecho con frases robadas, ni presentado como un acercamiento mentiroso al mundo de las clases más desfavorecidas permite que sus historias interpelen, peguen, inquieten, y además avergüencen. Es vergonzante, como sociedad humana, la existencia de realidades que excluyan.
Terminadas las obras, se sale a la calle con una pregunta en los ojos ¿qué hacer para que todo -sí, todo y no algo- cambie?
(Menea para mi: sala Melany y Club del Teatro; Lo que quieren las guachas: El Séptimo Fuego; Gorila: El Club del Teatro).
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